El caos reinaba en el campo de batalla mientras Frank y Jotean, ambos convertidos en colosos titánicos, continuaban su enfrentamiento brutal. La tierra temblaba bajo sus pies, y los cielos oscuros parecían resonar con el poder de sus golpes. Cada puñetazo, cada patada, era un recordatorio de la intensidad de su odio mutuo. Frank, con su piel endurecida como roca, lanzó un gancho directo a la mandíbula de Jotean, haciendo que el gigante retrocediera varios metros.
Jotean, con su rostro desfigurado por cicatrices y una rabia incontrolable, respondió con un rugido ensordecedor. Su puño cargado de energía oscura se estrelló contra el costado de Frank, rompiendo la cadena dorada que colgaba de su cuello. "¡Esa cadena no te salvará, Frank!" gritó Jotean con desprecio, mientras su energía se extendía por todo el campo, haciendo que las sombras alrededor de ellos se arremolinaran en un vórtice de oscuridad.
Frank, tambaleándose por el golpe, levantó la vista hacia su enemigo. "No necesito esa cadena para acabar contigo, Jotean," respondió con voz firme, su determinación tan sólida como siempre. La pérdida de la cadena era un símbolo, pero no un obstáculo. Con una fuerza renovada, Frank se lanzó hacia adelante, golpeando a Jotean con una serie de puñetazos que hicieron que la tierra bajo ellos se fracturara.
Pero Jotean no era fácil de derribar. Con un movimiento rápido, agarró a Frank por el cuello y lo levantó en el aire, sus ojos brillando con un odio infinito. "Este es tu fin, coloso," dijo con una sonrisa sádica mientras comenzaba a apretar con fuerza, intentando estrangular a Frank.
Frank luchaba por liberarse, sus manos intentando aflojar el agarre de Jotean. La presión era insoportable, pero justo cuando parecía que todo estaba perdido, Frank reunió toda su fuerza y dio un cabezazo directo al cráneo de Jotean. El impacto fue tan fuerte que ambos titanes cayeron al suelo, causando un terremoto que se sintió en toda la ciudad devastada.
Jotean, aturdido, se tambaleó mientras intentaba levantarse. Frank, jadeando pero implacable, aprovechó la oportunidad y se abalanzó sobre él, atrapándolo con una llave que había aprendido de sus años de entrenamiento. "Esta vez, no te levantas," gruñó Frank, mientras usaba toda su fuerza para inmovilizar a Jotean, cuya furia se tornaba en desesperación.
Con Jotean atrapado y vulnerable, Frank levantó su brazo libre, concentrando toda la energía restante en un último golpe. "Por todos aquellos a quienes has destruido," murmuró, y con un grito de batalla, dejó caer su puño con una fuerza devastadora que hizo que la cabeza de Jotean se estrellara contra el suelo, rompiéndose en mil pedazos. El coloso de las sombras se desintegró en la nada, su forma disipándose en el aire mientras Frank se arrodillaba, exhalando profundamente.
Frank estaba destrozado en el piso, su cuerpo gigante inmóvil, con su fuerza aparentemente drenada por completo. No podía ni siquiera intentar levantarse. Su respiración era pesada y errática, y la cadena de oro que llevaba colgaba inerte, reflejando su derrota ante Jotean.
Mientras tanto, Junior avanzaba a través del caos, esquivando los restos de la batalla con determinación mientras buscaba a su próximo objetivo. A pesar de la devastación a su alrededor, su enfoque era absoluto. Sin embargo, un frío repentino en el aire lo hizo detenerse en seco. Unas risas suaves resonaron en la distancia, y de la oscuridad emergió Frizt, su figura envuelta en un aura de misterio.
Junior se detuvo, su mirada fija en el hombre extraño que se interponía en su camino. "¿Quién eres?" preguntó, su tono cargado de desconfianza.
Frizt sonrió, una sonrisa que no alcanzó sus ojos. "¿No eres muy pequeño para estar en este mundo?" replicó con una voz suave pero burlona, mientras daba un paso adelante, acercándose más a Junior.
Sin inmutarse, Junior respondió con una calma inquietante. "¿Y qué tan viejo eres tú para seguir aquí?"
La sonrisa de Frizt se ensanchó, casi como si hubiera encontrado divertida la respuesta de Junior. "Tienes agallas, niño, lo admito." Luego, con un movimiento casi imperceptible, el ambiente alrededor de ellos cambió. Una neblina morada comenzó a surgir del suelo, envolviendo a Junior lentamente, como si quisiera apoderarse de él.
La situación se volvió tensa en un instante. Junior sintió cómo el poder de Frizt lo rodeaba, haciendo que sus músculos se tensaran instintivamente. "¿Qué estás haciendo?" preguntó, manteniendo su voz firme.
Frizt lo observó durante un momento, sus ojos brillando con una intensidad oscura. "En realidad, solo estamos probando nuestras fuerzas," dijo, su tono ahora más sombrío y reflexivo. "Y debo admitir que ustedes se defienden muy bien, mejor de lo que esperaba."
La confusión se reflejó en el rostro de Junior. "¿Qué significa esto?" preguntó, buscando respuestas en los ojos insondables de Frizt.
Frizt dejó escapar un suspiro, como si la conversación hubiera despertado recuerdos enterrados. "Déjame contarte una historia," comenzó, su voz adoptando un tono más profundo, casi melancólico. "Había una vez un hombre llamado Joe. Joe era un ser poderoso, pero detrás de esa fachada, era débil, atrapado en su propio miedo y desesperación. Y yo, yo era nada más que un simple muñeco en sus manos."
Junior frunció el ceño, tratando de comprender las palabras de Frizt mientras este continuaba, sus ojos perdidos en el pasado. "Joe me controlaba, manipulaba cada uno de mis movimientos, mis pensamientos. No tenía voluntad propia, era solo una extensión de su desesperación. Pero luego llegó Manuel." Hizo una pausa, su mirada volviendo a encontrarse con la de Junior. "Manuel me liberó de ese infierno, aunque solo fuera para lanzarme a otro. Pero al menos, ahora soy libre, libre de hacer lo que quiero."
Junior asimiló la historia en silencio, sintiendo una mezcla de compasión y desconfianza hacia Frizt. "Así que le agradeces a Manuel por sacarte de las garras de Joe, solo para convertirte en lo que eres ahora," dijo, su voz reflejando una mezcla de incredulidad y comprensión.
Frizt asintió lentamente. "Sí. A veces, cambiar de amo no es más que cambiar de jaula. Pero al menos, en esta jaula, soy consciente, soy quien decide."
La tensión entre los dos no disminuyó, pero algo había cambiado. Junior veía a Frizt bajo una nueva luz, entendiendo que la guerra que estaban librando no solo era de fuerza, sino también de voluntad y espíritu.
"¿Entonces, cuál es tu decisión ahora?" preguntó Junior, preparándose para lo que vendría.
Frizt sonrió nuevamente, pero esta vez había un rastro de tristeza en su expresión. "Mi decisión ya está tomada, joven guerrero. Sigo siendo quien soy, y no hay vuelta atrás. Pero recuerda esto: no todos los enemigos son lo que parecen. Y no todas las batallas se ganan con fuerza."
Frizt lo miró fijamente, como si estuviera decidiendo cuánta verdad revelarle. "Voy a contarte una historia," comenzó, su voz baja y cargada de nostalgia. "Hubo una vez un hombre llamado Joe. Él me creó, pero no como tú piensas. Yo era un simple muñeco, una marioneta bajo su control. No tenía voluntad propia, solo obedecía sus órdenes."
Junior lo miró, sin decir nada, pero la confusión era evidente en sus ojos. Frizt continuó, su tono ahora teñido de amargura. "Manuel me liberó de ese infierno, pero me lanzó a otro. Ahora soy consciente, tengo poder, pero sigo siendo una pieza en un juego mucho más grande. Un juego que, créeme, no tiene un final feliz para ninguno de nosotros."
La revelación golpeó a Junior como un mazazo. Por primera vez, vio en Frizt algo más que un enemigo. Vio a alguien que, como él, luchaba por encontrar su lugar en un mundo lleno de traiciones y manipulaciones. "Tienes que salir de aquí cuanto antes," dijo Frizt, con una sinceridad que sorprendió a Junior. "¿No sabes quién es Rayber? Es un ser despiadado. Créeme, solo eres un juguete en sus manos."
Junior, sintiendo que el suelo bajo sus pies se tambaleaba, replicó con una mezcla de incredulidad y desafío: "¿Crees que lograrás que me una a ustedes con una amenaza tan simple?"
Frizt negó con la cabeza, su expresión suave pero firme. "En realidad no, quiero rebelarme contra Manuel. Para eso necesito un equipo."
Junior lo interrumpió, incrédulo. "¿Que no eres uno de los seres más fuertes? ¿Por qué necesitas mi ayuda?"
Frizt lo miró con una expresión que combinaba tristeza y sabiduría. "Nadie ha alcanzado el éxito sin ayuda, Junior."
El impacto de esas palabras resonó en Junior. "¿Cómo sabes mi nombre?" preguntó, su voz apenas un susurro.
Frizt sonrió levemente, casi con compasión. "Tú mismo lo dijiste. Soy un ser poderoso, ¿no? Dime, Junior, ¿vas a pasar tu vida entera bajo un mando? ¿Te quedarás peleando… pero para qué?"
Frizt miró a Junior, con sus ojos llenos de una mezcla de lástima y comprensión. Se acercó lentamente, sus pasos resonando en el silencio, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, susurró:
—Lo haces por una buena obra, ¿para salvar al mundo? ¿O es para quedar bien contigo mismo?
Las palabras de Frizt perforaron a Junior como dagas. De repente, su mente fue arrastrada a un recuerdo que había tratado de enterrar en lo más profundo de su ser. Un recuerdo que aún lo atormentaba.
Junior había nacido en una pequeña y destartalada cabaña, apenas lo suficiente para protegerse del frío. Sus padres, siempre con el miedo en los ojos, habían sido perseguidos durante la brutal guerra de la restauración en Estados Unidos. Su padre, un hombre que había conocido la desesperación y la derrota, había dejado de ver esperanza en el mundo, y esa desesperanza se manifestaba en su trato hacia Junior.
Un día, después de un enfrentamiento particularmente brutal, el padre de Junior lo llamó con voz áspera y cansada.
—¿Crees que no defenderte te dejará vivo? —gritó, sus palabras cargadas de rabia y frustración—. ¿Eh? ¡Junior, te estoy hablando!
Junior, apenas un niño, no comprendía por qué su padre lo regañaba con tanta severidad. Se quedó inmóvil, mirándolo con ojos llenos de confusión y miedo.
Pero en su mente, un recuerdo empezaba a formarse, uno que lo paralizó de terror. Ese mismo día, en la mañana, había salido con su pequeña hermana, apenas cuatro años menor que él. Habían decidido explorar un poco los alrededores, lejos de la constante vigilancia de sus padres. Querían escapar, aunque fuera por un momento, de la realidad oscura que los rodeaba.
Mientras caminaban, riendo y jugando en la maleza, se encontraron con un grupo de soldados enemigos. Estos hombres, sucios y malolientes, con ojos vacíos de compasión, se acercaron a los niños como si fueran cazadores que hubieran encontrado una presa fácil.
Junior, al verlos, sintió cómo su corazón se detenía. Quiso correr, pero sus piernas se negaron a moverse. Quiso gritar, pero su voz quedó atrapada en su garganta. Se quedó allí, inmóvil, mientras los soldados se lanzaban sobre su hermana.
Ella gritó, pero Junior no se movió. Sus pequeños puños estaban cerrados con tanta fuerza que sus uñas se clavaban en su carne, pero no podía hacer nada. Vio cómo los soldados se abalanzaban sobre su hermana, sus risas crueles y sádicas resonando en sus oídos mientras ella luchaba, gritaba por ayuda, y finalmente… fue devorada viva por esos hombres que la desgarraron como si fuera un simple pedazo de carne.
Junior solo podía mirar, congelado por el miedo, incapaz de hacer nada. Los gritos de su hermana se convirtieron en un eco que nunca dejaría de atormentarlo, y la imagen de su cuerpo ensangrentado y destrozado quedó grabada en su mente para siempre.
Cuando finalmente los soldados se marcharon, satisfechos con su monstruoso acto, Junior cayó de rodillas junto al cadáver de su hermana, su pequeño cuerpo temblando de terror y culpa. Su mundo se había derrumbado en ese momento, y desde entonces, el peso de ese día lo había acompañado como una sombra, persiguiéndolo sin descanso.
Frizt, al ver la expresión de Junior, supo que había tocado algo profundo. Se acercó un poco más, inclinándose hacia él, susurrando con voz baja y grave:
—Todos llevamos una carga, Junior. Algo que nos define y nos persigue. Pero debes preguntarte, ¿lucharás por siempre en nombre de otros, o algún día lucharás por ti mismo?
Junior, con los ojos llenos de lágrimas no derramadas, lo miró. Sabía que Frizt había visto algo en él, algo que quizás ni él mismo había comprendido hasta ese momento. Pero aún no estaba listo para aceptar lo que implicaban esas palabras. Sin embargo, una pequeña chispa de duda comenzó a arder en su interior, mezclándose con el dolor y la culpa que había sentido desde aquel día trágico de su infancia.
Frizt se acercó lentamente a Junior, su mano extendida con una sonrisa preocupada en el rostro, pero sus ojos, esos ojos oscuros y penetrantes, revelaban una sed insaciable, un deseo que iba más allá de lo que sus palabras podrían expresar. A medida que su mano se cerraba alrededor de la de Junior, un frío inexplicable recorrió la columna del joven guerrero.
—Déjame pasarte —susurró Frizt, su voz tan suave como el viento—, de un infierno a otro, ¿sí?
Junior no pudo encontrar palabras para responder. Sintió cómo su cuerpo era lentamente absorbido por el aura morada que emanaba de Frizt, envolviéndolo como una manta de oscuridad. Mientras su mente vagaba en ese extraño estado, pensó en todas las decisiones que lo habían llevado hasta este punto. ¿Había hecho lo correcto? ¿Todo lo que había hecho hasta ahora lo ayudaría a redimirse, a borrar el horror de su pasado?
Sus pensamientos se desvanecieron cuando el aura lo envolvió por completo, sumergiéndolo en un vacío oscuro y silencioso.