30 de Julio de 2021
Día 8
Los días pasaron y aquella noche amena en que apreciamos las estrellas se desvaneció como un fugaz recuerdo, desde entonces, cada día se siente como una lucha de vida o muerte…
Correr, esconderse, correr, esconderse, correr, esconderse…
Concentramos nuestros esfuerzos en acercarnos al origen del humo que, sin lugar a dudas, debe ser de un refugio bien establecido dado que reaparece a la misma hora a diario.
Dejamos inconclusa la discusión sobre si es una buena o mala idea intentar hacer contacto con quien sea que este en ese lugar, decidimos enfocarnos en sobrevivir y tomar esa decisión una vez que estemos lo suficientemente cerca para juzgar si parece, o parecen, personas de fiar.
—¿Y querías que fuéramos hasta el polideportivo…? —con una respiración agitada Santiago cuestiona aquella idea de Rubén.
—Bueno… era un plan a largo plazo… y no tenía idea de que fuera del campus nos encontraríamos con tantas hordas de zombis retrasándonos —sus ánimos han decaído en estos días, sin embargo, sigue siendo el más optimista de los tres, supongo que el hecho de que estas caminatas interminables no son nada para él lo ayuda a mantenerse positivo.
—Alto… veo movimiento adelante… —los interrumpo al divisar a un grupo de petrificados en la siguiente cuadra.
—Excelente… otro desvío… —suspira Santiago cansado.
Hemos aprendido como lidiar con esas cosas… al menos parcialmente. Si se trata de uno o dos somos capaces de ingeniárnoslas para pelear con ellos y huir, de tres en adelante es estúpido intentar cualquier otra cosa que no sea cambiar de rumbo, por último, de toparnos con una horda el plan es huir de inmediato y rezar por que no se percaten de nuestra presencia.
Eso lo que nos ha mantenido a salvo, quizá también el ignorar "ese" otro problema… después de todo, no hay nada que podamos hacer.
Para ellos es sencillo. Santiago no tiene nada y Rubén solo parece tener un poco de incomodidad en la pierna, mientras que yo… yo he estado esforzándome en no pensar en ello, ignorar que apenas puedo mover mi mano izquierda, ignorar el dolor constante que siento cada vez que muevo el cuello, el cómo sentarme, acostarme o ponerme de pie se vuelven acciones más complicadas cada día a causa de la petrificación en mi espalda.
La ventaja es que el hambre, el cansancio y el miedo constante son buenos distractores… aunque la manera en que ambos evitan mirarme o que cuando lo hacen sus ojos reflejan angustia, no ayuda.
No los culpo, ver la petrificación subiendo por mi cuello o las costras que cubren mi mano los ha de hacer pensar que cada día estoy un paso más cerca de convertirme en una de esas cosas que tanto ansían despellejarnos.
—Ya nos alejamos… lo suficiente… quizá debamos des… descansar… llevamos tres horas… sin parar —apenas y puedo articular oraciones completas con mi respiración entrecortada a causa del agotamiento.
—No es suficiente, no podemos arriesgarnos —replica Santiago con una voz nerviosa pero sin detenerse.
Si soy completamente honesto, lo más lamentable de esta situación es que ni siquiera soy capaz de seguirle el paso a él.
—Vamos Marcos, solo un poco más —dice Rubén mientras aligera el paso para que lo alcance—, estamos cerca de la zona por donde han de estar los sobrevivientes, podremos tomar un largo descanso allá.
Me habla con una sonrisa en su rostro pero batallando para verme cara a cara, incluso intenta darme ánimos dándome una palmada en la espalda pero en cuanto siente la piedra debajo de mi ropa retrae su mano… casi con asco.
No hago ni el esfuerzo de responderles, me falta el aliento y no quiero ser un lastre… no más de lo que ya soy.
Me siento débil, como si estuviera en un estado de deshidratación constante sin importar cuánta agua beba. Al principio pensé que se debía a la posible conmoción que sufrí, pero ha empeorado de tal manera que solo puedo concluir que es una especie efecto secundario de la petrificación.
—Te daré una mano —sin siquiera dejarme responder pasa mi brazo sobre sus hombros para que me recargue en él, haciendo un esfuerzo para disimular el desagrado que siente al tocarme.
Después de avanzar algunas calles algo inusual llama nuestra atención: apenas y hemos visto señales de petrificados. En principio sería algo bueno… pero su completa e inexplicable ausencia nos pone un poco nerviosos.
—¡A-A-Alto! —tartamudea una voz desconocida a nuestras espaldas haciendo que el corazón me dé un vuelco.
Escuchar a otra persona después de tanto tiempo me crea una mezcla de sentimientos que no logro catalogar como de alivio o angustia… sin embargo, al darnos la vuelta para ver quien de quien se trata, esos sentimientos pasan a ser completamente del último tipo en cuestión.
Creo que es la primera vez que veo un arma de fuego en persona… también es la primera vez que me apuntan con una… y es extrañamente preocupante al ver que quien lo hace es un niño de no más de quince años con una complexión apenas mayor que la de Santiago. Sostiene la pistola con tanto miedo que el primer pensamiento que pasa por mi mente es que disparara sin querer.
—N-No se mue-muevan —Santiago y yo le hacemos caso, probablemente llegamos a la misma conclusión.
—Tranquilo, tranquilo… —Rubén empieza a hablar con un tono muy calmado mientras se le acerca lentamente sin romper contacto visual—, no queremos problemas… solo…
—¿Es-Es-Están armados? —lo interrumpe mientras traga saliva.
—No… no tenemos ninguna clase de arma… de fuego —responde Santiago eligiendo cuidadosamente sus palabras.
—Amigo, solo somos estudiantes, mi nombre es Rubén y estamos aquí en busca de ayuda…
—N-n-no deberían de… —un extraño sonido interrumpe la conversación.
Colgando de su cinturón hay una radio que tras un pitido suena la voz de un hombre… con un tono un tanto duro.
—¡Niño! ¡Repórtate! ¿Cómo está el área? —pregunta con una voz distorsionada a causa de la estática.
El chico se sobresalta y se ve indeciso sobre qué hacer: tomar la radio y contestar o continuar interrogándonos.
—¡Oye! ¡Repórtate! —insiste el hombre.
—A-aquí Da-David, señor… —toma la radio con dificultad usando solo una mano para asi no bajar el arma—, todo esta…
—¿¡Hola!? ¡Soy Rubén! ¡No buscamos problemas! —exclama de manera impertinente mientras el chico aún tiene su dedo en el botón de comunicación ganándose la mirada furtiva tanto mía como de Santiago—. ¡Estamos buscando ayuda! ¡No tenemos malas intenciones!
—David… ¿Quién es esa persona? —pregunta la voz de manera más suave tras unos segundos que se sintieron eternos por la tensión.
—Y-y-o…. E-ellos… N-n-o —tartamudea nervioso.
—David… tranquilízate, respira y dime ¿Qué está sucediendo? —le pregunta con serenidad.
—M-me encontré con u-u-unas personas, señor… so-son tres hombres jó-jóvenes… —explica mientras respira hondo.
—Señor, enserio solo buscamos ayuda, ni siquiera estamos armados —Rubén habla con una formalidad y respeto con el que nunca lo había visto dirigirse a otra persona.
—David, ¿Es eso cierto?
—S-s-sí.
—¿Son una amenaza?
—N-no… realmente están des-des-desarmados, y-y les estoy apuntando con él a-a-arma… señor.
—¿Pero porque haces eso niño? —le reprocha el hombre en un tono más relajado y jovial—, si no están armados y no son una amenaza, no necesitas hacer algo asi, vas a terminar causando un accidente, anda, déjame hablar con ellos.
—S-s-sí —responde intranquilo para después extenderle la radio a Rubén.
—Y baja el arma, es de mala educación —añade a lo que el muchacho obedece—, una disculpa, este niño es muy nervioso y está en entrenamiento de patrullaje, no esperaba que hubiera más sobrevivientes por aquí, ¿Dices llamarte Rubén?
—Si… —responde con menos tensión en su voz.
—Mucho gusto Rubén, mi nombre es Ted, aunque aquí en el campamento me dicen Teddy.
—Hola… Teddy —responde tras dudar si dirigirse a él con ese nombre.
—De nuevo, perdón si el niño los asusto, pero no todas las personas que hemos encontrado son las más… amistosas.
—Lo entiendo.
—Mira, creo no están lejos del campamento y aunque sea difícil sé que podemos darle la bienvenida a uno más… ¿O cuantas personas vienen contigo?
—Somos tres —responde un poco angustiado—, pero estamos en disposición de ayudar en lo que sea, hemos pasado por mucho y estamos buscando un lugar seguro.
—Créeme entiendo por lo que han pasado, es un infierno allá afuera… aunque tampoco estamos en las mejores, la comida y la medicina escasea.
—Podemos ayudar con eso —añade de inmediato—, no es mucho, pero tenemos comida e incluso medicamentos.
—¿En serio? Eso nos vendría muy bien, tenemos gente enferma… —responde con una voz afligida—, y relacionado a eso ¿Alguno de ustedes ha sido "infectado"…?
La pregunta nos pone nerviosos a los tres… basarse en películas de zombis es estúpido, pero no distan mucho de la realidad sobre cómo la gente podría llegar a tratar a los "infectados".
—Bueno…
—Lo siento, no quiero que me malentiendan —lo interrumpe—, estamos un poco cortos pero tenemos lo suficiente para el tratamiento inicial.
—¿¡Tratamiento!? —pregunta Rubén exaltado— ¿¡Tienen una cura!?
—Claro, solo miren a quien tienen enfrente, cuando llego estaba cubierto de piedras y ahora está limpio, ¿Verdad David?
—S-s-sí.
—Mi amigo Marcos necesita ser atendido… su condición es un tanto severa.
—Entonces que el niño los guie hacia acá lo antes posible, solo no me lo hostiguen mucho con preguntas, yo les puedo responder lo que sea una vez que estén aquí… por respeto a él no entrare en detalles, pero ha pasado por mucho y no es el mejor tratando con desconocidos, ¿Verdad David?
—S-s-si… —responde con la mirada clavada en el suelo.
—Guíalos por favor, tráelos por la calle Granate, por otros lados avistaron petrificados —le indica con un tono afable—, los esperamos.
Rubén le devuelve la radio al tal "David", quien en completo silencio y sin levantar la cabeza la cuelga de su cinto.
—¡Si! ¡Joder! —celebra Rubén asustándolo.
—No grites… —lo calla Santiago—, seguimos en el exterior.
—Perdón, perdón… solo que… durante este tiempo sentía tanta… desesperanza, pero es cierto, aun no es tiempo de celebrar, guíanos por favor amigo —le pide con emoción.
—Por acá… —señala mientras empieza a caminar delante de nosotros.
—Te llamas David ¿Cierto? —le pregunto tras un rato en silencio, aunque sin obtener respuesta de su parte,— ¿Cuánta gente hay en el refugio? ¿Y cuánto tiempo tienes ahí?
—Y-yo… n-no…
—No lo atiborres a preguntas —me regaña Rubén—, ¿no escuchaste que el pobre ha pasado por mucho?
Volteo a ver a Santiago, quien está un poco más inquieto y mira hacia todas direcciones, al menos no soy el único que desconfía un poco de toda esta situación, por otro lado, las calles tan limpias y despejadas me hace pensar que realmente puede haber un campamento asi como una manera de mantener a esas cosas a raya.
—¿Es aquí? —pregunta Santiago cuando el muchacho se detiene en seco frente a una tienda.
—P-P-P-Perdón… —la voz le tiembla al responder.
Todo el miedo y las inquietudes que había intentado ignorar en el camino se arremolinan en mí de golpe…
Mierda.
—Si se mueven les vuelo los malditos sesos —amenaza una voz un tanto familiar.
Un hombre casi tan alto como Rubén sale del local sosteniendo un rifle mucho más imponente y amenazante que la pistola del chico. Desde una esquina detrás de nosotros aparece un segundo hombre armado y con la cara cubierta de tatuajes, pero que destaca más por los enormes músculos que tiene.
—¿Qué… que es esto? —pregunta Rubén con desconcierto.
—P-perdón… yo no quería… p-perdón —David continua disculpándose.
—Cierra el hocico niño —espeta el hombre robusto.
—No lo regañes —replica el primer hombre con una voz afable que… reconozco al instante, es el de la radio—, Davidsito hizo un muy buen trabajo hoy, a diferencia de toda la maldita semana.
—P-p-perdón —continua al borde de las lágrimas.
—No lloriquees, celebra que hoy tendrás comida para ti y tu hermano —replica "Teddy" riéndose, para luego hacer unas señas con la mano—. ¿Qué esperan? Vengan a desbalijar a estos idiotas.
Dos mujeres y otros dos hombres armados salen desde otra puerta, caminan directo hacia nosotros y nos arrebatan todo lo que llevamos encima.
—Maldito hijo de…
—Cuidado con ese boquita —interrumpe Ted a Rubén apuntándole a la cara—, no estás en posición para hablarme en ese tono, imbécil.
—¿También esta cosa? —pregunta una de las chicas sosteniendo la guitarra que Rubén cargaba en la espalda.
—No, no necesitamos basura.
Las mujeres nos quitan todo mientras los hombres se mantienen apuntándonos directo a la cabeza esperando el más mínimo movimiento de nuestra parte o quizá una simple orden para ejecutarnos.
—Yaz, tráeme esa maleta —señala aquella en donde teníamos toda la comida.
—Claro Teddy —responde una de las chicas con un tono coqueto.
—Ahora sostenme esto preciosa —le pide mientras le intercambia el arma por nuestras cosas—. Ulala, tendremos banquete hoy.
—Son unos sinvergüenzas… haciendo esto en una situación asi —gruñe Rubén rojo del coraje—. Malditos mierdas.
—No me gusta repetir ordenes ¿Sabes?, asi que mejor cuida tu maldito lenguaje conmigo.
—Cómeme los…
En un movimiento veloz desenfunda una segunda pistola completamente negra desde detrás de su pantalón, toma a Rubén del cuello y mete el cañón en su boca.
—¿Sabías que a esas cosas les puedes volar el cráneo más fácil desde dentro que desde afuera? —lo amenaza mientras empuja la pistola a su paladar—, imagina lo que puede hacerte a ti.
—¡Rubén ya basta! —le grito viendo como aun en esa situación se intenta mantener desafiante mirándolo de manera altanera—, deja que se lleven todo y cállate de una vez.
—Deberías escuchar más a tu amigo medio monstruo… al menos antes de que te saque las entrañas mientras duermes —exclama dejándolo en pez mientras limpia la punta del cañón con su camisa dejando entrever marcas profundas que parecen pertenecer a los colmillos de esas cosas.
—¡Vete a la mierda! —lo insulta dando un paso hacia él hombre, ganándose en cuestión de un segundo que todos le apunten, listos para fusilarlo.
—Realmente no pareces apreciar tu propia vida —se ríe mientras ordena a los demás que bajen las armas con un solo ademan—, puedo darte una mano con ello, vuelve a decir una palabra más y…
Las palabras de Ted se ven interrumpidas por el repentino tropiezo de quien se mantenía al lado de Santiago. Todos volteamos un tanto confundidos mientras el hombre se esfuerza en mantener la compostura aunque sea de rodillas sufriendo lo que parecen ser arcadas.
—¿Qué pasa Mario? ¿Aun batallando con la cruda? —se ríe mientras se acerca a él.
—Creo…
—Vamos, me dejas en ridículo mientras… —al intentar darle una mano al robusto hombre, Ted casi pierde el equilibrio por un segundo—, uf, creo que no debemos subestimar el Tequila de nuevo… ¡Hey! ¡David! ¡Ven y dale una mano a Mario por mí!
Ted se ríe pese a que la manera en que aprieta sus sienes denota el dolor de cabeza que intenta disimular.
La tensión disminuye un poco, Santiago parece sentirse tan aliviado como yo por el hecho de que ese hombre dejo de lado su riña con Rubén. Si jugamos bien nuestras cartas, podríamos salir vivos de…
Mi corazón sube hasta mi garganta y la sangre se me hela al dirigir mi mirada nuevamente hacia Rubén. Sus ojos enfurecidos junto a todo su lenguaje corporal me dejan claro sus intenciones… las cuales encienden todas las alarmas en mi cabeza.
Abro la boca para intentar decir algo, cualquier cosa para que se quede quieto, pero antes de poder pronunciar palabra, David pasa justo a su lado…
Haciendo gala de su rapidez y agilidad, embiste al chico y en un habilidoso movimiento de pies y manos le arrebata la pistola, se posiciona detrás de Ted, lo sujeta con una llave muy eficaz y en cuestión de un par de segundos pareciera que logro revertir la situación… pero yo solo veo horrorizado como estamos a nada de vernos envueltos en un baño de sangre.
—¡Si alguien se mueve disparo! —espeta a forma de amenaza.
—Oye chico, sé que te has de sentir como un héroe en este momento… pero estas cometiendo un grave error —le responde Ted entre risas—, para empezar, es obvio que nunca habías sostenido un arma.
—¡Cállate! —grita claramente nervioso—, ¡Devuélvanos nuestras cosas y quedaremos a mano! ¡O disparo!
—Como si tuvieras el coraje para hacerlo —se mofa en respuesta sin borrar esa sonrisa desafiante de su rostro.
—¡Enserio voy a…!
Dando un cabezazo hacia atrás, golpea a Rubén con tanta fuerza que se libera de su agarre, en el mismo instante se da la vuelta, le quita el arma y ahora es él quien lo tiene a punta de pistola.
—No le puedes ganar a un ex policía en una situación asi, menos aun si ni siquiera sabes diferenciar cuando un arma tiene puesto el seguro —exclama a la vez que lo quita con un click—, y tu segundo error…
Jala del gatillo y el martillo golpea la pistola haciéndome soltar un grito ahogado del susto… no obstante, no sucede nada más, no hay explosión, ni disparo, ni sangre.
—Pensaste que realmente le daríamos un arma cargada a ese niño estúpido —se carcajea mientras ve la pálida expresión de Rubén—, hubieras tenido un mejor resultado haciendo algo… ¡Asi!
Acompañado de un grito colérico le asesta un culatazo en la sien llevándolo al suelo casi inconsciente.
—¡Si supieras como se siente un arma cargada te habrías dado cuenta al instante! —se abalanza sobre él y pese a tenerlo ya en el suelo empieza a propinarle golpe tras otro a la vez que lo insulta.
—¡Basta! —grito yendo en su auxilio ignorando las múltiples personas apuntándonos.
Apenas y logro acercarme para cuando Ted reacciona y me da un culatazo justo en la cara, el cual, me lleva al suelo con mucha facilidad.
—¿¡Quieres cambiar lugares!? —espeta de manera agresiva—, ¡No tengo problemas con eso maldito adefesio!
Intento ponerme de pie pero con una sola patada me lo impide y procede a golpearme repetidas veces con una furia inhumana. Solo puedo intentar cubrir mi cara con mis brazos pero eso solo parece enfurecerlo más.
—Si asi lo quieres quizá deba usar esta otra —con la pistola negra que estoy seguro que está cargada me continua golpeando hasta que consigue que baje los brazos y la pone en mi boca—, les haría un favor a los tres acabando con tu vida de una vez, ¿No crees maldito adefesio?
—¡Por favor basta! —suplica Santiago arrodillándose casi llorando— ¡Le imploro que se detenga! ¡Ya tiene todas nuestras cosas! ¡Por favor tenga piedad con nosotros!
Escucho sus palabras muy cerca y muy lejos. Un mareo y desorientación sin igual me mantienen mi consciencia al borde, probablemente por los golpes, el miedo… el hambre… la deshidratación…
—¿¡Y porque habría de dejar vivir a estos dos imbéciles que no saben respetar!? —refuta arrastrando las palabras de manera extraña.
—¡Si nos deja ir no volveremos a acercarnos! y si… si nos mata aquí tendrá que lidiar con nuestros cuerpos, la sangre, la peste y todo eso…
—No es como si yo fuera a limpiar el…
—Aparte, si quiere desquitarse con ellos dos ¿No sería mejor abandonarlos sin comida ni armas? ya nos quitó todo, moriremos de hambre o asesinados por esas cosas, es un peor sufrimiento ¿No? —argumenta Santiago con la mandíbula temblándole pero con el tono más convincente que le es posible.
Ted se queda callado unos segundos procesando las cosas hasta que se hecha a reír a carcajadas.
—Son un trio extraño, los dejare ir solo porque nos trajeron mucha comida e hicieron la tarde entretenida —dice mientras se quita de encima mío dejándome respirar—, ¡Todos! ¡Adentro! Menos tu David, tu ven acá.
Luchando contra el dolor me intento poner de pie mientras Ted se aleja… Rubén también lo intenta, como mínimo ponerse de rodillas, pero no parece estar en sus cinco sentidos… aun asi, estamos vivos… gracias Santiago quien aún se mantiene de rodillas sin mover ningún musculo.
—No recibirás nada de comida por una semana, lo mismo va para tu hermano —le dice Ted a David con una sonrisa haciendo que la expresión de este último se llene de agobio—, eso por dejar que el idiota de allá tomara tu arma.
—P-p-pero… por favor, él no tiene la…
—¡No me respondas! —con un puñetazo en el estómago, cargado con toda su fuerza, deja a David con las piernas temblando y con arcadas—, si vomitas la preciada comida que ya te di el castigo pasara a ser de dos semanas.
No podía más que ver con horror a este hombre, que se supone que era un policía, actuar como un verdadero monstruo y como si pudiera leer mi mente voltea hacia mí con una sonrisa macabra.
—Les daré un consejo: No sean tan ingenuos, en este mundo es cada quien por su cuenta… aun asi mantendré mi palabra y les perdonare la vida, pero más vale que se vayan de aquí y no vuelvan —nos ordena—, les daré un buen incentivo para que se apresuren.
Apunta su arma al cielo y…
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
Los estruendosos disparos resuenan en mis oídos y en toda la cuadra junto a su risa que se desvanece conforme bajan las cortinas metálicas de los locales en los que se esconden.
—¡Mierda! —maldice Rubén mientras golpea el suelo hasta dejar marcas de sangre con sus nudillos.
—¡No hay tiempo de lamentarse! —exclama Santiago en pánico— ¡El ruido atraerá a esas cosas!
—¡Tenemos que correr…! —exclamo a un par de petrificados corriendo en nuestra dirección desde el final de la calle.
Ayudamos a Rubén a levantarse y corremos lo más rápido que los golpes y heridas nos permiten. Continuamos sin rumbo por bastante tiempo, doblando en cada esquina que no viéramos petrificados, pero el mantener un ritmo tan frenético empieza a cobrarme factura.
El agotamiento de antes, la golpiza de ese hombre y correr tanto sin descanso me supera, algo que no pasa desapercibido.
—¡Entremos! —grita Rubén señalando un edificio con la puerta abierta.
—¿¡Qué!? Nos están pisando los talones —refuta Santiago.
—No podemos correr por siempre, tenemos que buscar la manera de perderlos.
—Pero estamos desarmados —contesta negándose a entrar al edificio—, si nos encontramos con algo ahí dentro…
—¡Sera peor si somos alcanzados por una horda!
Sin tener manera de contraargumentar Santiago lo obedece al igual que yo, por lo que entramos y cerramos las puertas en un intento de retrasar a lo que sea que intente perseguirnos.
Disminuimos el ritmo para avanzar con más cuidado en el interior, lo cual también nos da un momento para recuperar el aliento en lo que encontramos el camino al segundo piso.
Rubén acelera el paso al ver las escaleras, sin embargo, en cuanto gira un poco para encontrarse con ellas, retrocede de inmediato y se queda congelado con una expresión de terror… una inconfundible expresión que yo ya he experimentado.
Voltea hacia nosotros, nos hace señas de guardar silencio y retroceder… pero mientras gesticula con pánico logro ver una grotesca mano petrificada asomarse desde las escaleras con unos dedos abominablemente largos y delgados.
Nuestras caras de terror le dejan claro a Rubén que ya es muy tarde para intentar alejarnos en silencio, esa cosa… esa horripilante cosa… ya nos tiene en su mira.
El único sonido que logro escuchar son los acelerados latidos de mi corazón, ni uno de los tres se atreve a mover un musculo, mientras que esa cosa, de unos tres metros de alto, se mueve lentamente casi cautivado por nosotros, como si nos estudiara.
Llamarlo solo "petrificado" como a los otros no creo que sea acertado… su piel de piedra y la falta de ojos en su cara hace evidente que es de su misma "especie", pero esta cosa… tiene un aura completamente distinta y atemorizante.
Sus extremidades son grotescamente largas, desde su brazos y piernas hasta sus dedos, pero lo que más llama la atención es la falta de esa característica boca llena de colmillos, en su lugar, hay un agujero muy profundo que abarca la mitad de su cara.
—¡Corran! —Rubén rompe el silencio a la vez que huye a toda velocidad jalándonos de la ropa al pasar a nuestro lado.
En respuesta, esa cosa empieza a emitir un chillido que me pone la piel de gallina y cuya intensidad empieza a escalar hasta el punto en que perfora mis tímpanos como lo harían decenas de agujas causándome severo dolor.
Nos acercamos a la entrada, pero es en ese momento en que su grito parece lograr su cometido, una masiva horda de petrificados se arremolina en la puerta luchando por tirarla y entrar todos a la vez.
—¡Al otro lado! —grita frenando en seco y corriendo de vuelta hacia el petrificado de las escaleras.
—Pero esa cosa...
—Es mejor uno solo… a toda una horda —respondo con dificultad.
—No se ha movido, quizá nos ignore —añade Rubén.
Acortamos la distancia con ese que se mantiene inmóvil y ahora también en silencio, el miedo crece conforme nos acercamos, pero se limita a "vernos" siguiéndonos con la cabeza.
Mi cuerpo quema del cansancio pero la adrenalina de estar en peligro de muerte lo aminora, eso y el que la salida de emergencia al otro lado de este largo pasillo ya se encuentra cerca.
Volteo hacia atrás esperando que la horda aun no haya roto la puerta… pero lo que llama mi atención es que ese extraño petrificado, ahora esta agachado con las manos en el suelo y… desaparece.
¿Mis ojos me fallan? ¿El cansancio me está haciendo alucinar? ¿Dónde está esa cosa?
Solo esa última pregunta se me ve respondida en el momento en que dirijo mi mirada levemente hacia arriba y lo veo sobre nosotros.
Tras pisar el suelo, con un solo manotazo en la espalda manda a volar a Santiago haciéndolo rodar varios metros hacia el frente.
—¡Tiag…! —antes de que Rubén pueda decir algo el petrificado abanica su brazo izquierdo hacia él, golpeándolo con una fuerza descomunal y estrellándolo contra la pared.
Es difícil asimilar el terror o el dolor cuando todo pasa en menos de un segundo.
Lo siguiente que se es que estoy siendo aplastado contra el suelo, la mano de esa cosa es tan grande como para cubrir mi espalda por completo y pese a lo delgado que se ve su peso me impide respirar o moverme lo más mínimo.
Las costras de piedra en mi cuerpo revientan por la presión que ejerce causándome un dolor comparable con todas mis uñas siendo arrancadas de raíz al mismo tiempo.
Cuando estoy al borde de la asfixia alcanzo a escuchar un golpe seco y posterior a eso el oxígeno entra a mis pulmones conforme el peso sobre mi se desvanece.
Doy grandes bocanadas de aire intentando ponerme de pie. Miro hacia mi derecha y veo esquirlas de piedra volar por todos lados a causa de que Rubén, haciendo uso de un extintor, golpea repetida y violentamente la cara y el pecho de esa cosa hasta dejarlo completamente destrozado.
—Rápido… vámonos… —dice exhausto mientras me da una mano—, no tardara en levantarse… y la horda ya viene…
Por alguna razón que no me pondré a cuestionar en este instante, me siento inexplicablemente ligero pese a que mis músculos están hechos polvo y adoloridos….
Santiago se pone de pie con nuestra ayuda y hacemos un último esfuerzo por alcanzar la salida.
Una vez fuera y antes de cerrar la puerta, doy una última mirada al interior. La horda no viene tras nosotros, están parados alrededor del petrificado que emitió el chillido, como si su objetivo era llegar a él y no venir por nosotros, no obstante, son dos cosas las que resaltan más, al fondo logro ver una extraña silueta robusta que… pareciera ir a cuatro patas… además de eso, el petrificado larguirucho se encuentra completamente inerte, sin el mínimo atisbo de regeneración.
—Larguémonos de aquí —Rubén azota la puerta y empuja un contenedor de basura para bloquearla.