Pamela caminaba una vez más por los pasillos del instituto con un ligero nerviosismo en el estómago pero confiada de que ella será admirada por todos. Era su primer día de clases en el nuevo instituto y no sabía qué esperar de sus docentes y compañeros. Al entrar al aula, escaneó la habitación en busca de un lugar donde sentarse. Sus ojos se posaron en un chico de cabello oscuro que ella ya conocía y estaba solo en una esquina. Parecía perdido en sus pensamientos, pero cuando Pamela se acercó, levantó la mirada y sus ojos se encontraron brevemente, él le sonrió.
David.
Era su compañero de aula, y a juzgar por la manera en que algunos estudiantes la miraban al entrar, parecía que ya habían comenzado a formarse opiniones sobre ella, cosa que siempre le pasaba. Sin embargo, David al verla y estar contento de que ella esté allí rompió el hielo al ofrecerle el asiento detrás de él con una sonrisa amigable y coqueta. Pamela se sintió aliviada de tener al menos un aliado en ese lugar desconocido.
A medida que la clase avanzaba, Pamela no pudo evitar notar cómo el profesor Marco la observaba con una intensidad que la hizo sentir caliente y curiosa. Cuando llegó el momento de las presentaciones, Marco le indicó que se pusiera de pie frente a la clase. Pamela se levantó, consciente de las miradas que la seguían, y se presentó con voz firme pero suave.
Al terminar su presentación, Marco la miró con una expresión que Pamela no supo descifrar. ¿Era admiración? ¿Interés? ¿O algo más? Cuando Marco le preguntó sobre sus intereses en la física, Pamela notó cómo su tono de voz se volvía más suave, más íntimo. Era como si estuviera hablando solo para ella.
Y entonces, en un acto de audacia que sorprendió al docente, Pamela le guiñó un ojo.
El gesto fue sutil, apenas perceptible para los demás, pero Marco lo captó al instante. Un destello de complicidad pasó entre ellos, un entendimiento silencioso que dejó a Pamela preguntándose qué acababa de desencadenar.
A medida que la clase continuaba, Pamela se encontró atraída por la forma en que Marco enseñaba, por la pasión que irradiaba cuando hablaba de la belleza y la complejidad del universo. Y a medida que sus miradas se encontraban una y otra vez, Pamela comenzó a preguntarse si había algo más que una simple conexión intelectual entre ellos.
Al final de la clase, cuando Marco la detuvo antes de que pudiera salir y le pidió que se quedara unos minutos más para hablar sobre su potencial en la asignatura, Pamela supo que algo estaba definitivamente en marcha.