David sintió un impulso irresistible de hablar con ella, de hacerle un cumplido, de conocerla mejor. Así que esperó hasta el final de la clase, mientras todos se preparaban para ir a almorzar, la miró tímidamente, pero con un coraje que nunca había sentido, y dijo:
—Hola... Yo... soy David... —extendió su mano.
Ella lo miró con una sonisra amable y dijo:
—Hola, David. Soy Amanda. Encantada de conocerte —dijo, apretando su mano.
David sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Su mano era suave y cálida. Miró sus ojos y se perdió en ese azul profundo.
—El... el placer es mío —dijo, con torpeza.
—Eres bastante bueno en matemáticas, ¿verdad? —preguntó ella, soltando su mano y mirando su cuaderno, que tenía varias anotaciones.
—A... A mí me gustan las matemáticas —dijo, bajando la mirada.
—A mí también. Es mi asignatura favorita —dijo ella, sonriendo.
—¿En serio? —preguntó él, sorprendido.