Luciano, que caía lentamente de su gran salto, fruncía el ceño. Algo estaba mal.
Sabía cuánto daño solía hacer, y esos números no cuadraban. Incluso si su oponente no tuviera defensa alguna, el daño era mucho más alto.
Fue entonces cuando se dio cuenta. En lugar de desvanecerse en partículas, el cuerpo se estaba derritiendo lentamente en un charco marrón.
—¡Un señuelo de barro! —se dio cuenta.
Un segundo más tarde, una mano enorme surgió del suelo debajo de él, agarrando su cuerpo por completo. A la mano le estaba adjunto un cuerpo hecho enteramente de piedra.
El gigante de piedra emergió del suelo, cada vez más alto, hasta que se puso de pie a una altura de diez metros. Tenía dos ojos como pozos y una boca enorme y abierta.
Luciano, atascado en la mano rocosa hasta los hombros, miraba horrorizado. Este gólem de piedra solo podía ser el hechizo de una persona.