En la espaciosa oficina, dos personas se sentaban una frente a la otra cruzando una mesa de roble. El té negro humeante emitía humo blanco, y los exquisitos pasteles en la mesa se veían deliciosos. Sin embargo, ni el té ni los pasteles habían sido tocados.
Jonathan miraba a Felipe sin decir una palabra, haciendo que Felipe se sintiera incómodo.
—Adelante. ¿Para qué has venido a verme? —instigado por la voz en su auricular, Felipe habló.
—No mucho, solo quería venir y sentarme un rato. —Jonathan se recostó en su silla, tomó la taza de té, giró el té, y luego mordió un pastel. El pastel era tan dulce que tuvo que tomar dos sorbos de té para suprimir la abrumadora dulzura.
Las cejas de Felipe se arquearon, pensando que Jonathan tenía algo que discutir. Sin embargo, Jonathan no estaba jugando según las reglas.