Anastasia sacudió la cabeza, no para negar lo que Aed Ruad había dicho, sino por lo astuto que era con sus palabras. Cuán hábil era con palabras que eran como seda tejida con veneno. —¿Tener misericordia? —preguntó—. ¿Y entonces por qué has venido a Draoidh ahora? Deberías haberte mantenido alejado —dijo con voz ronca, su enojo pulsando en su sangre.
Aed Ruad se lamió los labios. —Yo— Yo— —tartamudeó—. Quería ver cómo era Draoidh. Quería ver el lugar donde vivías.
—¿En serio? Eso es interesante —dijo Anastasia—. Suenas como mi amante ahora —su tono estaba lleno de diversión.