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—Elia vio estrellas cuando él empujó de nuevo, y otra vez, un ritmo lento, pero castigador que no se detuvo incluso cuando se inclinó sobre ella otra vez, su pecho rozando su espalda, una mano debajo de ambos para amasar su pecho y él susurró:
—Ahora, suéltate. Respira, grita... haz lo que necesites hacer... pero no. Te. Resistas.
—Ella inhaló un suspiro audible cuando él se salió, y luego gritó su nombre cuando volvió a entrar. Con fuerza.
—Otra vez.
—Otra vez.
—Él gruñó, sus muslos golpeando contra ella con cada poderoso empuje, ese creciente gruñido estallando en su garganta entre ellos.
—Atrapada entre la pared de su propio placer y el poder de él, Elia tembló, cada músculo de su cuerpo encendido, pero esa ola en su núcleo creciendo y creciendo cada vez que él llegaba dentro de ella, el placer tan intenso que era casi dolor. Y aún así él no se detuvo.