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La mañana siguiente Qin Yan salió a correr. Al volver, se refrescó y se duchó. Como hoy era domingo, no tenía que salir. Así que se puso ropa cómoda de casa y decidió estudiar por el resto del día.
Justo cuando iba a preparar el desayuno, sonó el timbre. —¿Quién será tan temprano? —se preguntó.
Qin Yan entonces abrió la puerta y vio al pequeño bollo parado frente a ella. —¿Cariño? —Qin Yan recibió al pequeñín confundida en su morada.
—Papá no está comiendo desayuno. ¡Tengo hambre! —dijo el pequeñín frotándose su pequeño vientre frente a Qin Yan.
Qin Yan casi se ríe en voz alta ante la expresión del pequeño príncipe. Como él era un niño de pocas palabras, Qin Yan entendió lo que intentaba insinuar.
—Siéntate aquí primero —Qin Yan llevó al pequeño bollo al sofá en la sala—. Traeré algo de comer en un momento. —Qin Yan encendió la televisión, le pasó el control remoto al pequeño y se fue a la cocina.