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Altea estaba ayudando a los bebés a rodar cuando llegó la esperada llamada a la puerta. —Ya voy —dijo ella, y Harold asintió para tomar a los bebés en sus brazos.
Harold sacudió su cabeza con una sonrisa, arrullando a los bebés que se sobresaltaron por la separación repentina de su suave y fragante madre.
—Vamos, niños, dejen que su madre se encuentre con su amiga —dijo él gentilmente, y después de unos momentos, los bebés dejaron de retorcerse. El anciano sonrió, con arrugas formándose al lado de sus ojos, y levantó su cabeza para mirar en dirección a la puerta.
La jefa quizá no se veía tan emocionada por fuera, pero cualquiera que la conociera podía ver que sus ojos se iluminaban al escuchar el sonido y sus pasos eran más rápidos que de costumbre.
Afuera, Altea abrió las puertas con cierta urgencia. Inmediatamente, vio a la hermosa mujer con largos rizos dorados y un cuerpo curvilíneo. Aunque estaba algo sucia debido a la situación actual, seguía siendo muy atractiva.