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—¿Cómo sabes que estás enamorado? —la voz de Dolly temblaba, sonando ronca y frágil, como si las propias palabras le causaran dolor al hablar.
—Me di cuenta de que no puedo pasar ni un minuto más sin ella. Siempre está en mi mente, y cuando no la veo ni un día, pierdo la concentración. Ella es lo último en que pienso cuando me acuesto y lo primero en que pienso al despertar. ¿Qué podría ser eso, sino amor? —Steffan se recostó en el escritorio, su expresión soñadora y despreocupada.
Con cada palabra que Steffan decía, el color se drenaba de la cara de Dolly hasta que estaba pálida como una sábana. Se agarró de la pared en busca de apoyo, sintiendo que sus piernas amenazaban con doblarse bajo ella.
—Y estoy bastante seguro de que ella siente lo mismo —continuó Steffan, ajeno a la angustia de Dolly—. Incluso podríamos empezar a planificar nuestra boda pronto.