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—Sigues echándome miradas furtivas —Abel susurró en su oreja.
—¡Y tú te quedas embobado mirándome! —replicó ella.
—Lo hice —rió entre dientes Abel y admitió—. Lo hice.
—¡Dejaste una marca en mi cuello! —Dani apretó los dientes—. ¿Cómo podría replicar cuando él le respondía así?
—Lo hice a propósito. Es linda, ¿verdad? —la provocó de nuevo Abel, y luego ella sintió sus labios tocando su cuello.
—Es embarazoso —murmuró Dani con un ceño fruncido.
—Nos casaremos mañana, Dani —le dijo Abel—. Es comprensible. No tienes que avergonzarte tanto.
—Es fácil para ti decirlo ya que no eres tú quien recibe esta marca —murmuró ella, pero lo suficientemente fuerte como para que Abel la escuchara.
—Entonces aquí —Abel la desafió—, puedes darme la misma marca. Y tantas como puedas también —tragó saliva cuando él se inclinó un poco hasta que ella tuvo una vista perfecta de su cuello.