Cuando Oriana finalmente despertó, ya era tarde. Se sentó en la cama y de repente las cortinas junto a la ventana se apartaron, permitiendo que la luz del sol llenara la habitación.
Mientras tomaba consciencia de su entorno, una figura emergió de la cámara lateral, envuelta en una camisa y pantalones negros elegantes. Se paró frente al espejo, ajustando meticulosamente su atuendo. La mirada de Oriana se fijó en él, cautivada por su atractivo diabólico. Su corazón aceleró el ritmo, incapaz de resistir el tirón magnético de su presencia.
—¿Qué me pasa? —se reprendió interiormente, intentando aplacar el aleteo de su corazón. No, no soy yo. Debe ser la demonio dentro de mí, removida por la vista de este hombre apuesto. Lleva ropa oscura, y a los demonios les atraen esos tonos. Definitivamente no soy yo.
—Buenos días —una voz interrumpió su turbulencia interna, y Oriana volvió a la realidad, dándose cuenta de que él se dirigía a ella.