Rodeados de devastación, Sunny, Kai y Effie se miraron con expresiones confusas en sus rostros. Sus armas aún estaban levantadas, listas para golpear a los enemigos… sin embargo, no había enemigos alrededor.
Solo un silencio sepulcral.
Sunny observó tensamente el salón devastado, luego sacó lentamente el amuleto de esmeralda y miró a la niña con una pregunta silenciosa escrita en su rostro.
—Effie… dime… ¿hay, tal vez, un Santo durmiendo en algún lugar del templo? —Ella frunció el ceño y luego negó con la cabeza.
Sunny estaba realmente desconcertado.
—Eh… ¿quizás hay un horror indescriptible que había sido contenido por el cáliz? ¿Y lo hemos liberado? ¿O una antigua maldición? —La niña se secó el sudor de su rostro magullado y luego dijo con su suave y aniñada voz:
— Que yo sepa, no… no hay horrores. Ni maldiciones.
Sunny parpadeó un par de veces.
—Entonces, ¿qué… realmente ganamos? ¿Así nomás? —Effie lo miró un momento y luego gritó indignada: