Klara estaba sorprendida de encontrar a Irene así. Apenas la reconocía. Irene se veía aterradora. Estaba pálida, su cabello desaliñado y su rostro cubierto de lágrimas, pero eso no era lo que asustaba a Klara. Eran sus ojos. Los ojos de Irene parecían muertos, como si su alma hubiera abandonado su cuerpo. Miraba a Klara pero parecía que no la estaba mirando a ella, sino a través de ella.
Klara se preguntó qué había sucedido, por lo que entró lentamente. —¿Irene? —llamó con vacilación.
Cuando no obtuvo respuesta, se acercó lentamente a Irene. —¿Algo anda mal?
Una sola lágrima resbaló por su mejilla. —¡Él está muerto! —dijo con voz carente de cualquier emoción.
—¿Quién está muerto? —preguntó Klara confundida.
—Mi hijo. —fue casi un susurro.
¿Irene tenía un hijo? Klara no lo sabía y tampoco sabía cómo consolar a Irene.
De repente, Irene cambió su mirada y miró directamente a Klara. La mirada en sus ojos causó un escalofrío en la espina de Klara.