Les llevó unas horas llegar finalmente al planeta, y sinceramente Quinn estaba bastante satisfecho por ello por más de un motivo. Se sentía realmente incómodo entre todos los vampiros. Cuando él pasaba, le lanzaban miradas aquí y allá.
Al mismo tiempo, otros se apartarían o dejarían la habitación cuando él entrara. No es que Quinn fuera de hablar mucho ni nada de eso, pero estaba claro que lo trataban de manera diferente, y lo cierto es que él sabía que no era porque fueran groseros, sino lo contrario.
—Supongo que es lo que se siente ser Rey, ¿no? Estoy feliz de que todos en la facción Maldita me traten bien, y sorprendentemente, también estoy feliz de que él esté aquí. —Dijo Quinn, mirando a Jesk.
La nave estaba aterrizando, y Quinn esperaba bajarse en la parte trasera de la nave, donde descendería la rampa. A su lado estaba Jesk, quien parecía la única persona con la que podía hablar.