Vorden estaba allí parado, en la arena. No se había movido durante unos segundos ahora, y su cabeza estaba mirando al suelo. Desde la parte superior de su cabeza, un hilo de sangre goteaba en su frente y, poco a poco, las gotas caían al suelo.
—¿Por qué el jefe simplemente está parado allí? —preguntó Lippy.
La verdad era que Berg no podía explicarlo él mismo. Algo acerca de la persona a quien se enfrentaba hace unos segundos había cambiado de repente. Sintió la misma presencia que cuando estaba a punto de enfrentarse a uno de los ancianos de su propia familia.
Entonces, por primera vez desde ser golpeado al suelo, Vorden se movió. Levantó la mano y limpió la sangre antes de mirarla en su manga.
—Ustedes dijeron que me protegerían.
—Oye, no me mires a mí, Sil, —dijo Raten—, Vorden fue el que quedó noqueado antes de que pudiera hacer algo.
—¿Tal vez es hora de un cambio? —dijo Sil.