—De acuerdo. —Solus asintió, acariciando el borde de la espada que emitía un sonido plateado de felicidad. Ella era la única además de Lith que podía tocar a War.— Me pregunto qué tan poderosa me volvería si dominara la magia del nivel de la espada y la usara con la Furia.
Lith miró el artefacto creado por el Guardián y suspiró de envidia.
—Apuesto a que serías más fuerte que War y yo.
—Gracias. —Solus respondió con una deslumbrante sonrisa.
Lith y Solus siempre pedían a Salaark un lugar apartado para entrenar con la Magia de la Espada. Incluso un hechizo fallido cortaría las dunas en pedazos por cientos de metros, extendiendo ondas de choque que aplanaban la tierra.
No querían matar a la fauna local ni destruir la poca flora que garantizaba la supervivencia de innumerables especies. Afortunadamente para ellos, el Desierto de Sangre estaba lleno de áreas desoladas donde podían dar rienda suelta sin preocupación alguna.