Todo comenzó con el murmullo del eunuco, debía apresurarse, tenía que llegar a aquella torre en el paso del príncipe que le fue mencionada.
A pesar de la repulsión que sentía por la Araña, Varys, no era posible para Eddard Stark desperdiciar la única pista que obtuvo sobre el destino y ubicación de su hermana.
La casa Stark había sido la que más daño sufrió a causa de la familia real Targaryen. Ya fuera su padre, Lord Rickard Stark, o su hermano mayor; Brandon Stark, acabaron muertos a causa de los dragones. Incluso Lyanna, su hermana adorada fue secuestrada por el príncipe Rhaegar.
Pero aun así, el destino de los niños del príncipe era algo evitable, sus muertes, condenables, y la reacción de Robert cuando le presentaron los cuerpos de la pequeña princesa de solo tres onomásticos, y el pequeño príncipe que aún era un bebe de pecho, ambos brutalmente asesinados, la sonrisa a penas contenida en el rostro de su hermano por elección, y sus palabras en respuesta cuando lo había confrontado.
Ya no reconocía a su amigo, si esa era la verdadera naturaleza de Robert, entonces, si recuperaba a Lyanna, Ned haría cualquier cosa para mantenerla a salvo del Venado en el Trono de Hierro.
Infanticida, Asesino de Parientes, Usurpador. Todo ello era atribuible al hombre que había considerado su hermano una vez, el hombre junto al que había crecido en el Valle.
Ned cabalgaba en un grupo de siete mientras reflexionaba, sus más leales y cercanos le acompañaban. Se solía decir que es en el campo de batalla donde conoces a tus verdaderos amigos, y a Eddard Stark aquello no podría parecerle más cierto.
El orgulloso Martyn Cassel; el fiel Theo Wull; Ethan Glover, que había sido escudero de Brandon; Ser Mark Ryswell, de verbo amable y corazón bondadoso; el lacustre Howland Reed más amigo de Lyanna que suyo; Lord Dustin a lomos de su semental alazán.
Las montañas rojas de Dorne yacían a frente a ellos cuando la pequeña torre de piedra rojiza apareció ante a sus ojos.
Al frente, aguardando por ellos, se encontraban tres hombres vestidos con armaduras y capas blancas, interponiéndose entre Ned y la entrada de la torre. Habían estado esperando ante la torre redonda, con las montañas rojizas de Dorne a sus espaldas, las capas blancas ondeando al viento. Ser Arthur Dayne, la Espada del Amanecer, con una amplia sonrisa en los labios. La empuñadura de su mandoble, Albor, le asomaba por encima del hombro derecho. Ser Oswell Whent tenía una rodilla hincada en el suelo y afilaba su hoja con una piedra de amolar. En su yelmo blanco, el murcielago que era el emblema de su Casa desplegaba las alas negras. Entre ellos se encontraba el torvo Ser Gerold Hightower, el Toro Blanco, Lord Comandante de la Guardia Real.
—Os busque en el Tridente —les dijo Eddard Stark.
—No estábamos allí —replico Ser Gerold.
—De haber estado el Usurpador ahora lloraría lágrimas de sangre —dijo Ser Oswell.
—Cuando cayó Desembarco del Rey, Ser Jaime mato a vuestro rey con una espada dorada. ¿Dónde estabais entonces?
—Muy lejos —dijo Ser Gerold— De lo contrario Aerys seguiría ocupando el Trono de Hierro, y nuestro falso hermano ardería en los siete infiernos.
—Baje a Bastión de Tormentas para levantar el asedio —les dijo Ned— Lord Tyrell y Lord Redwyne rindieron sus pendones, y todos sus caballeros se arrodillaron para jurarnos lealtad. Estaba seguro de que os encontraría entre ellos.
—No nos arrodillamos tan fácilmente —señaló Ser Arthur Dayne.
—Ser Willem Darry ha huido a Rocadragón con vuestra reina y con el príncipe Viserys. Pensé que habríais embarcado con ellos.
—Ser Willem es un hombre bueno y honesto —dijo Ser Oswell.
—Pero no pertenece a la Guardia Real —señaló Ser Gerold—. La Guardia Real no huye.
—Ni entonces ni ahora —dijo Ser Arthur. Se puso el yelmo.
—Hicimos un juramento —explicó el anciano Ser Gerold.
Los seis norteños y el joven señor de Invernalia se alinearon encarando a los tres caballeros. Con el acero desnudo ya en sus manos, atentos a los movimientos de los últimos tres miembros de la Guardia Real de Aerys Targaryen.
—Y esto va empezar ahora mismo —dijo Ser Arthur Dayne, la Espada del Amanecer. Quien desenvaino a Albor y la sujeto con ambas manos. La hoja era blanca como el vidrio lechoso; la luz hacía que pareciera tener vida.
—No —contesto Ned con la voz entristecida— Esto va a terminar ahora mismo.
Los diez contendientes chocaron entre sí, tres de ellos con prístinas capas blancas mientras hacían frente a los siete norteños vestidos con cuero endurecido y pieles.
La cacofonía del acero como una melodía salvaje resonó a las afueras de aquella torre. Pero pronto el acero se mezclo con gritos y gemidos de dolor cuando el acero lograba hendir la carne y arrebatar vidas.
El Toro Blanco, Ser Gerold Hightower se enfrentaba a dos hombres a la vez, Lord Dustin y Martyn Cassel a duras penas mantenían al viejo caballero a raya.
Theo Wull y Ethan Glover hacían frente unido contra Ser Oswell Whent, y el Murciélago Negro se enfrentaba a ellos con una sonrisa o más bien una mueca burlesca en el rostro.
Ned y Ser Mark Ryswell por su parte se batían contra la Espada del Amanecer, el caballero de Campoestrella parecía estar jugando con ellos. Solo parando sus golpes con una mirada resignada cargada de dolor y tristeza.
Howland se mantenía atento a todos los combates, el menudo lacustre no era tal para enfrentar caballeros de frente, pero su arco, sus flechas y dardos eran igual o más letales que cualquier acero.
—La princesa Lyanna nos advirtió que vendrían a buscarla. —dijo el torvo Lord Comandante, mientras paraba cada estocada haciendo poco o ningún esfuerzo.
—Ella pidió que no los enfrentáramos —continuo Ser Arthur Dayne.
—Pero es nuestro deber, tenemos que estar seguros —complemento Ser Oswell.
Sus palabras tomaron a los norteños desprevenidos, y ninguno de ellos estaba más impactado que Eddard Stark. Princesa la habían llamado. Lyanna una princesa. Pero significaría… No, no era posible… ¿O lo era?
—Por la seguridad del joven rey —dijo a continuación Ser Gerold.
—Debemos saber si podrán protegerlo —continuo Arthur.
—Pues mientras el Usurpador se siente en el Trono de Hierro; no parara hasta que todos los Targaryen yazcan muertos a sus pies.
—Tendréis que jurar. —continuo el Lord Comandante.
—Jurad, que lo protegeréis —añadió Ser Arthur— que lo pondréis en el Trono que es suyo por derecho.
—Jurad ahora, o morid. El Rey estará a salvo de todas formas —termino Ser Oswell.
Durante todo el intercambio, ni por un instante el combate se interrumpió. Ned se dio cuenta, en el momento en que se presentaron ante esta torre; él y sus compañeros habían perdido. Su decisión ahora dictaría si conocerían a los dioses este día o no.
Los norteños eran hombres duros como la tierra en que habitaban. Fieles a sus juramentos, ya se habían arrodillado ante Robert, si accedieran ahora estarían cometiendo perjurio.
Todos parecían haber llegado a sus propias conclusiones.
—Vine aquí por Lady Lyanna. —comenzó Howland Reed— Ella es mi amiga, y si esto es por su hijo, yo Lord Howland Reed, Señor de Atalaya de Aguasgrises. Juro por los Antiguos Dioses que protegeré al hijo de Lyanna, al Rey Legitimo, y que cuando llegue el momento, el Cuello y todos los lacustres estaremos de su lado cuando reclame su derecho de nacimiento.
Ned vio a Howland arrojar sus armas a un lado y alejarse de los combates a la espera de que el resto del grupo tomara sus decisiones.
—Nosotros estamos aquí para vengar la muerte de Lord Rickard y de Lord Brandon, no peleamos una guerra para hincar la rodilla ante otro dragón — fue la respuesta de Mark Ryswell, y a su lado Ethan Glover asentía.
Al escuchar tal respuesta Ser Arthur Dayne dejo escapar un suspiro de pesar. Y en un breve movimiento, Albor corto a través de del pecho de Mark, y la espada del Murciélago Negro perforaba la garganta de Ethan Glover.
Al ver aquello, los norteños restantes cargaron a ciegas, enardecidos al ver morir a sus compañeros.
Ned estaba listo para continuar el combate, él no se convertiría en un perjuro. Ya había declarado en favor de Robert e incluso si el hombre no era verdaderamente bueno, los Stark siempre respetaban sus juramentos.
Fue menos de un minuto, y ahora solo Eddard estaba de pie frente a los tres Guardias Reales, pero los otros dos solo miraban mientras Hielo se cruzaba una y otra vez con Albor.
—Eres un gran espadachín, Stark —comento Ser Arthur— pero entiendes que al rechazar jurar en nuestros términos estas ayudando a usurpar a tu sobrino, al no protegerlo de Robert es lo mismo que convertirte en su verdugo. Que eso te convertirá en un Mata Parientes.
Esas palabras perforaron el corazón de Ned como una daga calentada al rojo. No era solo traicionar a su sobrino, sino también a Lyanna. Él no podía hacer eso. No se rebajaría a traicionar a su familia, a su sangre.
Ned retrocedió y envaino a Hielo, con los ojos fijos en los tres capas blancas.
—Yo no jurare ante ustedes. Antes déjenme ver a mi hermana y luego yo… —había comenzado a decir, pero fue interrumpido por un grito. Un grito de mujer, un grito de dolor y angustia.
—¡NED!
Era Lyanna que lo llamaba desde la torre. Eddard Stark sin siquiera dirigir otra mirada a los caballeros de la Guardia Real se apresuró a la Torre seguido por Howland Reed.
Tras subir por las escaleras hasta la recamara de su hermana, Ned fue recibido por el olor de la sangre, rosas y muerte.
Al entrar pudo ver a Lyanna una niña mujer de solo dieciséis onomásticos acostada sobre un lecho de sangre y rosas azules con los pétalos ya secos y marchitos. Una mujer, probablemente una partera estaba también allí, con un pequeño bulto envuelto en tela que se apresuró a poner en los brazos de la Loba de Invernalia.
—Oh, pequeño… lo lamento tanto — dijo Lyanna mientras acunaba lo que parecía ser un bebe, luego dirigió su miradas hacia Eddard y el reconocimiento y alivio se reflejaron en su rostro— Ned… ¿realmente eres tú? Me alegro tanto de que estes aquí. —ella continúo hablando sin darle tiempo a su hermano mayor a responder— Ned, no sabes cuanto lo siento, padre… y Brandon. No sé lo que paso, les envié cartas Ned, Rhaegar también envió cartas… ¿Qué hay de los Tully? Lord Hoster supo de nuestra boda, pasamos por Aguasdulces antes de ir a la Isla de los Rostros. Entregue una carta a la propia Lysa, ella prometio que se la daria a Brandon, ¿quizas simplemente lo olvido? —la voz de Lyanna estaba cargada de incredulidad y debilidad, se esforzaba por hablar con las poca energía que le quedaba— Ned, necesito que me prometas algo, es muy importante.
Eddard miraba a su hermana en shock, tanto por su estado, jamás la había visto tan débil, y por lo que acababa de oír. No era posible, si esas cartas fueron enviadas, si las hubieran leído, si no había sido un secuestro… Todo… todo se había podido evitar.
—Claro, Lya. Lo que quieras, lo que necesites que haga, lo hare.
—Tienes que cuidar de él, Ned. No me queda mucho tiempo, no sobreviviré lo se. —Lyanna miro directamente a los ojos de Ned mientras hablaba, y cuando vio su expresión de negación y desesperación le dolió el corazón— Ned, por favor, no hay nada que hacer. No seré la primera mujer en morir de parto, y mucho menos la última. Pero puedes hacer algo por mí, una última cosa, solo quiero que me prometas Ned, que me prometas que lo cuidaras, que lo protegerás, lo mantendrás a salvo, a salvo de Robert, no puedes dejar que Robert le haga lo mismo que les hicieron a sus hermanos. No dejes que mi pequeño Aemon muera igual que sus hermanos, no puede compartir el destino de los hijos de Elia. Por favor, prométemelo Ned.
La desesperación de su hermana fue demasiado para Ned, no había forma de que se negara.
—Yo, lo prometo Lyanna. Lo prometo.
Lyanna parecía aliviada y resignada, a partir de ese momento pareció dejar de resistirse a la muerte, Ned hablo con ella hasta que la Loba de Invernalia cerró los ojos para no volver a abrirlos. Eddard no supo cuánto tiempo estuvo allí, cuanto tiempo había pasado, pero fue Howland Reed quien lo hizo separar sus dedos de los de Lyanna. Mientras Ser Arthur tenía al pequeño bebe, Aemon Targaryen en sus brazos.
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