—Nora… Smith…
Cherry, que en un principio tenía la cabeza agachada mientras jugaba con el teléfono móvil, señaló el cartel que tenía Anthony en la mano y leyó el nombre escrito en él con su joven y tierna voz. Luego, preguntó emocionada: —¿Lo logré?
La niña había crecido en el extranjero y se encontraba aprendiendo a leer y escribir.
Nora le frotó la cabeza y dijo con voz fría y melodiosa: —Sí, lo lograste.
Anthony quedó deslumbrado por la sonrisa despreocupada que se dibujó en la comisura de sus labios. «¿Cuándo llegó una belleza tan impresionante a California? ¡Era incluso más hermosa que esas celebridades de la lista B!», pensó.
Nora se mostró indiferente ante el ardiente fervor de sus ojos. Cherry, por su parte, parpadeó y preguntó:
—Señor, ¿ha venido a…?
Antes de que pudiera decir «buscarnos». Anthony se apresuró a tirar la pancarta detrás de él y la interrumpió: —Por supuesto que no, pequeña. No tengo nada que ver con esa maldita gorda.
Un toque de desdén apareció en los grandes ojos de Cherry.
—Señor, es usted tan lamentable por ser ciego a tan temprana edad —dijo con un suspiro. ¡¿Cómo podía pensar que su madre era gorda?!
Sus palabras aturdieron a Anthony por un momento. Aprovechando la oportunidad, Nora se adelantó y abandonó el lugar con desdén. Anthony quiso ir tras ella, pero su asistente le detuvo: —Sr. Grey, no olvide las instrucciones del viejo señor.
Anthony miró a Nora de espaldas e hizo un comentario despectivo: —¿Qué maravilloso sería si esa monstruosidad de Nora fuera siquiera la mitad de hermosa que esas hermanas? Habría soportado sus payasadas de entonces y habría decidido no cancelar el compromiso.
- —
En el Hotel Finest, un hotel de la Corporación Hunt.
En la suite presidencial, Nora miró su teléfono móvil después de que Cherry se acostara y se durmiera. Ya había siete u ocho llamadas perdidas de los Smith. Y cuando las devolvió. escuchó los furiosos insultos de su padre.
—Nora, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué no contestas? ¿No estabas armando un gran alboroto por la ruptura del compromiso? ¡Trae tu trasero aquí de inmediato, y deja de hacer perder el tiempo a tu hermana menor y a Anthony cuando tienen algo que hacer!
Al padre de Nora le resultaba imposible desprenderse de los Grey después de haber ascendido en la escala social y haber establecido una conexión con una familia tan prestigiosa. Por eso también había insistido en no romper el compromiso.
En ese momento, los Grey al fin habían cedido y aceptado que su hermanastra fuera la que se casara con la familia. El padre de Nora no perdió nada con eso. Fue entonces cuando las dos familias llegaron a un acuerdo.
—Ahora voy —respondió Nora, desinteresada.
Confió a Cherry a la señora Lewis, la niñera que había ido con ella a Estados Unidos, y salió.
Cuando estaba esperando el ascensor, oyó de repente unos pasos suaves. Se giró y vio a una niña vestida con un pijama de seda gris, con el pelo corto despeinado, de pie en el vestíbulo del ascensor y con ojos soñolientos. Cherry tenía el pelo corto y sus exquisitos y adorables rasgos faciales hacían difícil distinguir si era un niño o una niña.
Cuando vivían en el extranjero, abrazaba a su madre cada vez que salía. Por lo tanto, no pensó mucho en ello. Se puso en cuclillas y abrazó y la besó en la frente. Habló en tono bajo y suave: —Te traeré un mousse esta noche, cariño. Vuelve a tu habitación ahora.
Los ojos de su hija, que en general eran rápidos, se aturdieron por un momento. De seguro tenía tanto sueño que se había atontado un poco. Luego, bajo su mirada, asintió, se dio la vuelta y regresó.
Estaban alojadas en la suite presidencial de lujo superior, y solo había dos habitaciones allí. Aparte de la que estaban ocupando, se decía que los Hunt habían dejado la otra para ellos, por lo que no estaba abierta a los extraños. Era probable que no haya nadie alojado allí en ese momento.
¡Ding! Llegó el ascensor. Nora entró enseguida. Así, no vio abrirse la puerta de la otra suite presidencial.
Salió una figura alta y erguida. El hombre estaba de espaldas a la entrada del ascensor. Su voz era baja y profunda, y tenía un aura a su alrededor que era difícil de ignorar. Le ordenó al niño: —Vuelve a tu habitación, Pete.
Pete Hunt, de cinco años, miraba en dirección al ascensor. El suave abrazo y el beso en la frente de aquella señora hacía que incluso él, el único nieto de los Hunt, se sonrojara.
El rostro de Pete se tensó con fuerza. Había sido educado de forma estricta desde que era un bebé. Incluso había que calcular el valor nutricional de sus comidas. Sin embargo, un fuerte deseo surgió de repente en el chico que siempre había ejercido el autocontrol: —
Quiero comer pastel de mousse.
—…
Justin Hunt lo miró y lo llevó a la habitación de la mano. Exudando un aura gélida que alejaba a la gente de él, se dirigió al portátil y continuó la videoconferencia. La persona que tenía enfrente le dio su informe:
—Sr. Hunt, hemos confirmado que Anti ha vuelto a Estados Unidos. Además, acabamos de comprar una fotografía de ella a un alto precio. Se la enviaré enseguida.
Los finos labios de Justin se separaron un poco, y escupió una sola palabra: —¡Encuéntrenla!
- —
La villa de los Smith estaba muy iluminada.
Fuera, Nora escuchó el aviso la cerradura digital: «Error de entrada». Y sus labios se curvaron en una sonrisa burlona.
La contraseña había sido cambiada, pero ella, la hija de los Smith, ni siquiera lo sabía.
Bajó la mirada sin emoción, levantó su teléfono móvil y abrió algo. Luego, lo colocó en la cerradura digital. Unos segundos después, la puerta se abrió con un clic.
El animado ambiente de la sala de estar se precipitó hacia ella, y la multitud que circulaba le hizo comprender que era el cumpleaños de su hermana menor, Angela Smith. Al ver que nadie se había fijado en ella, encontró un sofá en un rincón y se sentó, con la intención de echarse una siesta.
Sin embargo, un grito grave llegó desde donde nadie miraba. Unos jóvenes habían rodeado a una chica y la estaban agrediendo.
Angela, que llevaba un vestido azul, sostenía una copa de vino tinto y miraba con desprecio a la chica que había sido empujada al suelo. Era su prima, Lisa Black, que siempre había estado en buenos términos con esa maldita gorda, Nora.
¡Zas! Alguien le dio a Lisa una fuerte bofetada.
—¿Acabas de decir que la gorda es bonita? Debe haber algo mal en tus ojos. Haré que funcionen mejor…
¡Splash! La persona agarró un vaso con condimentos picantes y se lo salpicó a Lisa en los ojos.
—Ese monstruo feo parece un cerdo. ¡Ni siquiera se puede comparar con uno de los dedos de Angela! ¿Cómo puedes decir que es bonita?
Lisa quería gritar por el dolor ardiente, pero alguien le había tapado la boca, así que solo podía producir gritos ahogados por el dolor.
Angela se puso de repente en cuclillas. Sacó una foto de Nora en su época con mayor sobrepeso y jugó con ella en sus manos.
—Eh, están siendo demasiado agresivos…
Cuando los demás la oyeron, se rieron y soltaron a Lisa, que se cubrió los ojos rojos e hinchados con la mano.
—Por favor, déjenme en paz…
Ángela sonrió: —Actuemos de forma más refinada y hagamos una apuesta.
La débil voz de Lisa salió de su garganta: —¿Qué tipo de apuesta?
Angela señaló la foto y apostó: —Si puedes demostrar que es guapa después de perder peso, me comeré esta foto. Si no puedes hacerlo, entonces te la comerás. ¿Qué te parece? ¿No es justo?
El resto explotó en carcajadas
—¿Pero qué vas a hacer si esa gorda sigue igual?
—Por una apuesta, ¿se va a hacer una liposucción solo para demostrar que su aspecto no se debe a su peso? Jajaja...
—Lisa, no tienes ninguna manera de probar que ella se verá bien después de adelgazar, así que...
—¡Cómete la foto! ¡Cómete la foto!
Todo el mundo aplaudió y armó un escándalo. Ángela le puso la foto en la cara e insistió: —¿Te la vas a comer tú o quieres que te ayudemos?