Julie seguía paralizada.
Nada cambiaba las cosas, o bueno, tal vez si para ella. Primero quería salir de aquí y proteger a su amigo como nunca, y ahora, no quería apartarse de esa extraña hada que los secuestró. Una sonrisa se formó en el rostro de la chica, quizá era imprudente, pero qué más daba cuando el amor de tu vida estaba frente a ti, lo más seguro para llevarlos a su final. ¿Acaso sus instintos se habían equivocado? ¿Era posible un error en cosas como estas?
Le agradecía a Dios que ni su manada ni ella estuvieran en su forma lobuna. Se estarían burlando de ella, aunque, eso no descartaba que en algunas horas se terminaran enterando de ello. Silas la miró. Y eso bastó para que Julie se derritiera en esa sexy mirada. De todas las personas y criaturas del mundo vino a imprimarse en él. Eso significaba que él también encontraba a Julie hermosa…Al menos así había sido con los casos de su manada anterior. El novio de Jennyfer estaba tan obsesionado con ella que no paraba de inventar una futura boda a sus amigos. Julie se preguntaba si eso mismo pasaría con él y ella.
La gente decía que se sentían mariposas en el estómago, y cuando experimentó eso con Beau creyó fielmente que él era para ella. Sin embargo, ahora, aquí caminando cerca de Silas, supo que las mariposas no eran las únicas revoloteando dentro de ella. Soltó un grito interno. Ahora se cuestionaba si Silas era malo o en realidad solo seguía órdenes de su rey y en el fondo quería ayudarlos. Eso le dio esperanzas a la chica.
Una vez más, ella sonrió mientras veía a esa hada pelirroja de mirada exquisita.
Él le devolvió una, aunque discreta, sonrisa muy amigable.
Sin que se dieran cuenta, habían llegado a alguna clase de castillo. Era enorme, un amplio espacio grande y acogedor, que más que parecer diseñado según un plano, daba la impresión de haber sido excavado naturalmente en la roca por el paso del agua y los años. A través de puertas entreabiertas, Julie, Seth y Leah vislumbraron pequeñas habitaciones idénticas, cada una con una cama ya con sus sábanas, una mesilla de noche y un gran armario de madera abierto. Pálidos arcos de piedra sostenían los techos elevados, muchos de ellos intrincadamente esculpidos con figuras pequeñas. Repararon en ciertos motivos que se repetían: hombres y lobos, lunas y estrellas.
Las personas que caminaban por los pasillos del lugar tenían apariencia de guerreros, su semblante indicaba lo apegados que estaban a la guerra. Incluso en algunas paredes había armas nórdicas colgadas. Al doblar la esquina, avanzaron despacio por un pasillo, Julie venía arrastrando una de sus manos por la pared. El papel de la pared, de aspecto victoriano, estaba descolorido por el tiempo, con restos de color Burdeos y gris pálido. Ambos lados del corredor estaban bordeados de armas. Llegaron a una entrada cuya puerta estaba abierta de par en par. Atisbando al interior, vieron a un gentío que disfrutaba de la compañía de sus prójimos, riendo, comiendo y/o entrenando.
Una larga mesa abarcaba gran parte de la habitación, e hileras de sillas estaban ocupadas y rodeando la mesa con los restos de comida que quedaban. Un arpa sonaba desde el centro de la habitación; Seth miró al chico que estaba sentado tocando el arpa, las manos de aquel sujeto se movían con delicadeza sobre ella. Iba descalzo, vestido con unos vaqueros y una camiseta gris, los cabellos leonados alborotados alrededor de la cabeza, como si acabara de levantarse pero aun así se viera atractivo. Al contemplar los suaves y seguros movimientos de sus manos sobre el arpa, Seth se preguntaba qué se sentiría al ser alzado por aquellas manos, con los brazos sujetándolo y las estrellas precipitándose alrededor de su cabeza, como una tormenta de oropel dorado.
Seth no se percató del momento en el que los demás se habían movido, hasta que uno de los soldados de las hadas se regresó para que avanzara. Sin duda debió de hacer algún ruido, porque el chico al que admiraba se volvió sobre sí, pestañeando en dirección hacia él. Seth estaba tan apenado que no volvió a mirar en su dirección, enfocándose en el camino que debía de seguir. Delante de él estaban Julie y Leah dándole un estrechón de manos a un sujeto que no aparentaba más de veinticinco años. Tenía una barba completa, Sam alguna vez le había dicho que la gente que usaba ese tipo de barba le ayudaba a cubrir imperfecciones de la cara. El dato le provocó una risita que hizo que el hombre enfocara su mirada en él.
De todas formas, no parecía nada amenazador como lo eran las hadas, no quería ni saber cómo sería su rey. Agradecía por eso.
—Tú debes ser Seth —dijo el hombre extendiendo su mano. Seth la tomó pero de su boca no salió nada—, yo soy Érico Basurto.
El nombre era muy raro, si Silas le parecía extraño, éste era el doble.
—¿Eres portugués? —preguntó el chico.
Érico se encogió de hombros, con la misma sonrisa de oreja a oreja.
—Así es, y con doscientos dieciséis años recién cumplidos.
Julie y los Clearwater se quedaron con la boca abierta, en ninguno de los tres cabía que esos doscientos años cupieran dentro de un chico que no aparentaba ni la edad de un joven. Cuando Érico vio como lo miraron, se comenzó a reír; eso le agradó bastante a Seth, pues nunca había conocido a alguien con ese sentido del humor y que a la vez fuera tan amable y sociable.
—Incluso para ser un lobo te conservas muy joven —dijo Leah.
—Esperen, ¿él es un hombre lobo? —Érico asintió—. Eso significa que todos aquí son hombres lobo.
El hombre volvió a asentir y Seth sonrió. Se volvió para mirar al chico del arpa y éste también lo estaba mirando, ambos se sonrojaron pero Seth parecía estar más nervioso porque ese chico podría tener cien o más años que él. ¿Podría considerarse como pedofilia?
—Y respondiendo a tu pregunta —le dijo Érico a Leah—, cuando vives en tierra de hadas, el tiempo como lo conocemos no existe.
—¿Tienen una alianza? —preguntó Julie.
Érico negó.
—Vivimos aquí por un tratado que pactamos hace años…
Leah se rió.
—Al parecer a los lobos se nos da bien por firmar tratados —le susurró a su hermano y él igualmente se rió junto con ella.
—…Aunque creo que ellos ya no quieren seguir con él; por eso Adão no está aquí —suspiró—, pero en lo que llega podemos probar la bendición de tu hermano.
Leah asintió a la vez que su hermano se ahogaba con su propia saliva.
—¿Disculpa? —Cuestionó el chico— ¿Quién es Adão y por qué quieren probar una bendición que ni yo sé cuál es?
—Adão es el alfa de esta manada y el hermano de Érico. Cosa que no escuchaste porque estabas embobado con la comida que rodeaba el arpa…—Seth sabía que su hermana se refería al chico—…y ellos quieren ayudarte con tu bendición justo por esa razón.
Érico aplaudió una sola vez y el chico del arpa dejó de tocar. Colocó el instrumento con cuidado en su lugar y caminó en su dirección.
—Chicos, les presento a Valter, es de los mejores conocedores sobre las bendiciones.
Teniéndolo más de cerca Seth notó que era muy alto, con un cuerpo atlético y bien marcado. Su cabello era rubio y se le rizaba detrás de las orejas; tenía una cara angulosa, con una boca estrecha y mirada seductora. Sus ojos eran notoriamente color miel y aleonados. Seth creía que su tipo eran pálidos y con colmillos, pero ¿por qué querer algo como eso, si existía Valter? El chico se pasó los dedos por los cabellos, apartándose desaliñados rizos de los ojos, antes de estirar su mano en forma de saludo.
—Valter, él es Seth, ¿podrías llevarlo a él y a su hermana a la sala de entrenamiento…?
—En realidad yo tengo mucha hambre —se excusó Leah—, me gustaría comer un poco, no creo que les moleste ir solos.
Valter sonrió.
—Para nada.
—Bien, entonces, Julie ¿pasas al comedor con nosotros? —preguntó Érico.
Julie negó con la cabeza y miró hacia la nada.
—En realidad solo necesito un respiro, me gustaría estar a solas.
La chica no entendía como ellos podían estar aquí tan tranquilos mientras Beau podía estar ahora mismo siendo asesinado. Las hadas seguían ahí así que no sería fácil escabullirse, ahora mismo lo que necesitaba era pensar antes de actuar.
—Quizá quieras ir a nuestro prado mágico —dijo Érico—, yo mandaré a alguien en cuanto mi hermano llegue.
—Eso sería asombroso, ¿dónde queda?
Silas apareció de la nada. Julie quedó petrificada ante su aparición, no lo había escuchado hablar en un buen rato que hasta llegó a pensar que se había ido.
—De hecho no te puedo dejar sola.
—¿Y por qué no?
Silas agachó la mirada.
—No lo sé. Solo sigo… órdenes —la última palabra sonó tan falsa que Julie sabía que quiso decir otra cosa—. Yo puedo llevarte al prado mágico, ¿si así lo deseas?
Sus soldados lo miraban con extrañeza. Este comportamiento no era el apropiado para un caballero de la corte de las hadas, menos si Julie era su prisionera. Sin embargo, ni él ni ella se fijaron en lo que dijeran los demás. Ella asintió con la cabeza y después dejó que el hada la guiara por el sendero.
En el camino, las pequeñas habitaciones, vacías u ocupadas, que atravesaron en su camino al prado mágico parecían tan desiertas como escenarios teatrales; como si el mobiliario estuviera cubierto con telas que se alzaban bajo la tenue luz cual iceberg saliendo de la niebla, todo siendo producto de la forma en la que el mundo desaparecía cuanto más cerca y sola estaba con Silas.
Cuando Silas abrió una puerta que daba hacia el exterior, el aroma golpeó a Julie con la suavidad del zarpazo enguantado de un gato: el intenso olor oscuro de la tierra y el aroma más potente y jabonoso de las flores que se abren justo cuando la noche comienza, su hermana mayor le había enseñado los nombres de algunos tipos de flores, logró reconocer unas cuantas, pero hubo otras que en su vida había visto, como una planta que lucía una flor amarilla en forma de estrella y cuyos pétalos estaban cubiertos de medallones de polen dorado. A través de la maleza pudo ver unas luces aparecer, brillando como frías joyas.
—¡Vaya! —Se fue volviendo despacio, absorbiéndolo—. Esto es muy hermoso.
Silas sonrió.
—Y es sólo para las hadas y lobos de Elfame. Aunque ahora mismo solo es de nosotros dos.
Julie se estremeció, aunque no tenía nada de frío.
—¿Qué clase de flores son estas?
Silas se encogió de hombros y se sentó, con cuidado, junto a un lustroso arbusto morado, salpicado todo él de capullos firmemente cerrados.
—Ni idea. ¿Crees que soy un hada del bosque? No es mi deber saber de botánica. Ni tampoco necesito saber esas cosas.
—¿Solo necesitas saber cómo matar y secuestrar personas?
Él alzó los ojos hacia ella y sonrió. Parecía un ángel pelirrojo con la apariencia de James Dean, excepto por esa piel azulada.
—Eso es cierto. —De la pantorrilla se zafó una daga medieval con vaina azul (como todo su demás armamento del hada) y se la ofreció—. También —añadió—, se lanzar dagas hasta con los ojos vendados. Ésta es mi favorita.
Julie sonrió a regañadientes y se sentó frente a él. El suelo lleno de esa tierra oscura resultaba frío en contacto con sus piernas, pues solo llevaba puestas unos bermudas, pero era agradable después de haber estado encerrada en una jaula dura y con un piso de piedra. Silas sacó una bolsa de papel de uno de sus miles de bolsillos, en ella había unas manzanas, una barra de chocolate de forma irregular —casera— y una botella metálica llena de agua.
—Parece que venías preparado —bromeó ella con admiración.
La chica seguía admirando la daga que le había dado Silas, era azul en su totalidad a excepción de un rubí que estaba colocado en el centro de la misma. De otro de los innumerables bolsillos del interior de su uniforme, Silas sacó un cuchillo con mango de hueso —en tonos azules—, que parecía capaz de destripar a un oso pardo (incluso a ella en su forma lobuna) y se puso a trabajar en las manzanas, cortándolas en meticulosas porciones.
—Bueno, no es como tal un botín —dijo, pasándole un pedazo—, pero espero que esto te ayude a buscar la relajación que pedías.
—Esto era lo que buscaba, así que gracias.
Le dio un mordisco. La manzana sabía muy bien y estaba fresca, mucho mejor que cualquier otra manzana que hubiera probado.
—Nadie puede funcionar correctamente sin algo de paz y silencio de vez en cuando —Silas estaba mondando la segunda manzana, cuya piel se desprendía en largas tiras curvas—. O al menos eso es lo que dice mi hermana… y estoy seguro de que también lo dijo un tal Christopher Paolini. Ella solía llevarme a la llanura cuando era un niño, me decía que no importaba cuantos problemas hubiera en mi cabeza, siempre había tiempo para darse un respiro.
—¿En serio decía eso? —Julie lanzó una carcajada—. Cuando yo era una niña, mis hermanas decían que la mejor manera de relajarse era yendo de compras.
—No sé a qué se referían tus hermanas, pero cuando yo tenía… —se detuvo—. Cuando yo era un «Puberto» la pareja de mi hermana nos llevó a una selva a cazar panteras.
—Pero solo fuiste a observar, ¿no es así?
—No, ese es el quid. Me dejaron. Dijeron que serviría de algo que yo comenzara a practicar y que no me costara más adelante, las siguientes horas ya ni prestaban atención a las locuras que cometía tanto a los árboles como a los animales, claro que tampoco quería que eso pareciera un matadero, así que solo… —volvió a frenarse y se encogió de hombros—. Los atontaba un poco.
«Atontaba», pensó Julie.
—¿Qué tal estuvo ese día? —dijo.
—Rarísimo.
—Apuesto a que sí.
Julie intentó imaginarle de niño, riendo totalmente, cazando hasta a una pobre serpiente enroscada en alguna rama de la selva mientras él la utilizaba como liana. La imagen no quiso formarse. Ya que Julie jamás había escuchado de ningún hada que cazara, sin importar si era por diversión o no, ellas eran fanáticas de la naturaleza, veganas y si podían evitar comer por un largo tiempo, lo hacían. Y aun así, podían mantenerse sanas y fuertes.
—Seguro has estado en miles de lugares.
—Correcto.
—¿Has estado en un colegio?
—No —respondió, y ahora hablaba despacio, casi como si se aproximara a un tema que no quería discutir.
—Pero tienes amigos, ¿no?
—No tengo amigos —repuso—. Excepto mi hermana. Ella era todo lo que necesitaba.
Ella le miró fijamente.
—¿Ningún amigo?
Él sostuvo su mirada con firmeza.
—Hay secretos que siempre deberás guardar.
—Pero también hay secretos que nos unen.
Guardó silencio mientras se quedaba con su mirada perdida en la nada.
—Mi hermana es una mujer que nunca olvida a nadie, así que se quedó de ver con un tal Conan —explicó—, yo había cumplido los veinte años hacía unos días, lo tuve que tratar…fue la primera vez que me encontraba con otra persona de mi misma edad. La primera vez que tenía un amigo.
Julie bajó la mirada. Una imagen se formaba en aquel momento, inoportuna, en su cabeza. Pensó en ese tal Conan, trataba de darle forma a ese chico nuevo, un hada seguramente. La chica se sentía mal porque hasta ahora no había conocido a ningún hada (de los soldados que los atraparon) que viera a Silas como un amigo y no como su líder.
—No me tengas lástima —siguió Silas, como adivinando sus pensamientos, aunque no había pasado por su cabeza sentir lástima por él—. Mi hermana me dio la mejor educación, el mejor adiestramiento. Cuidaba de mí aunque no era su deber, me quiso desde que aparecí en su vida y cuando se enteró de que…—Nuevamente se detuvo, el secreto que bien guardaba estaba plasmado en todo su pasado—. Me llevó con ella por todo el mundo. Brasil. Francia. San Petersburgo. Egipto. Adoraba viajar con ella aunque conocía muy bien el porqué de ellos. —Sus ojos estaban sombríos—. Por ahora debo mantenerme a raya y continuar en este lugar. En ningún lugar aparte de Elfame.
—Tienes suerte —repuso Julie—. Yo no he salido de Forks en toda mi vida. Hasta hace un par de días. Mi padre decía que no teníamos por qué salir de allí cuando teníamos todo lo necesario para vivir. Yo diría que sobrevivir. No te miento, estamos bien con lo que tenemos —añadió pesarosa.
—Ya lo veo. Conformista y de mente cerrada. Tranquila, la mayoría de los padres humanos son así, tan arraigados a sus costumbres que no se dan cuenta de las oportunidades que han perdido por ellas.
Julie mordisqueó un trozo del chocolate.
—Totalmente de acuerdo.
—Y tú eres igual a él —dijo él.
—¿En serio lo crees?
—Bromeaba —contestó Silas—, creo —Se encogió de hombros mientras buscaba un mejor argumento—. Si lo fueras, estoy seguro de que no apoyarías a tus amigos como lo has hecho hasta ahora.
—Creo —insistió Julie—, que sencillamente no quería que estuviera lejos de él. Mi padre, quiero decir. Después de la muerte de mi madre, y luego de que mis hermanas siguieran con sus vidas, él cambió en serio.
Se preguntaba si, después de que se enfrentara a Sam, Billy terminara afectado por todo esto, su hermana y el estúpido de Paul con la imprimación que tenía hacia ella. Eso la calmó un poco, pues Paul no haría nada para dañar a su hermana, mucho menos a Billy. Incluso los ancianos no permitirían que les hicieran algo.
Silas la miró irguiendo una ceja.
—¿Recuerdas a tu madre?
Ella negó con la cabeza.
—La verdad es que con el paso de los años es más difícil mantener su rostro presente.
—Eso es tener suerte. De ese modo no le echas de menos.
Viniendo de cualquier otra persona habría sido una cosa atroz, pero no había amargura en su voz, para variar, únicamente una sensación de soledad por la falta de su propia madre.
—Yo no tuve la oportunidad de conocerle, pero realmente añoraba conocerle.
—¿Desaparece? —preguntó ella—. El echarle en falta, me refiero.
Él la miró de soslayo, pero en lugar de responder preguntó:
—¿Piensas en tu padre?
No. Julie no quería pensar en su padre como si ya lo hubiera perdido.
—En estos momentos pensaba en Paul, en realidad.
—¿Quién es él? La forma en la que dijiste su nombre me da a entender que no te agrada. —Silas dio un pensativo mordisco a la manzana y añadió—: ¿Acaso dejaste atrás a un viejo amor? Apuesto a que fue culpa de él.
—Es realidad es la nueva pareja de mi hermana, es demasiado estresante. —La voz de Julie sonó resentida—. No hay mucho que decir sobre él y mi hermana. Ya sabes, es cosa de lobos.
—¿Qué es cosa de lobos?
Una larga reverberación repiqueteante le interrumpió. En alguna parte, una pequeña hadita tañía una campana.
—La magia del prado —exclamó Silas, dejando el cuchillo en el suelo.
Se puso en pie, extendiendo la mano para acercar a Julie junto a él. Los dedos estaban ligeramente pegajosos con jugo de manzana.
—¿La magia?
—Solo necesitas observar mejor.
Silas tenía la mirada fija en el arbusto verde junto al que habían estado sentados, con sus docenas de brillantes capullos cerrados. Ella fue a preguntar qué se suponía que debía mirar, pero él alzó una mano para callarla. Ahí fue cuando Julie se dio cuenta de que esos no eran sus ojos, estaba usando lentes de contacto.
—Aguarda —le dijo Silas.
Las hojas del arbusto colgaban totalmente inmóviles. De improviso, uno de los capullos cerrados empezó a agitarse y a temblar. Se hinchó hasta alcanzar dos veces su tamaño y se abrió de golpe. Una pequeña criatura alada salió desde dentro. Ella era la responsable de aquel momento en cámara rápida de una flor que florece: los delicados sépalos verdes se abrieron hacia fuera para liberar los pétalos apelotonados del interior. Dos pequeñas criaturas más salieron de ahí. Estaban espolvoreados de un polen entre rojizo y dorado, que se veía tan ligero como el talco contra sus pieles.
Julie se sintió extrañamente conmovida.
—Esto es maravilloso.
La flor de medianoche derramaba ya sus pétalos, que descendían suavemente hasta el suelo, brillando como fragmentos de luz de estrellas. Y a continuación, miles de flores, capullos y arbustos liberaron a más de estas pequeñas criaturas que desprendían el polen pegado a sus pieles y dejaba a su paso el rastro de su vuelo. Siluetas humanas deambulaban por el bosque bailando y entregándose a un ritmo imaginario, cuando Julie las miró mejor, se dio cuenta de que ellas podrían pasar desapercibidas, pues sus cabellos eran como las lianas de un árbol llenas de hojas y el color verde de su piel era semejante a la naturaleza.
Sus ojos eran totalmente azules, Julie creía que había agua en lugar de ojos, pero no era así, simplemente eran detalles inhumanos que nunca antes había visto.
—Son dríadas —comentó Silas—, excelentes guerreras y muy sabias, con una pequeña desventaja —Julie devolvió su mirada al chico—, no pueden salir de día porque la luz del sol lastima sus ojos, así que deben de camuflarse con la naturaleza para no ponerse en riesgo.
La chica siguió admirándolas por un buen rato, disfrutando del espectáculo visual.
—Tengo una cosa que mostrarte —dijo él trayéndola de vuelta.
—¿Qué es?
—Es difícil de explicar.
Silas miró a Julie de una forma diferente y le sonrió, mostrando su dentadura perfectamente bien alineada y blanca, ella se dio cuenta de que se le formaron dos hoyuelos. Entonces, de forma muy deliberada, él le tocó la mejilla.
En el momento en que él hizo eso, todo su cuerpo se tensó, como anticipándose a su propia reacción. Julie apenas se dio cuenta. Estaba jadeando, aturdida y asustada por la extraña y alarmante imagen que llenaba su mente.
Lo sentía como un recuerdo muy fuerte, tanto, que le parecía estar viéndolo a través de sus propios ojos mientras lo observaba en su cerebro, aunque le resultaba completamente desconocido. Julie miró a través de la expresión expectante de Silas, intentando comprender lo que estaba pasando, luchando por aferrarse a su calma.
Además de ser chocante y desconocida, la imagen tenía algo incorrecto, ya que casi podía reconocer su propio rostro en él, un momento pasado, pero lo veía desde fuera, al revés. Comprendió con rapidez, que estaba viendo su rostro como lo veían otros, más que si fuera un reflejo.
El rostro de su recuerdo estaba molesto, preocupada, dispuesta a atacar a sus oponentes. A pesar de ello, su expresión era parecida a la de una sonrisa de admiración. Sus ojos marrones relucían sobre cualquier otra cosa en la memoria. La imagen se agrandó, y el rostro de Julie se acercó desde un punto de vista desconocido, y después, se desvaneció abruptamente.
La mano de Silas cayó desde la mejilla de Julie. Sonrió más aún, luciendo de nuevo sus hoyuelos. Salvo por el aleteo que provocaban las haditas se hizo un silencio profundo en el prado. Solo eran ellos dos respirando contra el otro, Silas y Julie. El silenció se alargó, parecía como si Silas estuviera esperando a que ella dijera algo.
—¿Qué…ha sido…eso?
—¿Qué es lo que has visto? —Le preguntó Silas con curiosidad—. ¿Qué es lo que te he mostrado?
—¿Has sido tú quien me lo ha mostrado? —susurró Julie.
—Ya te conté que era difícil de explicar —murmuró Silas—, pero es bastante efectivo como medio de comunicación.
Julie soltó un suspiro.
—Entonces, ¿qué ha sido? —preguntó Silas.
Julie pestañeó rápidamente varias veces.
—Mmm. A mí. Creo. El día que tú y tus soldados nos secuestraron.
—Es el primer recuerdo que tengo de ti —se explicó Silas—. Quiero que sepas que ya he hecho una conexión contigo.
—Pero ¿cómo has hecho eso?
—Tienes a tus amigos vampiros, seguro que no es tan difícil que lo deduzcas —comenzó Silas—. ¿Cómo puede, el chico Cullen, escuchar los pensamientos de otros? Y la chica que se fugó, Alice, ¿cómo puede ver el futuro? —Preguntó Silas de modo retórico, y después se encogió de hombros—. Es mi don.
Varias cosas, a la vez, pasaron por la cabeza de la chica. En primer lugar, ella se preguntaba cómo era que conocía el nombre de Alice y por qué decía que se fugó. En segundo lugar, hasta donde ella sabía, los dones eran cosa de vampiros, las hadas practicaban la magia para poder hacer cosas similares a las de un brujo, solo que en menor escala. ¿Cómo era que aquel chico hada tuviera un don?
Cualquier cosa que se pudieran decir fue interrumpida por el sonido de las zancadas que alguien estaba dando. En cuanto voltearon, vieron a un chico que se detuvo en cuanto vio a Silas y a Julie.
—Tienen que venir conmigo, Adão ya llegó —lo que al principio sonó como una buena noticia para Julie, se acabó en cuanto escuchó la última parte:—. No trae muy buenas noticias de la Corte.
Silas soltó un suspiro.
—Adelantaron las cosas —susurró—. Está bien, muchas gracias, vamos tras de ti.
El chico asintió y volvió a correr de regreso al enorme castillo de piedra. Julie estaba más confundida que antes, no podía comprender que era lo que estaba pasando ni por qué Silas le había dicho al chico que se adelantara. Ella había estado tan contenta disfrutando del prado junto a Silas que había olvidado por completo a Beau, su mejor amigo, quizás las noticias eran sobre él.
—¿Silas, qué está pasando?
—Escucha, no tenemos mucho tiempo y la verdad creo que tienes razón…
—¿Sobre qué?
—Los secretos nos unen —Ella abrió la boca, pero Silas continuó—. Y si quiero que esto funcione no podré hacerlo solo, no contaba con que el rey fuera a adelantar sus planes teniendo a Beau aquí.
—No entiendo nada de lo que me estás hablando.
—Solo quiero que prestes mucha atención a lo que estoy por mostrarte, será la única forma de resumirte todo esto.
—Silas, sé más claro…
—Eso trato, pero la única forma de que entiendas lo que le está pasando a Beau es mirando al pasado, solo así comprenderás el presente.
La chica no cuestionó más y dejó que Silas colocara nuevamente su mano sobre la mejilla.
Todo llegó como un sonido nuevo procedente de los recuerdos del hada, un único sonido capaz de llegarle al alma en ese momento interminable, y ahí fue cuando entendió todo lo que estaba sucediendo, toda una línea de acontecimientos que no fueron ni un accidente ni una coincidencia; vidas entrelazadas las unas con las otras por un mismo motivo.
Así que eso era. Una confesión. Había llegado el momento de que todas las piezas del rompecabezas encajaran. Los Vulturis. Las estriges. El rey Oberón y Victoria. Los Cullen. Su conexión con el pasado y futuro de Beaufort. Allen Weber o su verdadero nombre: Amblys. Cuando Jules lo veía, era como si ella misma se hubiese convertido también en parte del rompecabezas. Una cómplice de todo lo que éste ser frente a ella le mostraba. Debería dejarse llevar por el pánico, huir corriendo o, al menos, intentar quitarse su mano de encima. Pero no hizo nada de eso.
En su lugar, sus manos actuaron como si tuvieran voluntad propia. Como aquella vez que se impulsó para besar a Beau, solo que ahora, para que las manos de ese chico no se zafaran de su rostro y le dijera toda la verdad.
Todo estaba conectado.
Desde el principio estaba establecido que Beau sería una estrige y nadie podría haberlo evitado.