—Quizás tengas razón —dijo Edward convenciéndose a sí mismo de lo que estaba diciendo. Mientras tocaba con sus dedos la frente de su chico—. Puede que esté actuando de forma paranoica y que lo que le sucede a tus ojos es algo normal. Claro que ni Carine puede entenderlo del todo.
Beau se sentía bien, envuelto en la frescura de los brazos, que lo estrechaban contra Edward. Al mismo tiempo un dolor repentino apareció en su cabeza, casi como una réplica de lo que se siente cuando te da jaqueca.
—¿Te imaginas que solo se trate de un efecto secundario de tu excelente autocontrol?
Beau no se podía concentrar en lo que le decía.
—¡Perdona! —jadeó, luchando por liberarse de sus brazos.
Edward lo soltó de forma casi automática.
—¿Beau?
Beau saltó de la cama para colocarse de pie, aunque no sirvió de nada porque la jaqueca lo había tirado de pronto. Sentía como miles de rayos que chocaban dentro de su cráneo, retorciendo y quebrando todo cuanto podían. A primeras, pensó que una nueva alucinación aparecería al instante, pero no fue así. El dolor solo le traía los destellos de cosas ya vividas en su nueva vida como vampiro y otras del momento de su transformación.
Más destellos golpetearon en sus adentros a la vez que alguien lo tomaba por los hombros, de no haberse dejado llevar por aquellos destellos podría haber jurado que se trataba de Edward. Sin embargo, la cosa era otra.
Cerró los ojos para tratar de apagar la intensidad del dolor, pero más bien parecía que éste cobraba más intensidad. El dolor no solo se quedó fijo en su cráneo, sino que una corriente del mismo lo atravesó por los huesos de cada recóndito de su cuerpo. Haciendo que Beau soltara un grito de repente.
—¡Beau! —gritó alguien. Beau quiso pensar que era Edward.
Nuevos destellos lo atormentaron. Recuerdos de una visión que tuvo al momento de su transformación.
El agua frente a él.
O más bien, bajo él.
Luego, el coro de miles de ángeles llamándolo.
Beau cerró con más fuerzas los ojos, pero estas imágenes no paraban. ¿Qué le aseguraba que todo esto había ocurrido? Edward estaba equivocado. El color de sus ojos no era producto de su autocontrol.
Entonces recordó.
No eran ángeles.
Tampoco vampiros.
Mucho menos hadas o cualquier criatura que se le asemeje.
Eran peligrosos. Con el mismo rasgo extraño en los ojos que le causaba temor al verlos.
Con sus dedos se frotó las sienes con mucha paciencia, esperando que hubiera éxito en ello. Y más o menos lo logró porque el dolor estaba perdiendo intensidad, sin embargo, la visión era mucho más clara que antes.
Ya estaba fuera de las aguas y una persona le trataba de explicar cuanto podía, aunque no del todo porque se supone que Beau no recordaría lo que pasó.
No una persona cualquiera.
Un brujo.
Beau lo conocía, pero en ese mismo momento no sabía su nombre, ni mucho menos podía volver a identificar su rostro. Los ojos morados eran el único dato que recordaba con claridez, además del tono grisáceo de su piel.
Beau se frotó los ojos tratando de despertar de aquella visión.
—¡BEAU! —Volvió a gritar alguien, pero esta vez no supo quién.
Miró el suelo por unos instantes y vio como se tornaba blanco por la nieve que se apoderó del lugar. Fijó su vista en el prado blanquecino que lo rodeaba a él y a la gente que se colocó detrás de él. Sabía que era una batalla la que estaba por librarse, pero ¿contra quién?
Entonces una fila de hábitos negros avanzó hacia Beau a través de la niebla como un sudario. Percibía sus oscuros ojos relucir como rubíes de puro deseo, anhelantes de sangre. Sus labios se retraían sobre sus húmedos dientes agudos, mitad rugido, mitad sonrisa.
Escuchó cómo murmuraba su gente a sus espaldas, pero no se podía girar para mirarles. Aunque estaba desesperado por comprobar que se encontraban a salvo, no podía permitirse ningún fallo de concentración en esos momentos.
Se aproximaron de forma fantasmal con las ropas negras agitándose ligeramente por el movimiento. Vio cómo curvaban sus manos como garras del color de los huesos. Comenzaron a dispersarse para acercarse a ellos desde todos los ángulos. Estaban rodeados e iban a morir.
Y entonces, tras la explosión de luz de un rayo, toda la escena se transformó, aunque no había cambiado nada, porque aquellos vampiros aún los amenazaban, en posición de ataque. Lo que realmente cambió fue el modo en que Beau contemplaba la imagen, porque de repente sintió un deseo incontrolable de que lo hicieran, quería que atacaran. El pánico se transformó en un ansia de sangre que lo hizo encorvarse, con una sonrisa en el rostro, y un rugido enredado entre sus dientes desnudos.
Beau se incorporó de un salto, aún aturdido por el sueño.
—¿Beau…? ¿Qué te pasa?
Beau no podía responder todavía. Edward lo sostenía lleno de ansiedad, apartándole el pelo de la cara, esperando hasta que Beau recuperó de nuevo la respiración.
—Malditas visiones —gimió Beau.
—¿Qué demonios te está pasando, Beau? —su voz sonaba muy tensa.
—No lo sé —replicó Beau con voz entrecortada—. En verdad que ahora sí, no lo sé. Creía que solo se trataba de algo normal y pasajero, pero ya estoy tan preocupado como tú.
—Mierda.
Algo en la mirada de Edward hizo que Beau se llenara de curiosidad.
—¿Qué es lo que va mal?
—¿Victoria llegó a darte siquiera de su sangre? —susurró.
—N-no —contestó Beau de forma automática—. ¿Por qué? Edward, ¿qué pasa?
—¿Estás seguro?
—No…
—¡Beau!
Beau tomó de los hombros a Edward para tranquilizarlo.
—No recuerdo ¿está bien? ¿Olvidas que mis recuerdos humanos apenas si son vívidos?
Edward volvió a meterse en sus adentros. Alzó un dedo para advertirle a Beau que esperara y continuó pensando en posibles escenarios en los que esta historia se desenvolvía. Antes se había equivocado con los datos, había olvidado el momento en el que Victoria se hizo un corte a propósito para llenarlo se su sangre. Comenzó de nuevo.
—¡Edward! —susurró en tono de urgencia—, me estás volviendo loco.
Edward intentó unir nuevos recuerdos, pero no funcionó. Así que volvió a repasar todo desde el primer contacto que Victoria tuvo con Beau y rebuscó en sus adentros nuevas memorias que se entrelazaran con facilidad entre sí.
Beau se le quedó mirando lleno de confusión.
—¿Qué? ¿Estás intentado hacerme creer que me estoy convirtiendo en un hada? —dijo con sarcasmo Beau.
—No —se las apañó para contestar sin alterarse—, no, Beau. Estoy intentando decirte que te está ocurriendo algo más peligro que eso.
La expresión de su rostro continuó impertérrita. Era como si no hubiera hablado.
—No creo que lo de tus ojos sea un efecto secundario de tu autocontrol —añadió.
Beau no contestó de inmediato, se había dado cuenta también de lo que ocurría.
—Las alucinaciones —masculló Beau, para sí, con voz monótona—, el sueño que tuve antes de transformarme, todas esas criaturas extrañas… Oh, oh. Oh.
La mirada de Edward se había vuelto vidriosa, como si fuera incapaz de ver a Beau.
Los dedos de Beau fueron a parar sobre sus mejillas tratando de alcanzar a sus ojos, como si fuera un acto reflejo.
—¡Oh! —chilló Beau de nuevo.
Se puso en pie tambaleándose para salir de entre las manos inmóviles de Edward. Se dirigió al espejo del baño para observar más de cerca sus ojos, y entonces recordó los ojos de aquellas criaturas. Eran blancos con apenas una visible franja roja por debajo como si tratara de recuperar su lugar.
—Imposible —susurró Beau.
No era necesario ser un experto en aquel tema de las criaturas mitológicas, porque solo había una de ellas con aquellos ojos tan peculiares que ahora Beau portaba. No era tan estúpido como para no ver el parecido tremendo que ahora tenía con ellos. Lo cual hacía que ahora el neófito se preguntara si los dientes y uñas también se transformarían en esas cuchillas que notó en ellos o sí solo era un detalle que se iba perfeccionando con el paso de los años. O incluso de los siglos. Aunque, nada de eso le importaba a Beau ahora, sus ojos se estaban tornando blancos y no entendía el motivo.
Y aún más importante que cualquier otra cosa, no entendía por qué Victoria o cualquier otra hada estaba involucrada en el juego.
Giró su cabeza para seguir apreciando la nueva mirada que cargaba su rostro. Tocando sin parar con sus dedos las mejillas porque temía que la ponzoña de su propio cuerpo le hiciera daño. Antes le hubiera dolido la sensación del cambio en sus ojos, pero ahora que el blanco destellaba más que el carmesí, no había rastro alguno de esa sensación; se preguntó si la jaqueca fue el último síntoma que tendría para permanecer por el resto de la eternidad con esos ojos terroríficos.
—Imposible —repitió Beau otra vez exaltado. Porque no conocía con exactitud cuál era el ritual o transformación necesaria para poder convertirse en la criatura que estaba en sus visiones. Y ahora frente a su espejo. A pesar de lo nublado que estaban sus recuerdos como humano, sabía que nunca probó la sangre de un hada, más conociendo que esta es tan peligrosa incluso para los vampiros. Lo cual solo dejaba a la única ponzoña que había entrado en su sistema y que era la de un vampiro.
Un vampiro que aún estaba paralizado en el suelo sin dar signo alguno de volver a moverse jamás.
Así que tenía que haber alguna otra explicación, entonces. Tenía que haber algo que iba mal en Beau. Alguna extraña enfermedad sudamericana vampírica con las mismas características de esta criatura, sólo que demasiado similares como para encontrar la diferencia…
Y entonces, como había sucedido en la vívida alucinación que había padecido hace unos minutos, la escena se transformó de repente. Lo que veía en el espejo tenía un aspecto del todo diferente, aunque en realidad nada era diferente. Solo la velocidad con la que el color carmesí se iba tornando más lechoso.
Al mismo tiempo, el móvil de Edward sonó con un tono agudo y exigente. Ninguno de los dos se movió. Sonó una y otra vez. Beau intentó dejar de escucharlo mientras presionaba los dedos contra sus mejillas, esperando. En el espejo la expresión de su rostro ya no era de perplejidad, sino expectante.
El teléfono siguió sonando. Beau deseaba que Edward contestara de una vez, porque Beau estaba ensimismado en el momento que estaba viviendo, quizá el más horroroso de su vida.
¡Ring! ¡Ring! ¡Ring!
Al final el fastidio pudo con todo lo demás. Beau se arrodilló al lado de Edward y notó que lo hacía con más cuidado, mil veces más consciente del modo en que percibía sus propios movimientos; rebuscó por sus bolsillos hasta que encontró el teléfono. Casi esperó que se lo arrancara de las manos para contestar él mismo, pero Edward continuaba perfectamente inmóvil.
Beau reconoció el número y pudo adivinar con facilidad por qué estaba llamando.
—Hola, Alice —le dijo. La voz de Beau no había mejorado mucho, así que se aclaró la garganta.
—¿Beau? ¿Beau, te encuentras bien?
—Ah, sí. Mmm. ¿Está Carine ahí?
—Sí, aquí está. ¿Cuál es el problema?
—No, no estoy al cien por ciento… seguro…
—¿Está bien Edward? —le preguntó Alice recelosa.
Beau oyó cómo llamaba a Carine apartándose del teléfono y luego siguió inquiriendo de forma exigente, «¿por qué no ha tomado el teléfono?» aun antes de que pudiera contestar su primera pregunta.
—No estoy seguro.
—¿Beau, qué está pasando? Sólo he visto…
—¿Qué es lo que has visto? —se hizo un silencio.
—Ya ha llegado Carine —repuso al fin.
Beau sintió como si le hubieran inyectado agua helada en las venas. Si Alice hubiera tenido una visión de Beau con los ojos peculiares y su nuevo rostro de ángel, le habría preguntado algo al respecto, ¿no?
—Beau, soy Carine. ¿Qu�� pasa?
—Yo… —Beau no sabía qué contestarle. ¿Se reiría de las conclusiones a las que Beau había llegado, pensaría que estaba loco? ¿Era sólo que estaba teniendo otro de esos sueños en color?
—Estoy un poco preocupado… ¿Pueden entrar los vampiros en estado de shock?
—¿Edward está herido? —la voz de Carine sonó repentinamente urgente.
—No, no —le aseguró—. Sólo… es efecto de la sorpresa.
—No lo entiendo, Beau.
—Creo… bueno, creo que… quizás… es que yo podría estar convirtiéndome… —inhaló profundamente—. Tal vez me esté convirtiendo en una estrige.
Después de una larga pausa, el entrenamiento de Carine entró en acción.
—¿Recuerdas haber bebido cualquier fluido de un hada a la hora de que te… trataron de asesinar?
Beau negó con la cabeza, pero tenía de decirlo para que Carine supiera.
—No lo sé.
—Quien sea que te haya golpeado pudo haber cubierto sus guantes con estos fluidos y al momento de que golpearon entró en tu sistema.
Beau estaba confuso.
—¿Y cómo saberlo?
Hubo un breve silencio.
—La consecuencia más obvia podría ser la expulsión de una cantidad de sangre exagerada.
Beau trató de hacer memoria. Recordando cómo fue destruido a manos de uno de los guardias de Sulpicia. Y entonces recordó que había quedado bañado en su vómito de sangre.
—¿Cómo te sientes?
—Extraño.
La cabeza de Edward se alzó de repente.
Beau suspiró aliviado.
Edward extendió la mano para que Beau le diera el teléfono, con el rostro pálido y endurecido.
—Mmm, creo que Edward quiere hablar contigo.
—Dile que se ponga —contestó Carine con voz contenida.
Beau no estaba seguro del todo de que Edward pudiera hablar, pero le entregó el móvil.
Lo apretó contra su oreja.
—¿Eso es posible? —susurró él.
Beau escuchó durante un largo rato.
—No lo sé —dijo Carine por el teléfono—, jamás había escuchado de algo como esto, podría ser solo una coincidencia.
—¿Y Beau? —preguntó y lo envolvió con su brazo mientras hablaba, apretándolo contra su costado.
Escuchó durante lo que pareció un rato muy largo y después Carine dijo:
—Cuánto antes estén aquí podremos averiguar lo que le pase.
—Sí, sí, lo haré.
Apartó el móvil de su oído y presionó el botón de apagado. Sin detenerse marcó un número nuevo.
—¿Qué ha dicho Carine? —le preguntó con impaciencia.
Edward respondió con voz inanimada.
—Cree que podría tratarse de un caso similar.
Las palabras enviaron un extraño estremecimiento a través de su columna. Todavía existía la posibilidad de que no fuera una estrige.
—¿A quién estás llamando ahora? —inquirió Beau mientras Edward volvía a ponerse el teléfono en el oído.
—Al aeropuerto, volvemos a casa.
Edward estuvo al teléfono durante más de una hora sin parar. Supuso que estaría arreglando su vuelo de regreso, pero no podía estar seguro porque no hablaba en inglés. Sonaba como si estuviera discutiendo, habló entre dientes durante un buen rato.
Mientras discutía, iba haciendo las maletas. Revoloteaba por la habitación como un tornado furioso, pero dejando orden en vez de destrucción a su paso. Arrojó un puñado de ropas sobre la cama sin mirarlas, así que Beau supuso que era hora de vestirse. Él continuaba en plena controversia mientras Beau, con rapidez, se cambiaba, gesticulando con movimientos repentinos y agitados.
—Llegaremos a casa en dieciséis horas. Estarás bien. Carine estará preparada cuando lleguemos y nos haremos cargo de esto y tú estarás bien, muy bien.
—¿Hacernos cargo de esto? ¿A qué te refieres?
Se apartó y Edward lo miró directo a los ojos.
—Buscaremos la forma de arreglarte.
—¿Arreglarme? —preguntó Beau con un jadeo.
Edward apartó la mirada apresuradamente de Beau, y la dirigió hacia la puerta principal.
—¡Maldita sea! Se me olvidó que Gustavo venía hoy. Me desharé de él y volveré —y salió disparado de la habitación.
Beau se recargó sobre la encimera con la cara petrificada. Básicamente Edward dijo que algo dentro de Beau estaba mal, como si fuera una cosa a la cual solo le tuvieras que cambiar una pieza para que quedara como nuevo.
Escuchó a Edward hablando de nuevo en portugués y discutiendo otra vez. Su voz se acercaba y Beau le oyó gruñir de pura desesperación. Entonces oyó la otra voz, baja y tímida, la voz de una mujer.
Edward entró en la cocina delante de ella y se dirigió derecho hacia Beau. Y murmuró en su oído a través de la fina y tensa línea de sus labios.
—Insiste en dejarnos la comida que ha hecho, la cena —si hubiera estado menos tenso y menos furioso, habría puesto los ojos en blanco—. Es únicamente una excusa, lo que quiere es asegurarse de que no hayas hecho rituales extraños —su voz se volvió fría como el hielo al final.
Kaure dio la vuelta a la esquina nerviosa, con un plato cubierto en las manos. Beau hubiera deseado poder hablar un poco de portugués, o que su español fuera menos rudimentario, para poder frenar a esta mujer que lo único que sabía con certeza es que Beau no era humano ni tampoco vampiro.
Sus ojos se movieron inquietos del uno al otro. Beau le vio medir el color de su rostro, y la extrañeza de sus ojos. Puso el plato en la encimera murmurando algo que Beau no entendió.
Edward le replicó con brusquedad, y nunca antes Beau le había visto comportarse con tan poca educación.
Edward le dio la vuelta, abrazándolo hasta que Beau reposó la cabeza sobre su hombro. Sus manos, de forma instintiva, se doblaron sobre la espalda de Edward.
Beau escuchó un ligero jadeo y levantó la mirada.
La mujer aún estaba allí, dudando en la entrada con las manos extendidas a medias como si estuviera buscando alguna manera de ayudar. Sus ojos se habían quedado clavados en sus ojos, abriéndose de pronto por la sorpresa, al igual que su boca.
Entonces Edward dio también un grito ahogado y, de repente, se volvió para enfrentarse a la mujer, empujando a Beau ligeramente detrás de su cuerpo. Su brazo envolvió el torso del neófito como si le estuviera sujetando a su espalda.
De súbito, Kaure le gritó, en voz muy alta, con furia, mientras sus palabras ininteligibles volaban por la habitación como cuchillos. Alzó su pequeño puño en alto y dio dos pasos hacia delante, sacudiéndolo en dirección a Beau. A pesar de su ferocidad, era fácil ver el terror retratado en sus ojos.
Edward dio también otro paso hacia ella, y Beau se aferró a su brazo, asustado por la mujer. Pero cuando ella interrumpió su parrafada, la voz de Edward lo tomó por sorpresa, en especial considerando lo desagradable que había estado con ella antes de que hubiera empezado a chillarle. Hablaba ahora en voz baja, como si estuviera suplicando. No sólo eso, sino que el sonido era diferente, más gutural, sin la misma cadencia. Beau pensó que, en ese momento, ya no estaba hablando portugués.
Durante un instante, la mujer se le quedó mirando maravillada y después entrecerró los ojos mientras ladraba una larga pregunta en la misma lengua extraña.
Beau observó cómo el rostro de Edward se volvía más triste y serio, y asentía una vez. Ella dio un rápido paso atrás y se santiguó.
Edward se le acercó haciendo gestos en dirección a Beau y después descansó la mano en su mejilla. Ella replicó enfadada, moviendo las manos de forma acusadora hacia Beau, y después gesticuló de nuevo. Cuando terminó, Edward le suplicó otra vez con la misma voz baja y llena de urgencia.
La expresión de ella cambió, y se le quedó mirando con la duda reflejada en el rostro mientras le replicaba; sus ojos a veces se dirigían rápidamente hacia la cara confundida de Beau. Edward dejó de hablar y ella pareció estar deliberando sobre algo. Los miró al uno y al otro varias veces, y dio un paso hacia delante, de modo inconsciente.
Caminó unos cuantos pasos hacia delante de forma deliberada ahora y preguntó con unas cuantas frases cortas, a las que Edward respondió muy tenso. Entonces fue él quien preguntó, una sola cuestión muy breve. Ella dudó y después sacudió pesadamente la cabeza. Cuando Edward habló de nuevo, su voz expresaba una agonía tal, que Beau alzó la mirada hacia él, sorprendido y asustado. Su rostro se retorció congestionado por la pena.
—Por favor, eu imploro. Ele é a pessoa mais importante para mim.
En respuesta, ella, con el repudio en su mirada, caminó con lentitud hacia delante hasta que estuvo lo suficientemente cerca para poner su mano diminuta sobre la de Beau. De sus labios salió una sola palabra.
—Striga —dijo, suspirando.
Entonces se volvió, con los hombros hundidos, como si la conversación la hubiera hecho envejecer y abandonó la habitación llena de pánico.