—¿Estás seguro de que esto es buena idea? —preguntó Edward.
—Debería estar por aquí.
—Avísame si empieza a sobrepasarte.
Beau asintió.
Estaban a unos treinta metros de altura, en las ramas de un alto abeto, sentados el uno al lado del otro sobre una de las más gruesas. Edward lo rodeaba con un brazo mientras Beau sostenía su mano libre entre las suyas. Él notaba sus ojos de Edward, cargados de preocupación, fijos en su rostro.
La rama se mecía a merced del viento bajo ellos.
A unos cinco kilómetros, una caravana de coches se dirigía a Calawah Way con todos los faros encendidos, aunque era de día. Se encontraban al sudeste y a barlovento, en una ubicación cuidadosamente elegida para no tener a nadie cerca. Estaban demasiado lejos como para que Edward pudiera escuchar mucho de lo que la gente pensaba, pero tampoco importaba. Beau estaba seguro de que podía imaginarse la mayor parte.
El primer vehículo era el coche fúnebre. Justo después iba el coche patrulla. Su madre iba en el asiento del copiloto, y Phil en el trasero. Reconoció prácticamente todos los vehículos que seguían la caravana.
No pudo presenciar el funeral en sí, porque se había celebrado en el interior de una iglesia. Tendría que conformarse con el entierro.
La visión del coche fúnebre resultaba devastadora. Lo poco del cadáver que habían encontrado en la carrocería calcinada del Volvo no era suficiente como para llenar un féretro. Si hubiera podido discutirlo con sus padres, les habría aconsejado que no malgastaran el dinero y que se conformaran con una urna. Pero Beau supuso que aquello quizá les consolaría. Tal vez desearan tener una verdadera tumba que visitar.
Beau conocía con anterioridad el lugar en el que lo iban a enterrar, o más bien donde iban a depositar el cuerpo de quien pensaban que era él. Habían cavado el agujero el día anterior, justo al lado de la tumba del abuelo Beaufort. El que había muerto cuando Beau era pequeño, así que nunca llegó a conocerlo bien. Esperaba que no le importara tener a un completo extraño enterrado junto a él.
No sabía cómo se llamaba el extraño. No quiso conocer los detalles de cómo Alice y Eleanor habían simulado su muerte. Solo sabía que alguien más o menos de su tamaño, que ya había sido enterrado recientemente, ocupaba su lugar en el que debía ser su último viaje. Asumió que habían destruido todas las vías a través de las cuales podrían identificarlo: los dientes, las huellas dactilares, etcétera. Beau se sentía bastante mal por aquel pobre hombre, pero supuso que tampoco le importaría demasiado. No había sentido ningún dolor cuando había volcado en algún lugar de Nevada y el Volvo se había prendido fuego. Su familia ya le había velado. Tenían una tumba con su nombre en algún lugar… igual que, ahora, también la tenían sus padres.
Tanto Charlie como su madre formaban parte del grupo de portadores del féretro. Incluso desde la lejanía percibió que su padre parecía haber envejecido veinte años y que su madre avanzaba como si estuviera sonámbula. Si no estuviera aferrándose al féretro, no creía que hubiera podido caminar en línea recta por la pradera del cementerio. Beau reconoció el vestido negro que llevaba: lo había comprado para una fiesta formal y pensaba que le hacía parecer mayor, así que terminó asistiendo a la fiesta vestida de rojo. Charlie llevaba un traje que Beau nunca le había visto puesto. Supuso que era bastante antiguo: parecía que no le abrochaba, y la corbata era demasiado ancha.
Philip también los ayudaba, así como Allen y otro señor, el reverendo. Jeremy caminaba detrás de Allen en compañía de McKayla y Beth. Incluso Billy Black sostenía una de las asas de latón mientras Jules empujaba su silla de ruedas. Ellos dos, de entre todos, eran los únicos que sabían lo que pasó, por lo que más que estar tristes, sus rostros albergaban una combinación entre el pesar y la rabia.
En la multitud, Beau vio a casi todas las personas que conocía del instituto. La mayoría vestía de negro, y muchos se abrazaban y lloraban. Lo cierto es que le sorprendió, porque a muchos ni siquiera los conocía demasiado bien. Supuso que lloraban porque, en general, que alguien muera con tan solo dieciocho años es una situación triste, más cuando acabas de graduarte. Probablemente les hacía reflexionar sobre su propia existencia efímera y esas cosas.
Había un grupo de gente que destacaba: Carine, Earnest, Alice, Jasper, Royal y Eleanor, todos vestidos de gris claro. Estaban más erguidos que nadie, e incluso desde la distancia se percibía que su piel era claramente distinta… al menos a los ojos de un vampiro.
Daba la sensación de que todo se demoraba una eternidad: el descenso del ataúd, aquella especie de discurso que daba el reverendo —¿sería un sermón?—, la caída de las flores que la madre de Beau y su padre arrojaron al agujero de la tumba una vez que el féretro estuvo dentro, la incómoda cola que todo el mundo hacía para dar las condolencias a sus padres. Beau deseó que dejaran marchar a su madre. Se apoyaba contra Phil, y Beau sabía que necesitaba tumbarse. Charlie lo estaba soportando mejor, pero parecía frágil. Jules empujó la silla de Billy hasta que quedó junto a él, un poco desplazado a un lado. Billy se estiró y tomó la mano de Charlie. Beau tuvo la sensación de que eso le aliviaba un poco. Aquello dejó a Jules en una posición en la que podía apreciar perfectamente su rostro, pero hubiera preferido no tener esa posibilidad.
Y entonces Renée se paró y habló:
—Recuerdo cuando eras un bebé, quería protegerte de cualquier cosa, incluso de los abrazos de tu padre —suelta una inaudible risita, al menos para los humanos—, con el tiempo comprendí que esa no era la forma en la que debía criarte. Por eso siento que tardaste un poco en aprender a caminar, porque yo no te soltaba, quería tenerte por una eternidad en mis brazos.
Beau sonrió al escuchar aquella palabra «eternidad», justo lo que experimentaba ahora.
—Sin embargo, cuando te solté, era como si tú ya supieras lo que debías hacer, caminaste un buen tramo y te aplaudí por ello. Lloré de la emoción y no dudé en dejarte volverlo a hacer. Caías. Pero te levantabas.
»Mi pequeño guerrero, habías llegado para darle luz a mi mundo. Creciste. Aún más de lo que esperaba en tan poco tiempo. Algo me gritaba en mi interior que debía dejarte hacer cosas que ni tu padre ni yo hicimos, por eso fue que te llevé a tantas escuelas de artes marciales, natación y danza como pude.
»Éramos felices, y supe entonces que ya no era yo quien te protegía, eras tú quien me protegía a mí.
La gente que aún estaba presente le ofreció risillas y sonrisas de pesar a Renée, aunque el único que de verdad quería llorar y no podía, era Beau. Su madre había parado de hablar de la nada, inundada por varios sentimientos en los que las lágrimas eran la marca de éstos.
—Lo siento, yo… —trató de hablar, formulando las palabras correctas—, jamás pasó por mi cabeza que te perdería tan pronto, y no paro de culparme todas las noches por ello.
Beau quería gritarle que no era culpa suya, y que nunca lo sería. Tenía tantas cosas que decirles a sus padres, pero eran palabras que jamás podrían escuchar. Ya no.
—Hay tantas cosas que me gustaría corregir —dijo Renée entre lágrimas—. Y una de ellas es el haber podido asistir a tu graduación, y abrazarte una última vez, decirte lo mucho que te amo y… —esta vez el llanto fue tal que Phil tuvo que acercarse más a ella—. Beau, mi pequeño y adorable Beau. Perdóname por no haber estado para ti en tus últimos momentos. Te amo.
A Beau le ardieron los ojos. Claramente no era por lágrimas ya que eso no volvería a pasar, de hecho, en los últimos días así le pasaba cuando experimentaba una emoción más fuerte de lo normal. Él creía que se debía al cambio de color en sus ojos, que a la verdad, parecía que ese no era el caso. Aceptó con ciertas dudas que sería algo normal. Así que en cuanto le comenzaron a arder, pensó que era por el sentimiento que tenía enterrado.
Escuchar a su madre decir todo eso le había partido el corazón…metafóricamente. Se preguntaba qué tan prudente sería ir al menos a ver a sus padres cuando dormían. Justo como Edward lo hacía con él. Las ganas eran tantas que no sabía por qué lo dudaba, luego recordaba que no era seguro para ninguno. Ni siquiera para él mismo. Así que era mejor solo verlo así, de lejos.
Carine y el resto de los Cullen estaban casi al final de la gente. Los observaron mientras se dirigían lentamente hasta el principio. Llegaron rápidamente hasta Renée, a quien no conocían. Alice trajo una silla para que ella se sentara y Phil se lo agradeció. Beau se preguntó si habría visualizado que estaba a punto de caerse.
Carine pasó más tiempo con Charlie. Sabían que se estaba disculpando por la ausencia de Edward, explicándole que estaba demasiado conmocionado como para asistir. Aquella era una excusa más que válida para que Edward pudiera quedarse con Beau aquel día, pero también servía para fundamentar una coartada: esto afectó tanto a Edward que era preferible que salieran de Forks cuanto antes, posiblemente en unos meses ya no verían a los Cullen cerca.
Beau y Edward observaron que, cuando Billy y Jules ya se hubieron marchado, Charlie aún seguía hablando con Carine. Julie les dedicó una mirada sombría a los Cullen y, de repente, clavó la vista en el lugar donde Beau se encontraba.
Evidentemente, no podía verlos. Beau miró a su alrededor, intentando averiguar hacia dónde se dirigían sus ojos. Se dio cuenta de que Eleanor también los estaba observando, aunque a ella no le costaba ningún trabajo localizarlos, y se esforzaba por reprimir una sonrisa: Eleanor nunca se tomaba nada demasiado en serio. Julie debía de haber adivinado que Eleanor los estaba mirando.
Jules apartó la vista transcurridos unos segundos y le dijo algo a Billy. Ambos continuaron hacia su coche.
Los Cullen se marcharon después de los Black. La fila disminuyó y, por fin, sus padres quedaron libres. Phil se llevó a su madre a toda prisa; el reverendo se ofreció a llevarlos en su coche. Charlie se quedó solo hasta que los empleados de la funeraria llenaron la tumba de arena, pero no observó el proceso. Se sentó en la misma silla que había ocupado su madre y se quedó con la mirada perdida orientada hacia el norte.
Beau notó que los músculos de su propia cara intentaban encontrar una expresión acorde a su dolor. Tenía los ojos demasiado secos, y parpadeó para apartar aquella desagradable sensación. Cuando inspiró una nueva bocanada de aire, se le atascó en la garganta, como si se estuviera asfixiando con él.
Los brazos de Edward envolvieron su cintura con fuerza. Beau enterró el rostro en su pecho.
—Lo siento, Beau. Nunca quise esto para ti.
Beau se limitó a asentir.
Se quedaron así sentados un largo rato.
Hasta que Beau logró escuchar algo.
Era Charlie.
Su padre.
—Recuerdo cuando Renée me marcó por teléfono para decirme que tú te vendrías a vivir conmigo. Me aseguró que conociéndote sería algo temporal y aun así acepté. Porque pensé que recuperaría todos esos años perdidos —suspiró. Posiblemente para no dejar que las lágrimas salieran—. Me emocioné tanto que le dije a cada persona, que me topaba por el pueblo, que mi hijo regresaría. Fue por eso que cuando llegaste todos ya sabían quién eras.
»El hijo del oficial loco que no paraba de decirle a todo el mundo que su hijo volvería a casa.
Charlie sonrió, apenas si pudo mover sus mejillas para lograrlo.
—No te voy a mentir. Me agradaba escuchar todos esos comentarios, porque era bueno que todos supieran quien eres.
»Eras.
»Luego tuviste tu pelea con Edward. Te querías ir. No lo aceptaba, eras mi hijo y apenas acababa de recuperarte; me dolió más cuando dijiste las mismas palabras que tu madre me dijo cuando ella se fue.
»Me convencí a mí mismo de que solo las decías para lograr que te dejara ir. Y así fue. Sí volvías te iba a perdonar, eso era seguro. Claro, de un castigo no te salvaste, pero te perdoné.
Charlie dejó de hablar por unos eternos segundos para Beau, que llegó a pensar que eso sería todo. Y eso estaba bien para él, Charlie era igual de retraído que él, así que el que haya logrado hablar ya era mucho.
Sus canas, que eran apenas visibles hace unos meses, ahora relucían a más no poder. Parecía la versión de su padre que imaginaba en un par de años más, diez años tal vez, pero no ahora.
—No sacaré nunca de mi cabeza la última conversación que tuvimos tu y yo —y Charlie habló de nuevo—, me prometiste que no te perdería y creí en ti porque sabía que en un par de días regresarías a casa.
»No culparé a los Cullen, ni siquiera a Edward por esto. Tú confiaste en ellos, y asimismo lo haré yo.
»Sabes que no soy un hombre de muchas palabras, pero quiero que sepas, si me estás escuchando, que siempre te he amado hijo mío. Y jamás lo dejaré de hacer. Ojalá hubiéramos pasado más tiempo juntos, para que me enseñaras a cocinar tan bien como lo hacías, para ver televisión todas las noches o salir de excursión, juntos, como padre e hijo… ahora son solo sueños que nunca cumpliremos, porque te fallé como padre, Beau.
Charlie rompió a llorar como nunca antes lo había hecho. Incluso los empleados del panteón que estaban cerca voltearon a verlo, sentían lástima por él. Beau se preguntaba a cuántas personas habían visto en las mismas o hasta peores condiciones. ¿Qué se hacía en estos casos? Bajar y darle un abrazo era lo mejor que Beau imaginaba o tal vez que Edward le diera uno, eso era más posible. Aunque no sabía cómo lo tomaría su papá.
Las lágrimas pararon unos minutos después. Solo se escuchaba a Charlie sollozando, ahora sus mejillas estaban mojadas.
Beau no quería continuar viendo, por lo que se recostó en Edward, mientras esperaba a que todo esto terminara.
Edward le dio un toque cuando Charlie se marchó para que pudiera ver cómo se alejaba con el coche.
—¿Quieres ir a casa?
—Tal vez en un rato.
—De acuerdo.
Se quedaron mirando el cementerio casi vacío. Estaba empezando a anochecer. Unos cuantos empleados recogían las sillas y la basura. Uno de ellos apartó una foto suya, la que le habían tomado al principio del año escolar durante su primer curso de instituto en Phoenix. A Beau nunca le había gustado mucho. Le costó reconocer a aquel chico de ojos azules llenos de incertidumbre y sonrisa poco entusiasta. Le resultaba muy difícil recordar haber sido él. Y le costaba mucho más imaginar qué aspecto habría tenido para Edward al principio de todo aquello. Ahora su piel era más pálida, era más fuerte de lo que nunca hubiera imaginado, y aunque en ocasiones sentía que sus ojos se aclaraban, seguían siendo rojos.
—Nunca quisiste esto para mí —dijo Beau lentamente—, pero ¿qué querías? ¿Cómo pensabas que iban a ser las cosas, teniendo en cuenta que yo siempre iba a estar junto a ti?
—¿En el mejor de los casos? —suspiró—. Convencerte de que aún no era tiempo, ir a la Universidad, comprarte un carro aunque siento que lo tuyo son más las motos… casarnos, irnos de luna de miel, posiblemente viajar por el mundo para seguir descubriendo cosas nuevas y entonces, tal vez te hubiera transformado. Para cuando volviéramos aquí, no habría problema con tus papás, porque la excusa por la cual no irías a verlos es que estamos recién casados y queremos estar tiempo a solas.
Edward se sobresaltó cuando Beau se echó a reír. No fue una risa muy fuerte, pero se sorprendió de lo agradable que resultaba.
—Era una idea completamente descabellada —le dijo—. ¿Te imaginas cuántos años pasarían para que me hubieras transformado? ¿Cinco? Mínimo. Lo más probable es que te hubiera convencido desde antes, no planeaba verme mayor que tú.
—A mí eso no me hubiera importado —dijo Edward con una sonrisa vacilante—. Seguirías siendo igual de hermoso.
—¿Y tú plan igual era retrasar la boda? —Le preguntó Beau—. ¿Más de lo que ya está?
Ahora su sonrisa se ensanchó.
—Y aún lo haremos. Alice lo ha visto.
Beau parpadeó un par de veces.
—Guau. La verdad es que pensé estaba salado. ¿De verdad nos vamos a casar alguna vez?
—¿Te estás arrepintiendo?
Beau lo meditó durante medio segundo.
—No, claro que no. ¿Solo que ahora no parece un buen momento?
Edward lo rodeó con sus brazos.
—Por supuesto, lo entiendo. Cuando tú quieras.
—Guau —repitió Beau. Lo abrazó por la espalda y lo besó en la mejilla—. Aunque creo que podría haber hecho mejor las cosas en la otra versión de la historia.
Edward se recostó para mirarlo, y su rostro parecía de nuevo triste.
—Cualquier otra versión también habría terminado aquí.
—Pero podría haberme… despedido mejor.
Beau no quería pensar en las últimas palabras que le había dicho a Charlie, pero no conseguía que abandonaran su mente. Era de lo que más se arrepentía. Se alegraba de que el recuerdo no fuera muy vívido, y solo podía esperar que se fuera desvaneciendo con el tiempo.
—¿Y si nos hubiéramos casado? Ya sabes, si nos hubiéramos graduado a la vez, hubiéramos ido unos cuantos años a la universidad y luego hubiéramos organizado una gran boda a la que habríamos invitado a todos nuestros conocidos para que pudieran vernos felices. Dar discursos empalagosos, inventarnos un motivo para decirles a todos lo mucho que los queríamos. Y luego volver a marcharnos para continuar la universidad en algún lugar lejano…
—Eso suena bien —suspiró Edward—. Pero al final terminarías con un funeral por partida doble.
—Tal vez. O tal vez podríamos haber fingido estar muy ocupados durante un año, y cuando hubiera sido un vampiro maduro y bajo control, hubiera podido volver a verlos, algo parecido a lo que me contaste…
—Sí, claro —dijo Edward, poniendo los ojos en blanco—. Y lo único de lo que nos tendríamos que haber preocupado habría sido de no envejecer nunca y de no provocar la ira de los Vulturis…
—De acuerdo, de acuerdo. No todo es perfecto.
—Lo siento —volvió a decir en voz baja.
—De todas maneras, Edward, si no hubiera muerto a manos de los Vulturis —Edward siseó, pero Beau siguió hablando—, solo habríamos retrasado los acontecimientos. Habríamos terminado donde estamos porque tú eres la vida que elijo.
Edward sonrió, al principio muy lentamente, pero de repente su sonrisa fue enorme y desplegó sus hoyuelos.
—Siento como si mi vida nunca hubiera tenido sentido hasta que te encontré.
Edward tomó su rostro entre sus manos y lo besó mientras la rama se balanceaba de adelante atrás bajo ellos. Nunca se habría imaginado una vida como aquella. Había que pagar un precio muy alto, pero habría elegido hacerlo aunque hubiera tenido todo el tiempo del mundo para pensárselo.
Ambos notaron cuando su teléfono vibró en su bolsillo.
Se imaginaron que sería Eleanor para preguntar con sarcasmo si se habían perdido de vuelta a casa, pero entonces Edward contestó al teléfono.
—¿Carine?
Escuchó durante apenas un segundo y abrió mucho los ojos. Beau escuchó la voz de Carine trinando al otro lado de la línea a toda velocidad. Edward descendió de la rama, con el teléfono aún en la mano.
—Voy para allá —prometió mientras descendía al suelo, rompiendo alguna rama aquí y allá en la bajada. Beau se desprendió de la rama con un balanceo inmediatamente después. Cuando alcanzó el suelo, Edward ya estaba corriendo, y no aminoró la velocidad para que pudiera alcanzarlo.
Debía de ser algo muy grave.
Corrió a toda velocidad, haciendo uso de la fuerza extraordinaria que poseía por ser neófito. Fue suficiente para no perderlo de vista mientras corría veloz por la ruta más corta de regreso a la casa. Las zancadas de Beau eran casi el triple de largas que las de Edward por lo que se sentía como un relámpago que ni su prometido podía agarrar.
Solo cuando estuvieron cerca de la casa Beau le permitió alcanzarlo.
—Ten cuidado —le advirtió Edward—. Tenemos visitas.
Y, entonces, partió de nuevo. Se impulsaron aún más para intentar llegar lo antes posible. Aquellos visitantes no le daban buena espina a Beau. Él no quería que Edward se encontrara con ellos sin estar presente.
Escuchó los rugidos antes incluso de que llegaran al río. Edward dio un salto bajo y horizontal, precipitándose hacia la pradera. Las verjas metálicas estaban bajadas frente a la pared de cristal. Rodeó la casa corriendo por el lado este. Beau se mantuvo pegado a sus talones todo el camino.
Llegaron al porche saltando por encima de la barandilla. Todos los Cullen estaban allí, reunidos en una cerrada pose defensiva. Carine estaba unos cuantos metros por delante, aunque era evidente que a ninguno le agradaba su posición. Estaba agazapada frente a los escalones, con la vista al frente y una expresión implorante en el rostro. Edward se agazapó junto a ella y algo rugió en la oscuridad frente a la casa.
Beau se lanzó, y Eleanor tiró de su brazo para hacerlo retroceder cuando intentó acercarse a Edward.
—Déjalo traducir —murmuró Eleanor.
Dispuesto a arrancarle de sus garras —ni siquiera Eleanor era suficientemente fuerte para detenerle mientras fuera neófito— Beau miró más allá de donde se encontraba Carine para ver a los vampiros a los que se enfrentaban. No sabía qué esperaba ver. Un grupo grande, tal vez, ya que los Cullen parecían tan a la defensiva.
Lo que desde luego no esperaba era encontrarse con la manada de lobos quileute. Beau buscó rápidamente a Julie, sin embargo, ella no estaba ahí, lo cual fue una terrible decepción para el neófito.
En aquel momento no rugían, pero sus gigantescas cabezas estaban alzadas y todos los hocicos apuntaban hacia él.
Sam dio un paso al frente, mostrando los dientes.
—¿Por qué vinieron? —espetó bruscamente Edward. La cabeza del lobo osciló para encararse a Edward—. No tienes derecho a estar aquí. No hemos violado el tratado.
El monstruoso lobo negro gruñó en su dirección.
—No han atacado —le dijo Carine a Edward—. No sé qué es lo que quieren.
—Quieren que nos vayamos. Están intentando ahuyentarte.
—Pero ¿por qué? —preguntó Carine.
—Sus ancianos apoyan a Julie y creen que hemos violado el tratado. Que hemos matado a Beau.
Sam dejó escapar un grave y prolongado gruñido. Sonaba como si alguien estuviera aserrando una cadena metálica.
—Pero… —empezó a decir Carine.
—Sam trató de decirles que nada de esto era necesario, pero evidentemente —contestó Edward antes de que Carine pudiera terminar—, siguen pensando que hemos violado el tratado, que fuimos nosotros quienes decidimos convertirlo.
Carine miró a los lobos.
—Puedo prometerles que no fue eso lo que sucedió.
Sam sostuvo el grave rugido. De sus colmillos expuestos goteaban chorros de saliva.
—Beau —murmuró Edward—, ¿puedes contárselo tú? A nosotros no van a creernos.
Beau había estado petrificado todo el tiempo. Intentó desembarazarse de la conmoción mientras se movía para colocarse junto a Edward.
—Eh, de acuerdo —Beau miró a Sam—. Pues, yo… Beau Swan…
—Evita las formalidades. Tan solo explícale lo que pasó.
—De acuerdo —miró de nuevo a Sam, intentando imaginar que, de algún modo, en su interior habitaba el alto chico quileute—. Pues, ustedes estuvieron presentes en el claro, cuando acabaron con el ejército de neófitos que había creado Victoria a partir de Riley para asesinarme. Queremos creer que esa movida atrajo la atención de los Vulturis, por lo que justo después de que se fueron… Por cierto, Leah, que bueno que ya estás mejor, supe lo que te pasó —la mujer lobo solo bufó—. Como sea, los Vulturis aparecieron y nos llevaron a Edward, Alice y a mí para «arreglar» unos asuntos, sé que ya saben eso pero en fin, supuestamente solo querían conocerme, y todo iba bien hasta que su líder, Sulpicia, le pidió a su guardia que me asesinaran. Lo que me recuerda, fue un milagro que nos hayan dejado salir así como así.
Beau se dio media vuelta para mirar a Edward, que tenía la vista fija en los lobos. Edward negó con la cabeza. Beau volvió a encarar a Sam.
—Es un verdadero milagro y una pena que no hayan podido verlo. Apuesto a que mis caras de dolor les hubieran causado mucha gracia, incluso a mí, aunque en ese momento fue de lo peor.
Los lobos se miraron entre sí. Edward entornó los ojos, concentrado en lo que estaban pensando. De repente, Sam se le quedó mirando.
—Eso es razonable —dijo Edward—. ¿Dónde?
El lobo negro resopló y, a continuación, los lobos se alejaron de la casa caminando hacia atrás. Cuando llegaron a la linde de los árboles, se dieron media vuelta y se adentraron corriendo en el bosque.
Todos los Cullen convergieron hacia Edward.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Carine.
—No saben bien qué hacer —dijo Edward—. Su plan inicial era que tal vez podían ahuyentarnos de Forks. Sam es el verdadero jefe de la tribu, pero solo en la clandestinidad. No es descendiente directo del jefe con el que sellamos el trato. Quieren que hablemos con el descendiente en activo, el verdadero descendiente del último jefe lobo, ya que cree que debe hacerlo.
—Pero ¿ese no sería Billy? —dijo Beau, reprimiendo un grito.
Edward negó con la cabeza.
—Su hija, quieren que hablemos con Julie.