—Nosotros, la American Society of Clinical Oncology, junto con la American Society of Medical Oncology, estamos aquí reunidos para otorgarle el premio Davie al hospital St. Mercy —el hospital donde Swindle, es decir, G.Reed es inversionista— por su esfuerzo en la erradicación del cáncer, no solo a nivel nacional, sino global, ya que, como ustedes saben, este hospital, con sus nuevas políticas, tiene el mayor índice de detección de cáncer en general y en etapas tempranas y el mayor índice de pacientes curados —lo cual es cierto ya que, obviamente, entre más pruebas de cáncer hagan, van a encontrar más pacientes con cáncer y, al incrementar tan exponencialmente el número de pacientes con cáncer que tratan, era obvio que el número de pacientes curados incrementaría, en especial si muchos de ellos están en una etapa temprana (aunque el número de pacientes fallecidos incrementó mucho más, pero, como el cáncer es una enfermedad mortal, nadie los juzga por eso)—. Así que, quisiera pedirle a la mente maestra detrás de estas nuevas políticas que pase al estrado. Señor Gregorious Reed, por favor.
G.Reed movió ligeramente hacia atrás la silla delgada y de plástico en la que estaba sentado—al igual que todos los demás—, se levantó y, entre aplausos, caminó hacia el estrado, donde tomó tanto el trofeo al mayor índice de detección de cáncer en el país como los trofeos al mayor índice de detección de cáncer en etapas tempranas y al mayor número de pacientes curados en el país.
Apenas podía sujetarlos con ambas manos, ya que cada uno de ellos constaba de una escultura enorme, abstracta y plateada.
Aunque era obvio de que eran de plástico.
Seguramente hacerlas no debió costarles prácticamente nada, al igual que la ceremonia que habían organizado: un montón de canapés fríos y baratos junto con platillos aparentemente gourmet y alcohol de moderada calidad, aunque bastante baratos considerando el precio del boleto.
Parecía una estafa.
O una oportunidad de negocio.
En fin:
—Muchas gracias por su reconocimiento —dijo G.Reed—. Nosotros estamos haciendo todo lo posible por innovar en el ramo hospitalario y, en vista de los resultados obtenidos, no me queda duda de que hemos tomado las decisiones correctas y, por ende, debemos seguir por el mismo camino.
G.Reed bajó del estrado y, entre aplausos, regresó a su mesa.
Un montón de personas que jamás había visto en su vida se acercaron a él para felicitarlo/presentarse/darle sus tarjetas/darle sus currículums/hablarle sobre cáncer—como si él supiera algo de eso…
G.Reed estuvo tentado en más de una ocasión en dar la media vuelta e irse mientras las otras personas hablaban, pero si ellas fueron lo suficientemente pretenciosas para pagar el exorbitante precio del boleto a una ceremonia objetivamente mediocre, quizá no estaría mal mantenerse en contacto con ellas, así que, durante el resto de la ceremonia, G.Reed fingió ponerles atención.
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Pasaron los días y, debido al éxito de su estrategia de aumentar los precios constantemente sin agregar absolutamente nada al valor de sus servicios, los demás hospitales comenzaron a hacer lo mismo, por lo que ahora las tarifas absurdamente elevadas del hospital parecían bastante razonables, así que:
—Hay que volver a aumentar los precios —les dijo G.Reed a los demás inversionistas, y ellos parecieron estar de acuerdo, a excepción de uno que dijo:
—Pero ya no tenemos habitaciones y, aumentemos los precios o no, van a venir más pacientes. Tenemos que expandir el hospital, y esa debería ser nuestra primera prioridad.
Los demás inversionistas parecieron estar de acuerdo, a excepción de G.Reed que dijo:
—O podemos hacer que compartan la habitación con alguien más —dijo G.Reed—. Las habitaciones son suficientemente grandes; podemos meter ahí dos o hasta tres camillas.
—Pero a los pacientes no les va a gustar la idea —dijo el inversionista—; muchos de ellos son personas importantes y distinguidas.
—Este es un hospital, no un hotel —respondió G.Reed—. Si quieren privacidad, pónganles una cortina o algo. Y podemos dejar unas cuantas habitaciones exactamente como están, con una sola camilla, solo que esas costarán mucho más porque ya van a ser un lujo.
Los inversionistas parecían muy entusiasmados con la idea, e inmediatamente la implementaron. En un inicio, los pacientes no estuvieron nada conformes con las nuevas medidas, pero, debido a que no tenían otra opción si querían seguir siendo atendidos en el hospital y ante la posibilidad de recuperar su privacidad al reservar una de las pocas habitaciones individuales del hospital, las aceptaron.
De cuando en cuando, G.Reed recorría los pasillos del hospital para observar a Nui Sanz. Ella parecía cada vez más inconforme con un tratamiento cada vez más costoso y cada vez más inútil.
G.Reed, o mejor dicho, Swindle, parecía muy complacido por eso.
Pero solo faltaba el último paso de su plan.
Swindle entonces salió del hospital, se dirigió a su casa, se quitó el disfraz de G.Reed y colocó otro que no había usado en mucho tiempo.
D.Ceive estaba de vuelta.