A la mañana siguiente:
Daisy bajó dispuesta a ir a entrenar, pero la detuve. Se tapó todos los moretones y no sé ni cómo lo hizo.
—Hoy no habrá entretenimiento.
—¿Por qué?
—Tengo cosas que hacer. Más tarde te llevaré a la universidad, así que ve a descansar un poco más.
—No hace falta, gracias— salió de la casa, y me asomé por la ventana.
Hizo todos los ejercicios de rutina que siempre hacemos y luego subió a su habitación. Maldición, ¿Todo esto lo hace para hacerme sentir más miserable?
Horas después, la llevé a la universidad, no me dirigió palabra alguna por todo el camino, solo me dio las gracias al llegar. Se bajó y se fue, y suspiré molesto. No encuentro la forma de hablar sobre la situación.
—¿Qué debería hacer?— le pregunté a Alfred.
—Hablar con ella, Señor.
—Si fuera así de fácil, ya lo hubiera hecho.
—No es como que se esté esforzando mucho tampoco.
—¿Qué dijiste?
—Nada, señor. El punto es que, debería llevarla alguna parte luego que salga de la universidad. Hable con ella y arregle sus diferencias con su hermana. Solo le pido que no haga más esto, la está lastimando.
—No me lo repitas más, ya está bien.
—¿Por qué no le compra algo y se lo regala? A las mujeres les gusta ese tipo de detalles. Su hermana debe sentirse sola por no estar con sus hijos y su esposo, ¿No lo cree?
—¿Y yo qué sé?
—Ella solo sale a la universidad y luego está metida en la casa, trate de sacarla un poco. Deje el trabajo hoy y saque algo de tiempo para ella.
—Esa malagradecida no lo va a apreciar.
—No hable así de su hermana, muy el fondo ella debe quererlo, o de lo contrario no estaría aquí.
—No, no te equivoques. Lo hace porque no tiene de otra, solo por eso, además de que me debe mucho y es su forma de pagarlo.
—Mientras vea las cosas de esa forma, será imposible que arregle la relación con su hermana.
—Olvídalo.
Daisy
Fui a la terraza, y me quedé contemplando la vista; la misma vista que veo todos los días. Debería estar cansada de ella, pero no puedo, es lo único que permanece ahí y puedo venir cuando sea a verla. Este lugar sin duda es el mejor para pasar el rato y pensar. Mi vida ha cambiado tan drásticamente en tan poco tiempo, se ha convertido casi en el mismo infierno en el que vivía. Parece que estoy destinada a ser golpeada eternamente. Si me convierto en alguien más fuerte, quizás las cosas mejoren. Puede que John deje de verme con la misma lástima de siempre. Quisiera sorprenderlo y demostrarle que soy lo que espera, pero por más que me esfuerzo, todo es en vano. En todo lo que dice tiene razón, soy una inútil, doy lástima, soy miserable y patética. Aún si muero ahora, a nadie va a importarle. No tengo nada, no soy nadie en esta vida, solo un parásito que depende de John para poder seguir avanzando; es por eso que debo dar mi mejor cara y darlo todo en esos entrenamientos. Debo cumplir con sus expectativas. Aún si quiero huir, no podré hacerlo, es como si hubiera salido de esa jaula de la que era mi casa, para ahora estar encadenada a él. Lo peor es que, aún luego de todo lo que me hace, yo sigo sintiendo algo especial hacia él. Tras de patética, soy masoquista. Me gusta el hombre que me trata mal, que me golpea, que me desprecia, que no siente nada al herirme, que considera que solo soy una basura que no sirve para nada y que para colmo, es un asesino sin escrúpulos. Hasta aquí he llegado. Me tapé el rostro y lágrimas involuntarias bajaron por mis mejillas, esa presión en el pecho era muy fuerte, necesitaba descargarla de alguna manera.
—¿Qué puede ser tan doloroso, para que una hermosa mujer este llorando?— escuché la voz de un hombre y sequé rápidamente mis lágrimas.
Al girarme, vi un hombre alto, delgado, pelo negro y peinado a la moda; tenía varios aretes, uno en la ceja izquierda, otro en el labio inferior y de la oreja colgaba una cruz con algún tipo de animal que no podía descifrar. Estaba vestido de negro y una chaqueta de cuero. Nunca lo había visto antes, es una vergüenza que me haya visto llorando. No encontraba qué decir.
—¿Tú quién eres?— le pregunté.
—Mi nombre es Zev, siempre a tus órdenes, ¿Y el tuyo, linda? — parece más un mujeriego, que cualquier otra cosa. Sé que no debería juzgar a nadie por las apariencias, pero aún así, es complicado no hacerlo.
—Da...— iba a decir mi verdadero nombre y me detuve—. Juliana— fingí una sonrisa.
—Mucho gusto, Juliana.
—Ya me tengo que ir.
—Espera, no tienes que irte todavía. No estés nerviosa, no muerdo— sonrió con malicia—. No le diré a nadie que estabas llorando, si es eso lo que te preocupa.
—No, no es eso, es que tengo clase.
—Nadie se puede concentrar así como estas. Sé que soy un desconocido para ti, pero no puedo dejarte ir luego de haberte visto tan triste. Si necesitas hablar con alguien, puedo escucharte. Prometo no irme a correr el cuento por toda la universidad, lo menos que quiero es tener problemas en mi primer día.
—¿Primer día?
—Sí, es mi primer día. Resulta que me perdí y llegué aquí. Suelo creer en el destino, así que si llegué hasta aquí es por algo.
—Es gracioso, porque yo no creo en nada de eso.
—El destino te puede sorprender de la manera en que menos te lo esperes. A mí me acaba de sorprender, y estoy feliz por eso. ¿Sabes por qué? — caminó y se paró al lado mío—. Porque acabo de conocerte. Sea lo que sea que te ocurra, no dejes que sea más fuerte que tú. Tampoco dejes que cambie esa hermosa sonrisa que tienes, linda. Siento lo cursi, espero no te moleste por hablarte de esta forma. Tengo ese problema de tratar a la gente con confianza, y más cuando me caen bien— es la primera persona amable que conozco, siempre he estado rodeada de personas tan crueles. Sentía un dolor fuerte en mi pecho y esas ganas de llorar estaban ahí, pero no había forma de que lo haga frente a un desconocido—. ¿Quieres dar una vuelta? ¿Tomar un café o algo? Prometo que no soy un psicópata o algo parecido— sonrió.
—No pienso eso—sonreí—. Tendrá que ser en otra ocasión.
—Permíteme hacerlo en esta ocasión, así celebramos el hecho de habernos conocido. Me gustaría ser tu amigo, ¿Puedo?
—Yo…
—Lo siento, soy muy persistente. No quiero espantarte, si no puedes está bien, pero al menos dime qué otro día lo aceptarás, ¿Si?
Recuerdo:
—Tienes prohibido tener una relación con alguien, Daisy.
Recordé las palabras de John y me molesté, pero ¿Él sí puede estar con muchas mujeres y yo debo aguantarme? No es justo.
—Me gustaría ir, pero solo por hoy— respondí.
—No te vas arrepentir, lo prometo— sonrió.
Bajamos al estacionamiento de la universidad y me ayudó a subir a su auto. Es un completo desconocido y estaba haciendo lo mismo que hice con John. Sé que esto está mal, pero ¿Qué hago con este dolor en el pecho? Al subirme, vi unos guantes negros en el asiento y los coloqué en otro parte.
—Siento no haberlos sacados, a veces los dejo sin querer en el auto. Ahora para la universidad prefiero venir en auto, que en moto.
—¿Moto? — pregunté sorprendida, y Zev sonrió.
—Sí, me gustan las motos y es lo que mayormente conduzco, pero traerla para universidad sería muy extraño.
Recordé el hombre del otro día y miré los guantes, eran negros igual a los de ese hombre; supongo que deben ser así todos, creo, aún así me puse algo tensa y lo miré.
—¿Te sucede algo, linda?
—No, creo que será mejor dejarlo para otro día — sonreí nerviosa.
—Algo me dice que estás mezclando algunas cosas, ¿No es así? — su pregunta directa me puso más nerviosa.
—Yo voy a bajarme — iba abrir la puerta, y él comenzó a manejar.
—Espera, hablemos primero antes de que te vayas. No estés nerviosa, no te haré nada. ¿Puedo saber qué piensas?
—En nada.
—¿Y por qué estás tan nerviosa? — iba a buscar el teléfono que me dio John, pero él puso su mano encima del bolso.
—Te aseguro que conmigo no necesitas eso, Daisy.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Tu también sabes el mío. Que mal educado sería si no conozco el nombre de mi panterita, ¿No lo crees?
—¿Kwan…?— al decir su nombre sonrió
—Que buena memoria, supongo que tampoco me has sacado de tu cabeza, ¿No es así?