Actualidad
Suiza
Cargando un secreto
April Belaú D'Angelo
—Existen tres reglas en Imperium que si eres nueva debes obligatoriamente saber:
—¿Okay... ?
—Primero: El poder se respeta.
—Mh... vale.
—Segundo: La sangre no se ensucia.
—¿Ah?
—Y tercero: Las clases no se mezclan.
Era mi primer día en Imperium y ya estaba siendo advertida, porque parecía una advertencia por como sonaba. Incluso pensé en quién las habría creado.
—¿Es en serio?
El alumno que me lo estaba diciendo se rascó la cabeza un poco confundido ante mi pregunta, en tanto detenía su movilidad de dos ruedas.
—Quisiera decirte que no, pe-pero es así —admitió con pesar, regresando la mano al manillar para apoyarse en ella y seguido poner un pie sobre la superficie de la carretera—. Aquí si no tienes un apellido relevante, dinero o algún familiar con influencias eres blanco fácil para ser el o la nueva víctima de los de la Élite, por eso es mejor pasar desapercibido siguiendo la tercera regla.
Me detuve confundida.
—¿Los de la Élite? —No sabía cómo interpretar eso de "los de la Élite", bien podrían ser un grupo de alumnos o profesores. O quién sabe—. ¿Son algún tipo de logia o te refieres a los alumnos de high class?
—Ah... —Se lo pensó antes de responderme—, bueno, voy, voy estudiando aquí ya tres años y solo oí rumores sobre esa clasificación, se le podría decir así. Mayormente lo mencionan en plural, por eso supongo que así se autodenominaron los de clase alta... Los cuales son la mayoría aquí.
Lo estudié interesada, porque si bien él no parecía portar accesorios de marca, podría ser uno de ellos.
—¿Y tú eres uno de ellos?
Él negó, queriendo y no queriendo sonreír avergonzado, contrariado y admitió:
—No, yo-yo soy becado...
Automáticamente pegué un brinco de alegría.
—¡Yo también!
Entonces por un momento me miró de pies a cabeza con recelo.
—¿De-de verdad?
—De verdacito.
—No pareces.
Le extendí mi mano.
—April Belaú D'Angelo.
Él la estrechó, no borrando la desconfianza en sus ojos cafés.
—Dylan Bennett.
—Mucho gusto, Dylan —agité nuestras manos con demasiado entusiasmo; era bueno conocer a alguien como yo—, y gracias por hacerme conocer esas reglas —agradecí—. Porque si no me las hubieras dicho, estoy casi segura de que nunca las habría averiguado.
Él soltó mi mano con sus mejillas sonrojadas, y sonrió ya más confiado.
—Créeme que eso hago con cada ingresante nuevo que se me cruza en el camino, porque nadie más lo hará y es mejor que estén advertidos. Esto no es el paraíso y aquí no habitan los angeles.
Inmediatamente pasaron pensamientos contradictorios en mi cabeza al oírle decir eso, porque según el representante de esta institución había dicho, bueno, lo poco que había escuchado en su discurso en mi anterior lugar de estudios y antes del exámen de selección de ingreso, que Imperium se caracterizaba, aparte de ser el más caro y exclusivo del mundo, por el nivel de educación de sus alumnos, por el trato justo y equitativo que se les daba y porque tenían un sistema riguroso de comportamiento.
Pero ya veía que no era así, esas reglas sonaban muy excluyentes.
Proseguimos el camino en un cómodo silencio, hasta que recordé la regla número dos.
—¿Puedes responderme algo? —inquirí con prudencia. Él asintió, yo lo solté—. ¿Cómo es eso de que la sangre no se ensucia? ¿Te refieres a drogas o matecitos de hiervas?
Je, sonreí interiormente, y es que amaba los mates y tés, el que estuviera prohibido me afectaría y mucho.
Él rascó su cabellera desordenada.
—Bueno —se lo pensó—, esa regla va especialmente para ellos.
Uh.
Alcé una ceja.
—¿Cómo así?
—Es que para la mayoría aquí la sangre es importante —Le dí la razón, porque de una u otra manera lo era. Ajeno a mis pensamientos él continuó hablando—, para muchos de ellos significa su etiqueta, para otros como L'Royse, que seguro que ya lo conoces, significa pureza —Oh, y claro que ya conocía a Vastian, o al menos eso creía... ¿Estudiaría aquí?—. Y... y con ensuciar se refieren a enrollarse con uno de nosotros.
Lo miré de reojo desconcertada.
—¿Becados?
Él asintió.
—Becado es sinónimo de pobre, así que sí. Por eso ten cuidado en quién se te acerca, acá no hay sentimientos que valgan más que los intereses.
Bufé una sonrisa sin gracia.
—Grandioso.
—¿Verdad que sí?
—Pero interesante.
Interesante porque en las instituciones educativas en las que estudié eran comunes, claro que siempre existía grupos de poder o algún alucinado que se creía más por su dinero, pero todos se enrollaban entre todos. No existía diferencia a la hora de enamorarse o ligar. Aquí, ¿qué tanto poder tenía el dinero como para estar sobre un sentimiento? Estaba anciosa por conocer al resto y averiguar en carne propia cómo sería la convivencia.
¿Serían tan fríos y calculadores como me lo estaba haciendo saber él?
Dylan parecía confiable, no quería creer que me estaba mintiendo con respecto a esas reglas, porque su mirada era sincera, pero si lo hiciera también ¿porqué motivo lo haría? Él me había alcanzado en cierto punto de la extensa carretera, iba vistiendo una camisa blanca bajo su elegante uniforme azul marino y con su mochila vintage en la espalda. El clima estaba húmedo y nublado por la lluvia mañanera, más aún así su rostro mostraba algo de transpiración por haber estado manejando su bicicleta. Parecía tener mi edad y sufrir un ligero problema de tartamudeo.
—Esto sonará un poco extraño, pe-pero ¿tienes novio? —inquirió de repente, acomodando sus lentes de medida sobre su nariz y dándome una rápida mirada curiosa—. ¿O... algo similar?
Me hice la pensativa, porque en sí nunca nadie se me declaró a pesar de tener muchos pretendientes.
¿Debía ser sincera? ¿Porqué quería saberlo?
—No —respondí al fin, optando siempre por la sinceridad que me caracterizaba—, me estoy concentrando en los estudios y en el baile.
Él pareció sorprendido.
—¿Ba-baile?
—Así es, adoro bailar —confié animada—, más los estilos de bellydance y kizomba. ¿Quieres que te enseñe?
De pronto se puso nervioso y negó con la cabeza, como si su vida dependiera de ello.
—No, no, está bien —Miró suspicaz hacia atrás por un instante y luego a los lados—. Aquí no, no, no es seguro... Digo, sería imprudente ya que es carretera y te podrían pasar por encima.
Ni que estuvieran ciegos pensé, y por molestarle le señalé la zona verde del lado mío, en donde empezaba una larga pradera libre de árboles.
—Entonces te enseño allá.
Pero él volvió a negar, dando un rápido repaso nuevamente a mi vestimenta.
—Me-mejor démonos prisa o te hará frío y se nos hará tarde para llegar al discurso de la rectora.
Torcí la boca.
—Okay.
Dándome por vencida, porque ha decir verdad también quería llegar lo más antes posible; llevaba en manos sujetando de sus cargaderas un mediano bolso negro de piel sintética, la cual con disimulo estaba cubierto por mallas de red de un extremo. Pesaba un poco, sin embargo por el es que tuve que bajar de mi improvisada movilidad a las gigantescas puertas de Imperium y continuar a pie hacia sus lejanas e inmensas instalaciones. Había llovido toda la noche y madrugada, por lo que el clima estaba fresco, vivo y frío. Tan frío que mi piel se mostraba pálida, mi nariz rosada y mis labios en excesivo rojo.
Para mi desgracia solo vestía un floreado vestido blanco por encima de las rodillas, algo decente y sencillo, junto a unas lindas sandalias beige. Y felizmente no traía maletas, las tres que llegaron conmigo desde norteamérica se adelantaron a mí ayer por la noche. Se suponía que yo me vendría después de ellas, pero no me arriesgué a pasar inspección por el secreto que ahora cargo en manos. Pensé también tener problemas al llegar a la entrada de Imperium, pero para mi fortuna estaba siendo custodiada por solo cuatro militares, quienes parecían más preocupados en revisar a unos alumnos en su moderno deportivo que a mí, por ello solo me dieron un rápido repaso visual, luego de checar mi identificación en un panel de control portátil, y me dejaron pasar.
Y ahora, luego de haber caminado sola por alrededor de una hora y rodeada por gigantesco árboles, estaba acompañada por el chico moreno de lentes y su bicicleta, que cual caballero no me había ofrecido su chaqueta. Él intrigado echó una mirada especulativa a mi carga, luego de haber estado unos minutos en silencio, y preguntó:
—¿Q-quieres que lo lleve por tí?
—No gracias, estoy bien —Fué mi turno de negar, dirigiendo mi mirada hacia el frente en tanto comenzaba a sentir ligeros movimientos en el bolso—. ¿Sabes cuánto falta para llegar a las instalaciones?... ¿O al menos a la más cercana?
De reojo lo ví también mirar hacia adelante.
—Te pu-puedo decir que por aquí... a la más cercana... falta diez kilómetros.
Mi expresión preocupada mutó a horrorizada.
—¡¿Diez kilómetros?!
Dylan sonrió con condescendencia.
—Si.
—Rayos.
Sentí mis ánimos esfumarse. Amaba hacer deportes, tenía resistencia, pero caminar tanto me iba a dejar coja... ¡Qué coja, inválida! Además, corría el riesgo de que mi secreto se revelara en cualquier momento. No me lamenté. Entre una conversación trivial continué el camino junto a Dylan, quién montó su bicicleta contándome que iba en el mismo grado que yo. Y al parecer tenía cierto temor a algunos alumnos, ya que me aconsejó que no me fiara de nadie y me cuidara.
Y eso era lo que mejor sabía hacer, pero no se lo mencioné.
Avanzamos un poco más y durante ese recorrido algunos coches de diferentes marcas y colores pasaron por nuestro lado, más ninguno se detuvo para si quiera ofrecerse a llevarnos. Y en el momento que ví por el rabillo del ojo uno tras nosotros, de color rojo, que sospechosamente se apegaba más al borde de la carretera, tuve una ingenua sensación de alegría pensando que se detendría. Pero ese sentimiento mutó a desconcierto en el momento que aceleró y pasó rozando el cuerpo de Dylan, que estaba muy por delante mío, a propósito, provocando con ese accionar que yo gritara al ver a mi compañero perder el control de su bicicleta y se saliera del camino para caer de malas maneras sobre el grass mojado.
—¡Bienvenido de nuevo a Imperium, Bennett!
Oyendo alejarse esa jocosa exclamación masculina, mezclada con algunas carcajadas dentro de ese deportivo, corrí hacia Dylan para arrodillarme junto a él y ver su estado.
—¿Estás bien?
Él había caído de lado con la bicicleta entre sus piernas, su mochila se mostraba mojada como un lado completo de su cuerpo.
—Creo, creo que me disloqué el hombro —avisó quejumbroso, intentando alejar la bicicleta con su pie, pero al querer hacerlo sus lentes resbalaron de su nariz—. Rayos.
—Deja, te ayudo.
Me puse en pie y ubiqué mi bolso con cuidado a un lado de la carretera, porque si lo hacía donde estábamos se iba a mojar. No es que costara, pero el valor que contenía era incalculable. Luego regresé nuevamente junto a Dylan, cogí la bicicleta por ambas ruedas y tiré de ellas hasta que él pudo levantarse. Sin embargo cuando lo hizo mis manos soltaron automáticamente los neumáticos, al ver pasmada la zona sobre su hombro deformada.
—¿Qué... Qué hacemos?
Él tenía la postura algo encorvada y con su otra mano mantenía quieto el brazo lastimado.
—¿Sabes colocar los huesos en su lugar? —indagó, contrayendo sus cejas por el dolor al acercarse a mí.
Yo retrocedí instintivamente, hasta trastabillar por la grava.
—Detendré un coche —Y no se me ocurrió mejor idea que decir eso para ayudarlo, en tanto retomaba con firmeza mis pasos. Él intentó acompañarme o detenerme, pero yo lo señalé e interrumpí al querer hablar—. ¡Espérame ahí! —ordené—, ¡no te muevas, amiguito! Yo traeré ayuda, porque eso no se ve nada, nada bien y yo no sé nada de...
De pronto el sonido irritante de un claxon junto al chirrido de unos neumáticos, al frenar en seco, me hicieron detener de golpe y girar para mirar por donde habíamos venido. Pero grande fué mi sorpresa de terror cuando ví la nariz de un coche blanco detenerse a milímetros de mis piernas. Seguido, sin darme tiempo a reaccionar, el enervante conductor salió profiriendo hacia mi persona palabras en otro idioma.
En respuesta alcé ambas manos mientras intentaba disculparme y hacerme comprender, pero el hombre, vestido en uniforme blanco de chófer, parecía no hacer siquiera el esfuerzo de adivinar lo que le decía. Entonces, en un desesperado intento de cambiar la situación, regresé donde estaba perplejo Dylan, le empujé por la espalda y lo posicioné frente al cacareante hombre asiático.
—Su hombro está dislocado —Le señalé el hombro lastimado de mi acompañante. El hombre calló, y mostró confusión en su mirada al ver la deformidad en aquella parte del cuerpo de Dylan. Yo continué hablándole como si se tratara de un niño de cinco años—, necesitamos un doctor —Tiré de un extremo de su chaqueta blanca—. Un doctor, ¿entiende? D.o.c.t.o.r.
—Él no entiende.
La oportuna masculina voz salió del interior del coche, parecía hastiada y la vez calmada, como también joven, por lo que no perdí tiempo, dejé a Dylan frente a ese hombre y corrí rumbo a la ventana trasera del lado derecho del vehículo blanco, la cual tenía el cristal descendido.
—Hola —saludé, inclinándome un poco con mis manos sobre mis rodillas para ver bien al chico asiático que sin perturbarse leía un libro ahí adentro. Vestía el mismo uniforme que Dylan y se veía de la misma edad, eso me dió confianza para proseguir—. ¿Hablas mi idioma a la perfección? —No respondió—... ¿O al menos me entiendes?
Y supuse que no escuchó por los audífonos en sus oídos y porque volvió a hablar en ese tono un tanto elevado como la primera vez, pero en el mismo idioma que su chófer, para darle lo que parecía una orden. Entonces el hombre de blanco bajó la mirada a sus pies y regresó a ocupar el coche para luego cerrar la puerta, y cuando se disponía a arrancar, no me quedó de otra que meter con rapidez mi mano por la ventana y arrebatarle el libro a su jefe.
Como reacción el coche no arrancó y el chico asiático se retiró de un tirón los audífonos, llevando su mirada rasgada y fulminante a mi rostro. Pensé que me ladraría como su chófer porque sus labios se entreabrieron, más toda expresión de molestia desapareció de un segundo a otro, quedándose observándome detenidamente. En lo que lo hacía noté que el brillo en sus ojos marrones oscuros no mostraba más que curiosidad, como los míos, que lo estudiaban sin pudor. Y es que su cabello oscuro lo tenía peinado elegantemente hacia un lado, dándole un aspecto muy serio.
Y debía de reconocer que era muy lindo, pero Dylan era primero. Por ese motivo carraspeé, saliendo de mi embobamiento.
—Necesito ayuda... —negué por el error—. No, digo, mi amigo necesita ayuda. ¿Puedes ayudarnos?
Él también pareció reaccionar, e iba a hablar pero la voz de Dylan llegó primero.
—No, April, yo yo estoy bien. Deja que se vaya.
Y le agradecí en silencio, porque los desnudantes ojos de ese asiático buscaron su presencia luego de acercarse un poco hacia su ventana, justamente para eso. Y cuando pensé que se negaría a ayudarnos, salió del coche, haciéndome enderezar y retroceder al momento de abrir la puerta. Ahí caí en cuenta de que era alto, no tenía un físico exageradamente trabajado pero gracias a eso el uniforme le daba muy bien. Muy fino, muy distinguido y hasta me permitiría decir que estaba hecho a su medida.
A grandes tranquilas zancadas se dirigió hacia Dylan, llevó sus manos a su hombro luego de dedicarle una mirada que no pude ver y pareció estudiar la lesión por unos minutos, para seguido señalarle el piso.
—Recuéstate.
La temerosa expresión de Dylan adquirió desconfianza ante su pedido.
—¿A-Aquí?
No obstante el chino ni caso le hizo, le dió la espalda con una tranquila indiferencia, me miró directo a los ojos y conforme lo hacía se acercó a mí, mientras se quitaba el blazer. Y verlo en camisa, mi visión de él se fué tornando más impoluta, más fresca y más irreal. Irreal porque era como ver un personaje sacado de un libro juvenil, o actor de dorama. No de esos guapos actores arrogantes o déspotas, sino aquel que lucía como agua mansa, interesante y a la vez amigable si lo llegabas a conocer bien. En pocas palabras; accesible.
Aún con mi imaginación a mil por hora le cogí el blazer cuando me lo entregó y seguí observándolo en tanto arremangando las mangas de su camisa hacía su regreso hacia Dylan, para volver a señalarle la superficie de la carretera.
—Recuéstate Bennett, que mi tiempo es preciado.
—Está-está bien.
Los estudié a ambos cuando Dylan se quitó con cuidado la mochila de la espalda, y, como si no le quedara de otra, se recostó sobre la carretera. Parecía tenerle respeto, por no decir miedo, su mirada lo delataba como también su manera de desenvolverse tan torpe y desconfiada frente a él. Y me pregunté: ¿acaso sería uno de los que debía de cuidarme? Miré al chino con sospecha ubicarse a un lado del cuerpo del moreno para acuclillarse. Era más alto que Dylan y parecía estar forrado en billetes por el aroma de la loción que usaba y por el reloj en su muñeca. ¿Acaso también me estaba equivocando con calificarlo de accesible?
¿Porqué los malos y abusivos no venían con una etiqueta en sus frentes?, así me evitaría sospechar de todo el mundo luego de una advertencia.
—Acerca ese bolso y colócalo bajo su cuello.
—¿Disculpa?
El sospechoso me estaba hablando u ordenando, con su rasgada mirada imperativa sobre mi bolso y luego nuevamente sobre mí.
—Tu bolso.
Me quedé estupefacta por un segundo con mi corazón temeroso golpeando con frenesí mis costillas. No podía usar mi bolso y debía actuar de inmediato para no levantar sospechas. Dejé el blazer junto al libro dentro del coche y bajo su atenta mirada me acerqué a Dylan, levanté su cabeza con sumo cuidado y me senté sobre mis talones para usar de almohada mis piernas dobladas.
Como seguí sintiendo su atención sobre mí le devolví la mirada con una sonrisa tonta en los labios.
—¿No te parece que mejor están mis piernas?
No dijo nada, pero si las miradas mataran yo ya estaría bien sepultada. Enseguida con un suspiro hastiado retomó interés en la zona fracturada de Dylan y empezó a hacer algunas maniobras suaves con su brazo, logrando de ese modo que en unos minutos el hueso volviera a su posición original. Esperé que emitiera un sonido de track track y un grito adolorido de Dylan al acomodarlo, más nunca ocurrió.
Era como si se conociera a la perfección el cuerpo humano y supiera qué hacer en casos como dislocaciones. Luego con un "Me disculpas" me hizo salirme de donde estaba para ubicar la cabeza de Dylan sobre la superficie de la pista y descontracturar su cuello. Y para finalizar su ayuda le recomendó que fuera a la enfermería, ya que necesitaba que le pusieran un cabestrillo. Dylan aún acostado asintió viéndolo ponerse en pie, yo di unos pasos hacia atrás cuando su rasgada mirada dió nuevamente con la mía.
Mis labios temblaron queriendo formular palabras, un agradecimiento, pero la forma en la que me miraba no me permitió decir ni pío, y es que era como si no pudiera creer lo que veía. Al menos yo sentí eso, tal vez estaba errada, más mí sexto sentido estaba muy agudo últimamente. Él tampoco dijo nada, retiró su intensa e incómoda mirada de mí y se dirigió a su coche, con el agradecimiento de Dylan tras su espalda.
¿Qué había sido eso? Estaba confundida, ¿me conocería de algún lado? ¿pero porqué no dijo nada de lo que su mirada delataba? ¿Y porqué no nos llevó?
Con esas dudas observé decepcionada su coche alejarse. No sabía si sería también mi compañero de clases pero era extraño y su cortesía era como los millones que mi familia poseía en los bancos; inexistente e irreal.
¿Así era realmente Imperium?
Iba ser difícil la convivencia, pero ya estaba acostumbrada, incluso a personas groseras y agresivas.
Así que ahí te iba Imperium.
★
Desde que tuve uso de razón mi padre siempre me decía cosas como: "Sólo vivimos una vez y la vida que vivimos es nuestra y de nadie más. Vive tu vida a tu manera y no dejes que los demás te digan cómo vivirla. Es tu especial personalidad la que te distingue de los demás. El ser diferente no es algo malo sino, al contrario, es tu tesoro. No dejes que la presión social te moldee a su antojo. Preserva tu identidad porque es tu mayor activo. Tu esencia es tu encanto". Y yo cual obediente no seguí esos consejos, sino me convertí en todos ellos, solo que muchos lo confundían con rebeldía, altanería e insolencia.
También me gustaba ayudar, escuchar a los demás y defender lo que yo creía justo. Como además intentaba ver en las dificultades una oportunidad de superación y en las tristezas, o malos momentos, demostrar que sí se podía sonreír. Por eso, apesar de haber caminado varios kilómetros aún conservé mi buen ánimo y una actitud positiva para aminorar el cansancio y no aburrir a mi lastimado, sucio y mojado compañero, quién me contaba sobre el grupo de desadaptados que casi lo atropellan.
Sin embargo toda tranquilidad se esfumó cuando en medio de la plática mi secreto comenzó a llorar, inquieto por salirse de la bolsa. La plática cesó.
—¡¿Qué-qué es eso?! —Y Dylan se detuvo sorprendido, a tal punto que soltó su bicicleta y me miró como si hubiera cometido el peor delito frente a sus ojos, cuando volvió a escuchar el débil maullido del gato—. ¡¿Trajiste un animal a Imperium?!
No supe cómo reaccionar ante su exagerada reacción, así que barboté asustada.
—¿Así... parece?
Él negó incrédulo con movimientos rápidos de cabeza y con el dedo índice de su mano sana.
—¡No, no puedes... Ni siquiera imagino cómo es que te dejaron pasar!
—Pero lo hice —Alcé mi bolso para mostrárselo, porque después de todo el gato estaba ahí, una prueba de que sí había podido—. ¿Ves?
—¡Baja eso!
No obstante ni miró a través de las rendijas de las mallas, solo con rapidez bajó el bolso con el empuje de su mano, luego con la misma me tomó por la muñeca y me arrastró con rapidez fuera de la carretera, hasta escondernos tras el primer árbol del inicio del bosque próximo a la hermosa pradera. Ahí, como ya lo había hecho antes, miró en todas direcciones con un recelo que me asustó aún más, antes de arrimarme de espaldas al tronco del frondoso pino.
—Escúchame, April, esto es serio —advirtió en un tono bajo, mirándome directo a los ojos—, tan serio que si alguien se entera de lo que trajiste te van a expulsar... —De pronto horrorizado e imaginando lo que sucedería se llevó la mano a la cabeza—, ¡Qué expulsar! ¡Nos van a expulsar! ¡A tí por lo que hiciste y a mí por cómplice! —Miró al cielo—. ¡Oh Dios mío, solo tú sabes todo lo que hice para estar aquí!
Viré los ojos.
—No seas dramático...
Su mirada me liquidó.
—¿Qué no sea dramático? —Asentí con arrepentimiento y él se desconcertó un grado más—. Se nota que no sabes nada, no tienes idea de lo injusto que es aquí para personas como tú y como yo. ¿Crees que te perdonarán si violas alguna regla solo por el hecho de ser nueva?, por supuesto que no —Se respondió solo con ironía—, volará la cabeza de tu gato y luego la tuya... ¡Y, y también la mía por callar!
De pronto por tener la guardia baja, ante sus crudas palabras, me quitó el bolso.
—Nos desharemos de él antes que perjudique nuestros futuros.
Por un segundo me quedé WTF, pero reaccioné rápido y se lo arrebaté indignada, antes de que siquiera moviera las piernas.
—¿Estás loco? —reproché—, ¿Cómo siquiera piensas que voy a permitir que abandones a mi gato, idiota?
—Idiota más no tonto —Intentó quitármele de nuevo.
—Apártate de mí, Dylan.
Pero lo empujé y empecé a caminar con Bonzo llorando dentro del bolso, mis pasos parecían pesados sobre las hojas, ramas y malezas esparcidas por el suelo, más estaba furiosa y decepcionada. Decepcionada de Dylan por haber resultado ser inhumano y cobarde, cuando parecía todo lo contrario.
—April no seas tonta —habló él tras mi espalda. Estaba siguiéndome—, apenas llegues cerca a la recepción te van a detener, hay drones volando sobre nuestras cabezas y seguro ya alguno te está vigilando si le resultaste sospechosa. Además —añadió desesperado, asustado—, revisarán tu bolso y cuerpo con un sistema de seguridad basado en escáneres de retrodispersión que tiene como trampa esa entrada —No le hice caso, seguí caminando—, ¡¿sabes qué significa?!
Le mostré mi dedo corazón por encima de mi hombro.
—Que entraré por otro lado, gracias.
Sus pisadas se detuvieron.
—Pe-pero tú ni conoces...
—¡Preguntando se llega a Roma, y ve por tu lado! —Le interrumpí sin detenerme—, has de cuenta que no sabes nada para no involucrarte y ojalá te recuperes... Hasta la vista, Dylan.
Luego de unos minutos de duda con indecisión pareció regresar a la carretera, ya que oí sus pasos vacilantes poco a poco dirigirse hacia ella. Yo caminé lo suficiente como para ocultarme bajo las espesas copas de los árboles y poder liberar a Bonzo del estresante bolso. El animal había sido anestesiado muchas horas antes para poder hacerle una sutura en una pierna en Norteamérica, y aún estaba bajo los efectos adormecedores, pero no le fueron impedimento para borrachito caminar a mi lado, guiado por su correa.
Estuvimos así, yendo en línea recta y curvada por alrededor de media hora, al menos eso supuse por estar siempre cerca a la carretera, luego desvié ruta y tuve que regresar a Bonzo al bolso, después de haber hecho sus necesidades y haber bebido agua, porque decidí seguir un camino rural, en la que dos líneas marcadas de espacio recto de tierra húmeda parecían guiarme hacia alguna entrada alternativa de una instalación de Imperium. No habían señales o avisos, simplemente la luz de varios rayos solares colándose entre la oscuridad que se había creado entre corteza y corteza de los gigantescos árboles que nos abrazaban.
Y en cada paso que daba mis oídos empezaron a captar el cantar y silbar de muchas aves, como también sonidos crepitantes extraños, algo así como si alguien se deslizara arrastrándose por las malezas con torpeza y sigilo, a una distancia no tan alejada de la mía. Curiosa miré en todas direcciones, simulando ver con admiración el túnel que naturalmente me encerraba, pero no podía distinguir nada, por más que agudizaba la vista cuando creía ver algo tras las matas. En eso los sonidos se agudizaron más, ya también por mi otro lado, y no me quedó de otra que acelerar mis pasos, concentrándome en ver al frente.
No era una chica cobarde pero tenía que proteger a Bonzo, por él es que estaba optando por arriesgarme al venir sola cuando se supone que me acompañaría un prefecto... Na, mentía. Sí tenía miedo, mucho miedo y comenzaba a arrepentirme de no haber esperado a ese hombre en el hotel esta mañana y haberme separado de Dylan. Interiormente con desespero empecé a rezar y a desear tontamente que fuera Dylan... ¡Oh, que sea Dylan! ¡Que sea Dylan! ¡Que sea Dylan! Entonces, antes de que el miedo invadiera mi sistema, comencé también a cantar, porque mi papá decía que a veces la mente era traicionera en la soledad y era mejor tenerla ocupada.
—Sé que con amargura recuerdas mi cariño —inicié, apenas oíble y con un tono nada melodioso—. Y sé que te ha pasado tu infame proceder. Sé que tú has llorado a solas como un niño y a veces has pensado a mi lado volver.
Tomé aire y ya me preparaba para cantar otra estrofa, una con más firmeza y sentimiento porque era uno de los boleros preferidos de papá, pero de repente empecé a oír el sonido apagado de unos cascos en el suelo que venían tras mi espalda. E instintivamente me detuve, no sin antes apegarme al borde de ese camino, y al girarme ví, un mediano caballo blanco con muchos pelos finos caobas en las patas, tirando una vieja carreta de madera, que era conducida por un hombre encapuchado.
—¡Oh! —Él sacudió las riendas, deteniendo al animal justo junto a mí y cuál belleza llamó mi atención, más los movimientos abruptos en el interior de unos costales ubicados en la parte trasera de esa movilidad me hicieron cambiar la dirección de mi mirada. ¿Qué tenía ahí? El hombre carraspeó, llamando mi atención, se quitó la capucha, cerró los ojos y mostró las palmas hacia el cielo—. ¡Padre eterno! ¡soberano Dios! —exclamó en un tono alto y solemne—. Envía a tus ángeles a sacar del purgatorio a esta alma por quién es mi intención rogar; te suplico te la lleves a tu gloria...
Sin embargo mi atención regresó a dónde él quiso evitar.
—Disculpe —Y calló al oír mi voz, abriendo sus cansados ojos castaños para luego seguir la dirección de mi dedo cuando señalé los costales—. ¿Qué lleva ahí?
No obstante los movimientos se detuvieron de golpe y el hombre, algo escuálido y de cabellos largos, pajizos y canosos, me miró con desconfianza.
—¿Porqué?
El imaginar que tuviera secuestrado a personas me hizo caminar hacia la parte trasera de la carreta, fue un actuar inconsciente y no premeditado, pero mi defecto de a veces querer ser una tonta heroína ganó a mi raciocinio. E iba a tirar de uno de esos sacos para abrirlo, más no llegué a hacerlo porque la mano del hombre, quién presuroso había saltado de su silla en el momento que me moví de mi lugar, me lo impidió, dándome una ligera palmada de regaño.
—¿Sabes que eres un espíritu muy entrometido?
Con vergüenza escondí mi mano tras mi espalda.
—No soy un espíritu.
Me examinó como Dylan lo había hecho cuando le dije que era becada.
—¿Eres estudiante de aquí? —Le respondí con una afirmación. Él continuó con su incómodo cuestionamiento—. Si es así, ¿porqué nunca te había visto?
Sonreí con incredulidad.
—¿A poco usted se conoce a todos aquí?
Sonrió con superioridad.
—Llevo casi desde que inauguraron este lugar, si eso responde a su pregunta —Sus manos huesudas se dirigieron dentro del bolso tejido que llevaba colgado sobre un hombro y extrajo un spray, elaborado a base de una botella de plástico con contenido extraño—. ¿Y qué hace por estos lugares sola?
Parecía un hombre sagaz e inteligente, por lo que con disimulo llevé mi bolso tras mi espalda en lo que él empezaba a esparcir el verdoso líquido sobre los costales, apilados uno al lado del otro.
—Es que soy nueva —admití, resoplando una falsa sonrisa—... y creo que me perdí.
Él guardó en el mismo lugar su spray, volviendo a ubicar sus ojos desconfiados en mí.
—¿No te dijeron que debías seguir la carretera? —Negué. Él no me creyó—. ¿Con quién viniste? ¿Quién te trajo?
—Vine sola y... y no tengo movilidad porque soy americana —Me apresuré a decir, ya que su mirada se tornó sospechosa cuando la llevó a mis brazos ocultos—, ¡y para el colmo becada!
—¿Becada? —Con una torpe sonrisa agité la cabeza en afirmación. Él estrechó los ojos y de un tirón cubrió todos los costales con una lona negra que estaba doblada a un lado de la carreta y sentenció—. No te creo.
Y Déjà vu.
—¿Por qué no?
Lo seguí en el momento que regresó para subir a su silla.
—Porque no dejan llegar a su libertad a ingresantes becados, siempre un familiar, prefecto o guardia los acompaña.
Le dije que no esperé al mío, qué había decidido venir por mí cuenta porque era rebelde y me sabía cuidar, sin embargo parecía molestarse mientras más excusas daba. No me creía nada y se propuso llamar a alguien para que viniera por mí, pero no se lo permití, mostrándole antes mi bolso.
—Es mi gato —supliqué—, si usted llama a que vengan por mí me lo quitarán y seré expulsada. ¿Sabe lo que es volver al lugar a donde no quiere regresar nunca jamás?
No quería llorar, pero inevitablemente derramé algunas lágrimas, las mismas que parecieron ablandar el corazón del extraño. Guardó su celular y corrió su trasero hacia un lado de la silla de la carreta.
—Sube —invitó, colocándose la capucha.
Yo subí sin pensarlo, en tanto me secaba con rapidez los ojos y recordaba lo que parecía perseguirme antes de que él apareciera.
—Muchísimas gracias.
—No agradezcas —Tomó las riendas a la vez que ubiqué mi bolso sobre mis muslos—, no suelo ayudar a las personas porque considero que todos eligen sus caminos, pero sí a los animales. Inocentes criaturas que desgraciadamente dependen de las decisiones que tomamos.
Le dí toda la razón, agradeciendo mentalmente haber traído a Bonzo porque o sino no me habría ayudado. El señor continuó llamándome la atención por andar sola mientras agitaba las riendas para movernos, también le pareció extraño que los guardias de seguridad me hayan permitido continuar sin custodia y no hayan revisado mi bolso. Dijo que eran perros obedientes de la rectora y que nunca se les escapaba revisar a alguien.
Confundida por aquella información me sumergí en mi mente con sus palabras volando a mi alrededor, lo oía, más estaba concentrada en la imagen del recuerdo del militar que me identificó en su panel de control portátil, y en sus compañeros, que al igual que el chino, ya parecían conocerme. Además de aquella memoria, traje a mi mente las imágenes de los desmesurados angeles que, parados a ambos lados del portón de aquella entrada a Imperium, parecían mirarme con acusación. Quizá por no haber tomado desayuno estaba desvariando, quizá la conciencia y temor por Bonzo me hacían perderme dentro de mi subconsciente... pero aún así sentía que no había dado bien el exámen. ¿Por qué estaba aquí?
Sacudí mi cabeza, mis pensamientos se enredaban y mezclaban entre sí. ¿Qué sucedía conmigo?
Y yo sabía porqué estaba aquí...
El hombre de un momento a otro dejó de hablar, y como si hubiera recordado algo calló, encerrándose en su mente como yo por un buen rato. En ese tiempo de silencio silencié a mi voz interna y divisé el paraíso hacerse paso al salir del túnel de árboles, la vía nos había sacado de él y nos estaba llevando para rodear una verde colina de florecillas amarillas. La elevación de aquella zona era tan ovalada que sobre su cima había construido un chalet de color naranja y de ventanas y puertas blancas junto a unos contados cipreses.
Tras esa colina se habían levantado gigantescos eucaliptos y por en medio de esos eucaliptos se hacía paso una cristalina caída de agua. La miré anonadada y maravillada, preguntándome cómo era posible aquella curiosidad de la naturaleza, hasta notar la pared de roca gris que se alzaba tras los árboles. De una grieta que había en ella salía esa cascada. Era otra cima y sobre ella, en la orilla se encontraban observando hacia nosotros una docena de coyotes, una cabra negra y una extraña pequeña presencia junto a ellos. Los observé en silencio, intentando dar forma al bulto, aún más oscuro que el color de la cabra, que parecía poco a poco estirarse hasta adquirir la macabra forma de un...
¡Por mi padrecito! ¡¿Qué rayos era eso?!
Mi piel se erizó notando lo que con perversidad e increíble naturaleza se agitaba tras sus piernas y mi corazón pareció estallar al llevar mi espantada mirada sobre su cabeza, más culpé a mi mente traicionera y dejé de estudiarlo para mirar inquieta hacia adelante del camino. No obstante oí a Bonzo emitir casi imperceptibles gruñidos y de la parte trasera de la carreta salieron disparados despavoridos balidos.
—Si has venido a estudiar, estudia —recomendó de pronto el hombre, sacando del interior de la sotana una cruz de hierro que colgaba en su cuello para seguido santiguarse—, limítate solo a eso y a vivir la vida de un adolescente normal si tienes a alguien que te espera fuera de este lugar. Adquiere experiencias normales y nunca busques lo extraño que veas, o no lograrás salir con vida de aquí. Y olvida, por tu bien mental y personal, lo que viste.
Tenía a papá, y me dije a mí misma que no importaba si pisaba el infierno si eso significaría poder llevarlo al paraíso de esta vida cuando lo encuentre.
Además ya estaba aquí, no podía irme para regresar a otro infierno y menos sin el motivo de esta osadía.
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