Mientras los ojos se le oscurecían, Li Sicheng ladeó la cabeza y selló los labios de ella. Sin esperárselo, Su Qianci abrió bien grandes los ojos. Rápidamente, él introdujo su lengua en la boca de ella. Con sus fuertes brazos la atrajo hacia sí. Su beso fue tan dulce que Su Qianci sintió que le acariciaban el corazón con una pluma. Se estaba derritiendo.
—Hola…—dijo el capitán Li.
Su Qianci abrió los ojos y empujó de forma abrupta a Li Sicheng. Con la cara ardiéndole, vio la sonrisa burlona del capitán Li.
—Abuelo…
—Lo entiendo perfectamente. Sois jóvenes después de todo… pero tened en cuenta dónde estáis.
El rostro de Su Qianci enrojeció aún más y enseguida vio la sonrisa en los ojos de Li Sicheng. Ella lo miró y le apretó la mano.
—No sonrías.
Pero Li Sicheng sonrió aún más y la tomó en sus brazos. Miró al capitán Li e indicó:
—Abuelo, ya nos vamos.
—Es muy tarde y ya deberíais haberos ido.