De regreso, Alejandro no insistió en el asunto y cambió el tema a una conversación más ligera hasta que llegaron a su habitación. Deseándole buenas noches, Cati entró y se dirigió directo al baño para darse una larga ducha. Después de un rato, cerró el agua y permaneció sentada mirando al vacío. No sabía cuánto tiempo llevaba en la ducha cuando vino el gato del Señor, maullándole.
—Hola —dijo cuando el gato la tocó con su pata—. Sé que debo levantarme.
Tomó una toalla y abrió la llave de agua caliente antes de sacar al gato del baño.
—Tendrás que esperar —le explicó cerrando la puerta.
No le gustaba que el gato estuviera presente cuando se bañaba.
Al entrar en la cama, tomó la cadena que llevaba puesta y jugó con el pendiente. Su mirada fija reposaba en la piedra azul. Seguramente no había sido una sola bruja; semejante masacre tenía que ser obra de un gran grupo. Rafa, ¿dónde estás? Se preguntó preocupada.