En la cocina de la mansión, Cati estaba sentada en un banco con un plato de pan fresco en sus piernas. Rompía el pan en pequeños pedazos antes de llevarlo a su boca. Le daba miedo salir después de lo sucedido la noche anterior, por lo que decidió quedarse en la cocina.
La cocina rebosaba de actividad pues se preparaban para la reunión que sucedería en la noche. Se escuchaba constantemente el sonido metálico de los utensilios, hombres y mujeres gritaban órdenes e instrucciones, y eventualmente se escuchaba una risa o conversación casual.
—En serio, ¡¿qué hacen de pie tan tranquilos cuando hay tanto trabajo por hacer?! Muévanse ahora. ¡Vamos! —una mujer regordeta ordenó observando a las jóvenes desocupadas, que de inmediato se escabulleron.
Cuando los ojos de la mujer se posaron en Cati, le preguntó: —¿Por qué sólo comes pan? Oye, tú, trae un vaso de leche —ordenó a alguien en el otro extremo.
—¡Sí, Señora Hicks! —respondió un muchacho acercándose de inmediato con un vaso de leche tibia.
Le entregó el vaso a Cati y, dirigiéndose a la ama de llaves, preguntó: —¿Está bien que un invitado entre a la cocina? ¿Y que coma aquí en lugar de en el comedor?
—Esta es humana, así que debería estar bien —respondió la Señora Hicks antes de ir a supervisar a los demás.
Sylvia y Elliot habían estado ocupados, por lo que Cati se quedó en la cocina observando a los empleados. Algunas veces, Cati seguía a la Señora Hicks como un gato mientras la mujer daba órdenes. Durante ese tiempo, conoció a un niño llamado Corey que era cuatro años mayor que ella, y ahora le enseñaba a hacer botes de papel con el periódico.
—Aquí necesitas doblar y luego voltear esto —le explicaba el niño cuidadosamente mientras ella observaba con atención—. ¿Ves? ¡Terminamos! —exclamaba el niño con el bote en las manos, cuando Sylvia entró a buscar a Cati.
—Ahí estás. Necesito que te vistas para la reunión, cariño. Puedes jugar con Corey más tarde —le dijo a Cati extendiendo su mano.
Cati parecía reacia a abandonar su zona de confort, pero sujetó la mano de Sylvia y, con una despedida al niño, abandonó la cocina.
Al llegar a la habitación, la vistieron con ropa costosa, y cuando la sirvienta había terminado de arreglarla, la niña parecía un vampiro de primera. Su vestido negro llegaba al ras del suelo y un lazo de satén decoraba su cintura.
Sylvia la llevó al salón de la reunión. Era una reunión para vampiros de primera y los humanos que trabajaban para ellos o las alianzas que habían formado. Una suave música servía de fondo a las conversaciones de los invitados.
—Vengan a visitarnos. Será un honor…
—Bueno, sabe cómo es ella, después de todo. Quiero decir…
Escucharon toda clase de conversaciones al cruzar el salón dirigiéndose a Alejandro.
—¿Y quién es esta jovencita? —preguntó un hombre de gran tamaño frente a Alejandro.
—Esta es Catalina, una conocida —la presentó Alejandro.
—Hola, Señorita Catalina —dijo el hombre con una reverencia.
La niña se inclinó para devolver el saludo, pero sintió un fuerte apretón en el hombro. El hombre se rió con ganas y Alejandro mostró una ligera sonrisa.
Cati se mantuvo en silencio mientras todos hablaban sobre temas que no entendía. Después de cierto tiempo, sujetó el brazo de Sylvia y le preguntó si podía salir, a lo que Sylvia asintió, no sin antes advertirle que se mantuviera cerca. Cuando salió de la mansión, la recibió una fresca brisa y el batir de los árboles. Ansiosa por ver de cerca el jardín que había notado por su ventana, avanzó algunos pasos, pero Gisela la interrumpió.
—¿Y a dónde te diriges, humana?
Gisela se plantó frente a Cati con los brazos cruzados.
—Eres humana, así que quédate en tu lugar y no cruces los límites. ¿Tus padres no te enseñaron? —dijo Gisela a Cati con una desagradable expresión—. Regresa a tu hogar —continuó, asustando a la niña.
Cuando Cati intentó regresar al castillo, la mujer la detuvo: —No al castillo, humana. Fuera, de inmediato.
—Eso no es nada agradable, Señorita Gisela —interrumpió una voz antes de que pudiera dar más órdenes.
Nicolás Runa era uno de los Señores del imperio. Había salido de la mansión para tomar aire fresco cuando encontró a la mujer aterrando a la niña. Era un hombre alto y de hombros anchos, su cabello castaño arreglado de tal modo que sus ojos rojos se exhibían orgullosos.
—Señor Nicolás —tartamudeó Gisela con una expresión pálida notando al hombre —. Sólo jugábamos —agregó con una risa nerviosa.
—Seguro. Creo que debe regresar a la reunión —dijo con una fugaz sonrisa antes de retomar su expresión seria.
—Sí. Lo veré luego —respondió Gisela antes de entrar rápidamente.
El hombre se agachó para quedar al mismo nivel de la niña y la olió con suavidad.
—¿Estás bien, cariño? —preguntó amablemente.
La niña asintió de inmediato.
—¿Quieres regresar a la reunión? —le preguntó notando que observaba el jardín.
El hombre notó la intención de la niña y la llevó a ver el jardín. Caminó con lentitud para que la niña pudiera mantener el paso. Mientras caminaban, notó que la niña observaba las flores con interés. Se preguntó de qué invitado era hija esta niña a la que nunca había visto. Era inusual que los invitados trajeran a sus hijos a la mansión de un vampiro, sabiendo lo atractiva que era la sangre fresca. ¿Cuándo fue la última vez que bebió sangre de un niño? Sonrió disimuladamente al pensar en esto, pues sólo había pasado una semana. Si la niña no tenía relación con una familia importante, entonces tendría que ser la niña que Alejandro había acogido.
—Por cierto, mi nombre es Nicolás. ¿Cuál es el tuyo? —le preguntó y observó que hacía una mueca.
—Catalina —respondió.
—¿Cuáles te gustan? Las flores, quiero decir —le preguntó Nicolás.
—Esa —respondió Cati señalando una pequeña flor roja.
Nicolás se acercó y tomó la flor del tallo para entregarla a la niña.
—Ten —le dijo con una sonrisa.
—Gracias —respondió Cati con su delicada voz observando la flor.
Nicolás y Cati se hicieron amigos rápidamente conversando sobre cosas insignificantes. Había pasado media hora y ahora estaban descansando bajo un árbol. Alejandro, que estaba en la reunión, se disculpó con los invitados y fue a buscar a Cati, pues hacía mucho que no la veía en el salón. Cuando se dirigía al largo corredor, notó que Nicolás venía con la niña dormida en sus brazos. Sin decir palabra, Alejandro la tomó.
—Gracias por traerla, Nicolás —dijo Alejandro en un tono seco.
—No hay problema. Parece incómoda con el nuevo ambiente y se durmió cuando nos sentamos en el jardín —explicó Nicolás a Alejandro.
—Eso explica la flor —murmuró Alejandro al notar la flor en el puño de la niña.
—Yo la arranqué—dijo Nicolás dirigiendo una sonrisa a la niña antes de ver su reloj—. Vaya, el tiempo pasó volando. Es hora de marcharme. Buenas noches.
—Buenas noches —respondió Alejandro antes de llevar a Cati a la cama.
Suspiró mirando a la niña. No había arropado a su propio gato cuando era cachorro, pero aquí estaba esta niña trastornando su vida. Mientras movía la manta, se detuvo a mirar la flor en la mano de la niña, la tomó suavemente y luego arropó a Cati.
Alejandro y Nicolás no eran amigos, pero tampoco enemigos. Se mantenían alejados uno del otro, y sabían de qué era capaz el otro. Al haber dado refugio a la pequeña, no quería la influencia del Señor del Este.
Al salir, se detuvo junto a una gran ventana para lanzar la flor antes de volver a la reunión.