Al mismo tiempo, Alejandro alcanzó a la criatura y la acorraló en una cueva. El semi-
vampiro reveló sus dientes hacia él y luego hacia la niña, quien tembló de miedo
ante la escena.
—No te acerques —le advirtió a Alejandro.
—¿Quién te creó? —preguntó Alejandro con calma—. Responde y te dejaré ir
—agregó.
La criatura sabía que no tenía oportunidad estando solo.
—El Señor Norman —habló con voz ronca, alejando a la niña y dispuesto a huir,
pero el arma le apuntaba.
El Señor de Valeria habló: —Lo siento, pero no cumplo mi palabra —dijo con calma
—. Te veré en el infierno.
Disparó todas sus balas al cuerpo de la criatura. El sonido de los disparos retumbó
en la cueva, haciendo estremecer a Cati.
Cuando los disparos se detuvieron, abrió los ojos y notó el suelo salpicado de
sangre, y un polvo oscuro que caía. Rodeada de tantos cadáveres, estaba
exhausta. Su joven mente era incapaz de digerir los hechos. Cerró los ojos y su
cuerpo se movió hacia adelante, pero Alejandro logró sujetarla.
Alejandro observó a la niña en sus brazos con el ceño fruncido. Se había
desmayado, cayendo víctima del agotamiento. Él sabía que los humanos eran
criaturitas frágiles, y se cuestionaba su decisión de traer a la niña. Sobrevivir en un
mundo de vampiros sería difícil, pero sólo el tiempo le daría la razón.
La cargó en sus brazos y se la llevó de la cueva, cruzando los frondosos árboles. Al
revisarla, notó un rastro de sangre en los dedos de su pie derecho. La criatura la
había lastimado sin razón. Sintió que sus ojos se enrojecían aún más y se hacían
más agudos, producto de su frustración.
Pocos semi-vampiros eran criaturas viles, una mezcla de humano y vampiro. Pero
inútil, a diferencia de los vampiros puros.
—¿Está bien? —le preguntó Sylvia a Alejandro cuando llegaron al carruaje.
—Su tobillo está sangrando —le respondió, entrando y ubicándola en el asiento
antes de sentarse junto a ella—. Usa esto —le dijo a Sylvia entregándole su
pañuelo.
Elliot cerró la puerta y ocupó el puesto del chofer desaparecido, con ojos atentos
ante cualquier movimiento sospechoso. Las cenizas negras dejaban un hedor en el
aire que le resultaba desagradable. Movió las riendas y los caballos comenzaron a
moverse.
Dentro del carruaje, Sylvia casi había terminado de envolver el tobillo de la niña
cuando Alejandro habló: —Descubran qué planea Norman cuando lleguemos al
reino —dijo, observando sus dedos por un rato, y pensando en algo antes de
inclinarse hacia adelante para tomar una gota de sangre que había escapado de la
rodilla de la niña.
—Ale…—dijo Sylvia al observar al Señor, que llevaba a su boca el dedo cubierto de
sangre—. ¡¿Qué haces?! —exclamó con una expresión de sorpresa.
Cuando Alejandro removió el dedo de su boca, preguntó: —¿Qué parece que
hago?
Sylvia no supo qué responderle. Para un Señor, y de sangre pura, probar la sangre
de una herida, era considerado denigrante. No sabían si la herida se había infectado
cuando la criatura tomó a la niña. Suspirando, Sylvia sacudió la cabeza y guardó
silencio.
Cuando llegaron al castillo, Cati fue enviada a la enfermería mientras los oficiales se
reunían en el piso superior del calabozo. La mayoría de las reuniones tenía lugar en
el salón principal, pero las importantes, las urgentes, y las secretas, se llevaban a
cabo en el calabozo, cuya entrada estaba bajo el cobertizo del palacio. El calabozo
estaba dividido en dos pisos, el superior y el inferior. El piso superior era custodiado
por hombres y lobos, mientras en el inferior estaban los prisioneros que habían roto
la ley.
—Señor Elliot, ¿por qué nos convocaron aquí? —preguntó un hombre, observando
al tercero a cargo—. La última reunión fue hace sólo dos días.
—¿No escuchaste del ataque que ocurrió anoche en la aldea? —habló una mujer
que estaba de pie junto a la pared, estudiando sus uñas pintadas de negro.
—¿Qué ataque? —preguntó un hombre mayor en el grupo.
—Escuché que les sacaron la sangre. A los humanos —respondió un joven.
Se escucharon jadeos y murmullos en la habitación. Las voces se hicieron
gradualmente más altas al hacer preguntas acerca del suceso.
—Silencio —dijo Alejandro al entrar. Le seguía un hombre de anteojos redondos.
Alejandro continuó: —Anoche, toda una aldea de humanos fue asesinada por
vampiros rebeldes. Hemos capturado a uno y el juicio será la próxima semana.
—¿La próxima semana? —preguntó el hombre mayor.
—Sí—respondió Alejandro—. Hasta entonces, pasará por un interrogatorio. Hay
algo más que necesita atención, y lo explicará Oliver cuando yo me vaya —dijo
mirando hacia atrás, y el hombre que lo seguía asintió.
En otra parte del castillo, Cati estaba sentada frente a Sylvia, bebiendo un plato de
sopa.
—¿Te gustó? —preguntó Sylvia, que estaba sentada con sus codos apoyados
sobre sus piernas, con el mentón en ambas manos—. Puedo pedirles que hagan
algo más si no te gusta.
Cati sacudió la cabeza y dijo con su voz suave: —Me gusta.
—Me alegra escucharlo —dijo Sylvia.
Después de unos segundos, Cati miró a la mujer con una expresión llena de duda.
—¿Qué pasa, Cati? —preguntó Sylvia al percibir la duda de la niña.
—¿Has visto a mi conejo? —preguntó lentamente.
La sonrisa de Sylvia tembló por un instante.
—Alejandro lo llevó al veterinario —informó a la niña.
Cati asintió y continuó comiendo su sopa. La sonrisa de Sylvia desapareció cuando
la niña volvió a centrarse en su sopa. Era cierto que el animal había sido llevado al
veterinario, pero dudaba que hubiera sobrevivido. Pensaba que la garra del semi-
vampiro debía haber lastimado al conejo cuando sacó a la niña del carruaje.
Tendrían que reemplazarlo si no sobrevivía.
Cuando Cati terminó de comer, Sylvia la llevó al segundo piso de la mansión para
mostrarle la habitación en la que viviría por el momento. La habitación estaba a dos
puertas de la habitación del Señor por motivos de seguridad, ya que había
huéspedes vampiros en la mansión. Cati no había conocido a todos y ser humano
no era seguro. Incluso si le advertían que habría vampiros que deseaban beber su
sangre. De las doce habitaciones en el piso, sólo cuatro estaban ocupadas. El resto
permanecía vacío.
—Cati, esta será tu habitación ahora —dijo Sylvia, empujando la puerta de madera.
La habitación era blanca y tenía una cama casi en el centro, pegada de la pared,
rodeada de cortinas de seda blancas. Cati saltó al escuchar un trueno fuera de la
ventana.
—Vaya, no puedo creer que esté lloviendo —murmuró Sylvia, caminando a cerrar la
ventana.
Caían relámpagos y no parecía que la tormenta estuviera por terminar. Al voltear,
encontró a la niña observando un jarrón con flores. Habían traído a la niña a un
mundo oscuro. "Si ya había sobrevivido tanto", pensó Sylvia con una sonrisa, "su
futuro no sería muy difícil".