—… Creo que los monstruos que tienes por aquí son bastante extraños. ¿Qué piensas?
El León Helado Desolado miraba al gigante de más de dos mil pies de altura que tenía delante mientras su rostro se contraía.
Los cadáveres de los Guardianes del Laberinto estaban apilados fuera de la brecha y eran custodiados por Doradito. Gao Peng le había ofrecido una tarifa diaria de trescientos dólares por día, por lo cual Doradito se llenó de alegría. Doradito, inmediatamente, le dio unas palmaditas en el pecho y le aseguró a Gao Peng que los ocho peces de pelo rojo nunca caerían en manos de otros.
Después de atravesar la brecha, Gao Peng llevó al León Helado Desolado a su casa e inmediatamente regresó a las montañas para visitar a Rayitas. El león finalmente se dio cuenta de por qué el poder de su amo era tan grande.
—Rayitas es en realidad un niño muy bueno. Es muy gentil —dijo Gao Peng mientras miraba con adoración a Rayitas.