Wu Chen tuvo la repentina necesidad de gritar. Momentos antes había sido objeto de burla: un suspiro más tarde era exactamente lo contrario. No podía hablar, y de hecho, las lágrimas brotaron de sus ojos y comenzaron a correr por su rostro. Él comenzó a reír. Esta risa fue una liberación de toda la presión que había sentido en los últimos años.
Por el momento, ni siquiera le importaba el medallón tótem. Todo lo que le importaba era este sentimiento de finalmente levantarse, la sensación de no estar más debajo de los demás.
La incredulidad llenó los ojos de Wu Ling, y su cerebro se sintió como si lo golpearan cientos de miles de relámpagos. Lo que había sucedido en ese momento no parecía posible, y lo único que podía hacer era mirar con los ojos muy abiertos a Meng Hao.
Su mente estaba completamente en blanco: lo único en lo que podía pensar era en la firmeza con que Wu Chen había insistido en pedir ayuda a Meng Hao.