Leylin, con una voz sin entusiasmo alguno, soltó sin piedad rayos como hilos de luz carmesí que atravesaron la espalda del Hombre Escorpión. La sangre verde comenzó a retorcerse y a intentar escapar como si acabara de ver a su peor enemigo.
Desafortunadamente, el veneno no había afectado únicamente a la sangre de la gigante de bronce. Hasta la voz de la Reina Ártica se estaba volviendo más lenta.
Leylin no le prestó atención a las fervientes súplicas y ofertas de la Reina Ártica y, en cambio, se enfocó en refinar el linaje en sus manos.
Con su manipulación, extrajo lentamente la sangre verde de la espalda del Hombre Escorpión mientras las venas se mostraban una tras otra.
—¡Ahh! La Serpiente Viuda... La Serpiente Viuda otra vez —la voz de la Reina Ártica se calmó—. Aunque tenga que morir de inmediato y sea condenada para toda la eternidad, ¡no dejaré que la Serpiente Viuda prevalezca!