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58.05% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 137: LA SOMBRA DEL HEGEMON .-10.-Hermanos de armas (01)

บท 137: LA SOMBRA DEL HEGEMON .-10.-Hermanos de armas (01)

A: RusFriend%BabaYaga@MosPub.net

De: VladDragon%slavnet.com

Asunto: Fidelidad

Dejemos una cosa clara. Nunca me «uní» a Aquiles. Tal como yo lo veía, Aquiles hablaba en nombre de la Madre Rusia. Accedí a servir a la Madre Rusia, y es una decisión que no lamenté en su momento ni lamento ahora. Creo que las divisiones artificiales entre los pueblos de la Gran Eslavia sólo sirven para impedirnos desarrollar nuestro potencial en el mundo. En el caos que se ha producido tras el descubrimiento de la verdadera naturaleza de Aquiles, me alegraría tener la oportunidad de ser útil. Las cosas que aprendí en la Escuela de Batalla podrían ser decisivas para el futuro de nuestro pueblo. Si mi relación con Aquiles me impide ser útil, que así sea. Pero sería una lástima que todos sufriéramos un último acto de sabotaje por parte de ese psicópata. Es precisamente ahora cuando soy más necesario. La Madre Rusia no encontrará ningún hijo más leal que yo.

Para Peter, la cena en Leblon con sus padres, Bean y Carlotta consistió en largos períodos de total aburrimiento interrumpidos por cortos momentos de puro pánico. Nada de lo que decían ninguno de ellos revestía el menor interés. Como Bean se hacía pasar por un turista que visitaba el altar de Ender, sólo se podía hablar de Ender, Ender, Ender. Pero inevitablemente la conversación rozaba temas que eran altamente conflictivos, cuestiones que podrían revelar lo que Peter estaba haciendo de verdad y el papel que Bean podría acabar desempeñando.

Lo peor fue cuando sor Carlotta (quien, monja o no, sabía ser una zorra maliciosa cuando se lo proponía) empezó a sondear a Peter sobre los cursos en la UNCG, aunque sabía de sobras que sus estudios no eran más que una tapadera para asuntos más importantes.

—Me sorprende, supongo, que dediques tu tiempo a unos estudios académicos cuando es evidente que tus capacidades podrían ser usadas en un campo más amplio.

—Necesito el título, como cualquier otra persona —dijo Peter, incómodo.

—Pero ¿por qué no estudias alguna carrera que te prepare para desempeñar un papel en el gran escenario del mundo?

Irónicamente, fue Bean quien lo rescató.

—Vamos, abuela —dijo—. Un hombre con la capacidad de Peter Wiggin está preparado para hacer lo que quiera y cuando quiera. Los estudios académicos son un simple trámite para él. Sólo lo hace para demostrar a los demás que puede vivir según las reglas cuando hace falta. ¿Verdad, Peter?

—Más o menos —dijo Peter—. Estoy aún menos interesado en mis estudios que todos vosotros, y

eso que no deberían interesaros en absoluto.

—Bueno, si tanto te aburren, ¿por qué estamos pagando tu formación? —preguntó el padre.

—No se la pagamos —le recordó la madre—. Peter tiene una buena beca que le paga los estudios.

—Entonces están tirando su dinero, ¿no?

—No: ya tienen lo que quieren —intervino Bean—. Durante el resto de su vida, consiga Peter lo que consiga, se mencionar�� que estudió en la UNCG. Para ellos Peter será un anuncio ambulante. Yo diría que es una buena inversión, ¿no?

El chico había empleado el tipo de lenguaje que entendía el padre: Peter tenía que reconocer que Bean conectaba con su público cuando hablaba. Con todo, le molestaba que hubiera calado tan fácilmente el tipo de idiotas que eran sus padres, y lo fácilmente que podían dejarse engatusar. Era

como si, al sacarle a Peter las castañas del fuego, Bean le estuviera restregando por la cara que todavía era un niño que vivía en casa, mientras que él trataba con la vida de forma más directa. Aquello irritaba a Peter aún más.

Al final de la velada, cuando ya habían salido del restaurante brasileño y se encaminaban hacia la estación de Market/Holden, Bean dejó caer la bomba.

—Ya que nos hemos puesto en peligro aquí, tenemos que volver a ocultarnos de inmediato. ¿Lo saben, verdad?

Los padres de Peter emitieron ruiditos de compasión.

—Me estaba preguntando por qué no viene Peter con nosotros, y así sale de Greensboro durante una temporada —prosiguió Bean—. ¿Te gustaría, Peter? ¿Tienes pasaporte?

—No, no tiene —respondió la madre, exactamente al mismo tiempo que Peter decía.

—Claro que tengo.

—¿Lo tienes? —se extrañó la madre.

—Por si acaso —aclaró Peter. No añadió: tengo seis pasaportes de cuatro países, por cierto, y diez identidades bancarias distintas con fondos de mis escritos.

—Pero estás en mitad del semestre —objetó el padre.

—Puedo tomarme unas vacaciones cuando quiera. Parece interesante. ¿Adonde vais?

—No lo sabemos —dijo Bean—. No lo decidiremos hasta el último minuto. Pero podemos enviarles un email y decirles dónde estamos.

—Las direcciones del campus no son seguras —objetó el padre.

—Ningún email es realmente seguro, ¿no? —señaló la madre.

—Será un mensaje codificado —dijo Bean—. Por supuesto.

—No me parece muy sensato —protestó el padre—. Tú piensas que tus estudios son un simple trámite, Peter, pero la verdad es que necesitas ese título para hacerte un lugar en la vida. Tienes que fijarte una meta a largo plazo y cumplirla, Peter. Si tu historial muestra que te educaste a trancas y barrancas, a las mejores empresas no les gustará.

—¿Qué futuro crees que voy a perseguir? —preguntó Peter, molesto—. ¿Algún tipo de aburrido bob corporativo?

—Me molesta que uses ese argot de la Escuela de Batalla —dijo el padre—. No fuiste allí, y hace que hables como si fueras un adolescente atontado.

—No sé qué decir —intervino Bean, antes de que Peter metiera la pata—. Yo estuve allí, y creo que

esas cosas son sólo parte del lenguaje. Quiero decir que la palabra «guai» fue una vez jerga, ¿no? Pero acabó introduciéndose en la lengua y la gente la utiliza.

—Hace que parezca un crío —insistió el padre, pero fue sólo una observación final, su patética necesidad de pronunciar la última palabra.

Peter no dijo nada, pero no agradeció que Bean lo defendiera. Al contrario, el chico parecía realmente

fastidiado: consideraba que Bean creía que podía inmiscuirse en su vida e intervenir ante sus padres como una especie de salvador. Aquello disminuía a Peter ante sus propios ojos. Los que le escribían o leían su obra como Locke o Demóstenes jamás se mostraban condescendientes con él, porque no sabían que era un muchacho. Pero la manera en que Bean actuaba era una advertencia de lo que se avecinaba. Si Peter hacía público su verdadero nombre, inmediatamente tendría que empezar a soportar esa condescendencia. Gente que antes temblaba ante la idea de caer bajo el escrutinio de Demóstenes, gente que antes había buscado ansiosamente la aprobación de Locke, se burlaría de cualquier opinión de Peter, arguyendo: «Claro, es normal que un niño piense eso» o, más amable pero no menos devastadoramente: «Cuando adquiera más experiencia, llegará a ver que...» Los adultos siempre recurrían a esos tópicos. Como si la experiencia guardara alguna relación con el aumento de la sabiduría; como si la mayor parte de la estupidez del mundo no fuera provocada por los adultos.

Además, Peter no podía dejar de sentir que a Bean le encantaba tenerlo en esa situación de desventaja. ¿Por qué había acudido a su casa la pequeña comadreja? Oh, perdón, a la casa de Ender, por supuesto. Pero sabía que era la casa de Peter, y cuando él llegó y se lo encontró allí sentado

hablando con su madre, fue como pillar a un ladrón con las manos en la masa. Bean le había caído mal

desde el principio... sobre todo después de la manera petulante en que se había marchado porque Peter no había respondido de inmediato a la pregunta que había formulado. Sí, Peter lo había mortificado un poco, y había un elemento de condescendencia en ello: jugar con el niño pequeño antes de decirle lo que quería saber. Pero el desquite de Bean había sido exagerado. Sobre todo esa miserable cena.

Sin embargo...

Bean era verdadero. Lo mejor que había producido la Escuela de Batalla. Peter podía utilizarlo! Peter podía incluso necesitarlo, precisamente porque no podía permitirse salir a la opinión pública. Bean tenía credibilidad a pesar de su corta edad, porque había luchado en la guerra. Podía hacer cosas en vez de tirar de los hilos o tratar de manipular decisiones gubernamentales influyendo en la opinión pública. Si Peter pudiera asegurarse algún tipo de alianza con él, eso tal vez compensaría su impotencia. Si Bean no fuera tan insufriblemente pedante...

No puedo dejar que mis sentimientos personales interfieran en mi trabajo.

—Voy a deciros una cosa. Mamá, papá, tenéis cosas que hacer mañana, pero mi primera clase no es hasta mediodía. ¿Por qué no les acompaño a dondequiera que se alojen y hablo sobre la posibilidad de compartir su viaje?

—No quiero que te marches y dejes a tu madre preocupada por ti —advirtió el padre—. Creo que

todos hemos visto con gran claridad que el joven Delphiki aquí presente es un imán para los problemas, y considero que tu madre ya ha perdido a suficientes hijos sin tener que preocuparse de que a ti te ocurra algo peor.

A Peter siempre le hacía rechinar los dientes la manera en que su padre solía hablar siempre como si sólo fuera su madre quien estaba preocupada, como si sólo a ella le importara lo que pudiera ocurrirle. Y si era cierto (¿quién podía decirlo, con su padre?), eso era aún peor. O bien a su padre no le importaba lo que le sucediera a Peter, o le importaba pero eran tan idiota que no podía admitirlo.

—No me marcharé de la ciudad sin pedirle permiso a mamaíta —prometió Peter.

—No seas sarcástico.

—Querido —intervino la madre—, Peter no tiene cinco años para que le reprendas delante de nuestros invitados.

Lo cual, naturalmente, hizo que pareciera que tenía seis años. Gracias por tu ayuda, mamá.

—¿No son complicadas las familias? —dijo sor Carlotta.

Oh, gracias, santa zorra, dijo Peter para sí. Bean y tú sois los que habéis complicado la situación, y ahora haces comentarios capciosos sobre cómo se vive mejor sin conexiones, como vosotros. Bueno, estos padres son mi tapadera. No los escogí, pero tengo que utilizarlos. Y al burlarte de mi situación no

haces más que demostrar tu Ignorancia. Y, probablemente, tu envidia, al ver que nunca vas a tener hijos

ni echar un polvo en toda tu vida, señora de Jesús.

—El pobre Peter ha tenido lo peor de ambos mundos —explicó la madre—. Es el mayor, así que siempre se esperó de él lo máximo, y sin embargo es el último de nuestros hijos en marcharse de casa, lo cual significa que también se le mima más de lo que puede soportar. Es horrible comprobar que los padres son simples seres humanos que cometen errores constantemente. Creo que a veces Peter desearía que lo hubieran educado unos robots.

Lo cual hizo que Peter quisiera tenderse directamente en la acera y pasar el resto de su vida como un bloque invisible de asfalto. Converso con espías y oficiales militares, con líderes políticos y brokers del poder... ¡y mi madre sigue teniendo el poder de humillarme a voluntad!

—Haz lo que quieras —dijo el padre—. No es que seas menor de edad. No podemos detenerte.

—Nunca pudimos impedir que hiciera lo que quería, ni siquiera cuando era menor —adujo la madre. En efecto, pensó Peter.

—La maldición de tener hijos que son más listos que tú —dijo el padre— es que piensan que su proceso racional superior es suficiente para compensar su falta de experiencia.

Si yo fuera un mocoso como Bean, ese comentario habría sido la gota que colma el vaso. Me habría marchado ahora mismo y no volvería a casa en una semana, o nunca. Pero no soy un niño y puedo

controlar mis resentimientos personales y hacer lo que sea preciso. No voy a descubrir mi camuflaje por

una rabieta.

Al mismo tiempo, no se me puede reprochar que me pregunte si no hay ninguna posibilidad de que a mi padre le dé un infarto cerebral y se quede mudo para siempre.

Llegaron a la estación. Tras despedirse, sus padres tomaron el autobús que los llevaría al norte, a casa, y Peter subió con Bean y Carlotta a otro autobús con dirección este.

Como Peter había supuesto, se bajaron en la primera parada y cruzaron la calle para esperar el

autobús que circulaba en dirección oeste. Realmente habían convertido su paranoia en una religión.

Incluso cuando volvieron al hotel del aeropuerto, no entraron en el edificio: se acercaron al centro comercial que antiguamente había sido un aparcamiento, cuando la gente llegaba en coche hasta el aeropuerto.

—Aunque tengan micrófonos en el centro comercial —dijo Bean—, dudo que puedan permitirse tener

personal suficiente para oír todo lo que la gente dice.

—Si tienen micros en vuestra habitación —dijo Peter—, eso significa que ya os han localizado.

—Los hoteles colocan por rutina micros en sus habitaciones —replicó Bean—. Para pillar a vándalos y criminales en el acto. Es una comprobación por ordenador, pero nada impide que los empleados la escuchen.

—Estamos en Estados Unidos.

—Pasas demasiado tiempo preocupándote por los asuntos globales —dijo Bean—. Si alguna vez necesitas esconderte, no tendrás ni idea de cómo sobrevivir.

—Tú me invitaste a unirme a vosotros. ¿A qué ha venido esa tontería? No voy a ir a ninguna parte. Tengo demasiado trabajo que hacer.

—Ah, sí—dijo Bean—. Tirar de los hilos del mundo desde detrás de un telón. El problema es que el

mundo está a punto de pasar de la política a la guerra, y van a cortar tus hilos.

Sigue siendo política.

Pero las decisiones se tomarán en el campo de bata-a> no en las salas de reuniones.

—Lo sé —cedió Peter—. Por eso deberíamos trabajar juntos.

—No veo por qué. Yo sólo te pedí una cosa, información sobre el paradero de Petra, y tú me diste largas. No parece que quieras un aliado, sino más bien un cliente.

—Chicos —intervino sor Carlotta—. Estas peleas no facilitan las cosas.

—Si va a funcionar, va a ser como Bean y yo decidamos entre los dos.

Sor Carlotta se detuvo en seco, agarró a Peter por el hombro, y lo atrajo hacia sí.

—Entiende esto ahora mismo, jovencito arrogante. No eres la única persona inteligente del mundo, y distas mucho de ser el único que cree que tira de los hilos. Hasta que tengas el valor de salir de detrás del velo de esas personalidades falsas, no tienes mucho que ofrecer a los que ya estamos trabajando en el mundo real.

—No vuelva a tocarme así.

—Oh, ¿el personaje es sagrado? —dijo sor Carlotta—. Realmente vives en el Planeta Peter, ¿no? Bean la interrumpió antes de que Peter pudiera responderle con acritud.

—Mira, te hemos dado todo lo que teníamos sobre el grupo de Ender, sin cortapisas.

—Y lo he utilizado. He sacado de allí a la mayoría, y bastante rápido además.

—Pero no a la que envió el mensaje —señaló Bean—. Quiero a Petra.

—Y yo quiero la paz mundial. Piensas a una escala demasiado reducida.

—Puede que piense demasiado a lo grande para ti, pero tú piensas a una escala demasiado reducida para mi.

Juegas con tus ordenadores, haciendo malabarismos con historias de un lado a otro... bueno, mi amiga confió en mí y me pidió ayuda. Está en manos de un psicópata asesino y aparte de mí no tiene a

nadie que se preocupe por lo que pueda pasarle.

—Tiene a su familia —murmuró sor Carlotta. A Peter le gustó ver que también corregía a Bean. Una zorra polivalente.

—Quieres salvar al mundo, pero vas a tener que hacerlo batalla a batalla, país a país. Y necesitas a gente como yo, que se ensucie las manos —dijo Bean.

—Oh, ahórrame tus delirios. Sólo eres un niñito que se esconde.

—Soy un general entre ejércitos —precisó Bean—. Si no lo fuera, no estarías hablando conmigo.

—Y quieres un ejército para rescatar a Petra.

—¿Entonces está viva?

—¿Cómo quieres que lo sepa?

—No sé cómo. Pero sabes más de lo que me estás diciendo, y si no me dices lo que sabes, ahora mismo, niñato arrogante, te dejaré aquí jugando con tus redes, y me iré a buscar a alguien que no tenga miedo de salir de la casa de mamá y correr algunos riesgos.

Por un momento, Peter estuvo a punto de dejarse cegar por la furia.

De pronto se calmó y se obligó a distanciarse de la situación. ¿Qué le estaba mostrando Bean? Que se preocupaba más por la lealtad personal que por la estrategia a largo plazo. Eso era peligroso, pero no fatal. Y saber que Bean tenía otras prioridades que no eran mejorar su situación personal le daba una ventaja a Peter.

—Lo que sé sobre Petra, es que cuando Aquiles desapareció también desapareció ella. Según las fuentes de que dispongo en Rusia, el único equipo liberador que fue interceptado fue el que iba a rescatarla. El conductor, un guardaespaldas y el jefe del equipo fueron abatidos a tiros. No había

ninguna prueba de que Petra estuviera herida, aunque saben que estuvo presente en uno de los asesinatos.

—¿Cómo lo saben?

—La dispersión de los restos encefálicos de una cabeza alcanzada por un disparo fue bloqueada por una silueta de aproximadamente su tamaño dentro de la furgoneta. La sangre del hombre la cubrió. Pero no había sangre de su cuerpo.

—Saben algo más que eso.

—Un pequeño jet privado, que en el pasado perteneció a un señor del crimen pero que posteriormente fue confiscado y utilizado por el servicio de inteligencia que empleó a Aquiles, despegó de un aeródromo cercano y se dirigió, tras repostar, a la India. Un trabajador de mantenimiento del

aeropuerto dijo que le pareció un viaje de luna de miel. Sólo el piloto y la parejita joven, sin ningún de

equipaje.

—Así que Aquiles la tiene —concluyó Bean.

—En la India —añadió sor Carlotta.

—Y mis fuentes en la India se han silenciado -—informó Peter.

—¿Muertos?

—No, sólo cuidadosos. El país más poblado de la Tierra. Antiguas enemistades. Cierto resentimiento por ser tratado como un país de segunda por todo el mundo.

—El Polemarca es indio —dijo Bean.

—Y hay motivos para creer que ha estado pasando datos de la F.I. a los militares indios —dijo Peter—. Nada que pueda ser demostrado, pero Chamrajnagar no es tan desinteresado como pretende ser.

—Así que piensas que Aquiles puede ser justo lo que la India quiere para que los ayude a lanzar una guerra.

—No—dijo Peter—. Creo que la India puede ser justo lo que Aquiles quiere para que le ayude a lanzar un imperio. Petra es lo que ellos quieren para que los ayude a lanzar una guerra.

—Entonces Petra es el pasaporte que Aquiles utilizó para conseguir una posición de poder en la

India.

—Es lo que deduzco. Es todo lo que sé, y sólo puedo hacer conjeturas. Pero también puedo decirte que tus posibilidades de llegar allí y rescatarla son nulas.

—Perdóname, pero no sabes qué soy capaz de hacer.

—Cuando se trata de recopilar información —dijo Peter—, los indios no están en la misma liga que los rusos. Creo que tu paranoia ya no es necesaria. Aquiles no está en posición de hacerte nada ahora mismo.

—El hecho de que Aquiles esté en la India no significa que esté limitado a saber sólo lo que los servicios de inteligencia indios puedan averiguar por él.

—La agencia que le ha estado ayudando en Rusia ha sido desmantelada y es probable que la clausuren.

—Conozco a Aquiles —dijo Bean—, y puedo asegurarte que si realmente está en la India, trabajando

para ellos, entonces no cabe la menor duda de que ya los ha traicionado y tiene conexiones y puestos preparados en al menos otros tres lugares. Y al menos uno de ellos tendrá un servicio de inteligencia con un excelente alcance mundial. Si cometes el error de pensar que Aquiles está limitado por fronteras y lealtades, te destruirá.

Peter miró a Bean. Ya sabía todo eso, quiso decir. Pero sería una mentira. No conocía tanto a Aquiles, excepto en el sentido abstracto que le aconsejaba no subestimar nunca a un oponente. Bean conocía a Aquiles mejor que él.

—Gracias —dijo Peter—. No lo había tenido eso en cuenta.

—Lo sé —replicó Bean fríamente—. Es uno de los motivos por los que pienso que estás abocado al fracaso Crees que sabes más de lo que realmente sabes.

—Pero escucho. Y aprendo. ¿Y tú? Sor Carlotta se echó a reír.

—Creo que los dos chicos más arrogantes del mundo se han conocido por fin, y no les gusta mucho lo que ven.

Ninguno de los dos se dignó mirarla.

—La verdad es que sí me gusta lo que veo —dijo Peter.

—Ojalá pudiera decir lo mismo.

—Sigamos caminando. Llevamos de pie quietos en este sitio demasiado tiempo.

—Al menos se le está contagiando nuestra paranoia —observó sor Carlotta.

—¿Cuándo hará la India su movimiento? —preguntó Peter—. Lo más evidente sería entrar en guerra con Pakistán.

—¿Otra vez? —dijo Bean—. Pakistán sería un bocado imposible de digerir. Intentar mantener a los musulmanes bajo control impediría a la India nuevas expansiones. Una guerra terrorista que reduciría la vieja lucha contra los sijs a la altura de una fiesta infantil.

—Pero no pueden avanzar hacia otro sitio mientras tengan a Pakistán preparado para clavarle una

daga por espalda.

Bean sonrió.

—¿Birmania? Pero ¿merece la pena?

—Está en el camino de presas más valiosas, si China no se opone —dijo Peter—. Pero ¿no estás ignorando el problema de Pakistán?

—Molotov y Ribbentrop —dijo Bean.

Los hombres que negociaron el pacto de no agresión entre Rusia y Alemania en los años treinta del siglo XX, el pacto en el que se repartieron Polonia y que liberó a Alemania para provocar la Segunda Guerra Mundial.

—Creo que tendremos que ir más al fondo que eso —observó Peter—. Creo que, en algún nivel, tendrá que producirse una alianza.

—¿Y si la India le ofrece a Pakistán vía libre contra Irán? Pueden ir a por el petróleo. La India queda libre para dirigirse hacia el este. Para barrer los países que llevan tiempo bajo su influencia cultural.


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