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80.08% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 189: 13 Encontrada

บท 189: 13 Encontrada

De: Graff%peregrinacion@colmin.gov A: PADelphiki@TutsiNet.rw.net Sobre: ¿Puedes viajar?

Como tu marido está muy ocupado en Ruanda ahora mismo, me pregunto si puedes viajar. No esperamos ningún daño físico, aparte de los rigores normales del viaje aéreo. Pero siendo el pequeño Ender todavía tan joven, probablemente querrás dejarlo. O no. Si deseas traerlo, haremos cuanto podamos para que te sientas cómoda.

Hemos confirmado la identidad de uno de tus hijos. Una niña. Naturalmente, estamos buscando primero a los niños que comparten el estado genético de Bean. Ya hemos accedido a muestras de sangre de la niña, tomadas en un hospital porque el parto fue prematuro. La paridad genética es absoluta: es vuestra. Es muy probable que sea difícil para sus padres momentáneos, sobre todo la madre, quien, como la víctima del proverbial cuco, acaba de parir a la hija de otra mujer. Lo comprenderé si no quieres estar presente. Tu presencia, sin embargo, podría ayudarlos a creer que eres en efecto la verdadera madre de «su» hija. Tú decides.

* * *

Petra estaba furiosa con Peter... y con Graff. Esos conspiradores, tan seguros de saber lo que era mejor para todo el mundo. Si estaban reteniendo el anuncio de la ratificación mientras los tumultos, no, el baño de sangre en el mundo musulmán continuaba, ¿entonces por qué no podía Bean ir con ella a recoger al primero de sus hijos perdidos que encontraban?

No, eso era imposible, él tenía que consolidar la fidelidad del Ejército ruandés, y tantas otras cosas, como si eso realmente importara. Y lo más enloquecedor de todo,

¿por qué seguía Bean el juego? ¿Desde cuándo se había vuelto obediente?

—Tengo que quedarme —decía una y otra vez, sin ninguna explicación más, a pesar de que ella le exigía algún tipo de justificación.

¿Era también Bean un conspirador? Pero no contra ella, seguramente. ¿Por qué le ocultaba sus pensamientos? ¿Qué secretos podía guardar?

Cuando quedó claro que Bean no iría con ella, Petra metió ropa de bebé, pañales y una muda de ropa para ella en una única bolsa, luego recogió al pequeño Ender y se marchó al aeropuerto de Kayibanda.

Allí la recibió Mazer Rackham.

—¿Ha venido a Kigali en vez de encontrarse conmigo allí? —dijo ella.

—Buenos días a ti también —contestó Rackham—. No confiamos en los vuelos comerciales para este asunto. Creemos que la red de Aquiles está rota, pero no podemos arriesgarnos a que secuestren a tu bebé o te lastimen en ruta.

Así que Aquiles todavía nos doblega y nos cuesta tiempo y dinero, incluso después de la muerte. O bien es sólo una excusa para asegurarte de supervisar las cosas directamente. ¿Por qué son mis hijos tan importantes para ti? ¿Cómo sé que tú no tienes también un plan para uncir a nuestros hijos a la yunta de algún noble proyecto para salvar al mundo?

Lo que dijo en voz alta fue:

—Gracias.

Despegaron en un avión privado que supuestamente pertenecía a una de las grandes compañías solares desalinizadoras que estaban desarrollando el Sahara.

Convenía saber qué compañías utilizaba la EL como tapadera para sus operaciones en el planeta.

Sobrevolaron el Sahara y Petra no pudo evitar sentirse complacida por la vista del restaurado lago Chad y el enorme proyecto de irrigación que lo rodeaba. Había leído que la desalinización de la costa libia ya avanzaba más rápido que la evaporación, y que el lago Chad ya influía en el clima de los alrededores. Pero no estaba preparada para ver tantos kilómetros de praderas, ni los rebaños de animales pastando. La hierba y las enredaderas convertían la arena y el Sahel en suelo fértil de nuevo. Y la deslumbrante superficie del lago Chad estaba salpicada de velas de barcos de pesca.

Aterrizaron en Lisboa y Rackham la llevó primero a un hotel, donde ella amamantó a Ender, se lavó y luego se cargó al niño en bandolera. Con el pequeño a cuestas regresó al vestíbulo, donde Rackham se reunió con ella y la condujo a una limusina que los esperaba fuera.

Para su sorpresa, sintió una súbita puñalada de miedo. No tenía nada que ver con aquel coche, ni con su destino de aquel día. Recordó otro día en Rotterdam, cuando le implantaron a Ender en el vientre. Bean salió con ella del hospital y los conductores del primer par de taxis estaban fumando. Así que Bean la hizo subir al tercero. Él subió al primero.

Los dos primeros taxis eran parte de un plan de secuestro y asesinato y Bean escapó por los pelos de la muerte. El taxi al que ella subió formaba parte de un plan completamente distinto: un plan para salvarle la vida.

—¿Conoce a este conductor? —preguntó Petra. Mazer asintió gravemente.

—No dejamos nada al azar —dijo—. El conductor es un soldado de los nuestros.

Así que la F.I. tenía personal militar entrenado en la Tierra, vestido de civil y conduciendo limusinas. Qué escándalo.

Subieron a las colinas, hasta una casa grande y acogedora con una sorprendente vista de la ciudad y la bahía y, en los días claros, del Atlántico más allá. Los romanos habían visto aquel lugar, habían gobernado aquella ciudad. Los vándalos la habían conquistado y luego los visigodos. Los moros la habían ocupado a continuación y, luego, los cristianos la habían recuperado. Desde esa ciudad habían zarpado veleros que tras rodear África colonizaron la India y China y África y, con el tiempo, Brasil.

Y sin embargo no era nada más que una ciudad humana en un enclave precioso. Terremotos e incendios habían ido y venido, pero la gente seguía construyendo en las colinas y en el llano. Tormentas y calmas y piratas y guerras habían hundido barco tras barco, y sin embargo la gente seguía saliendo al mar con redes o artículos o cañones. La gente hacía el amor y criaba bebés en las mansiones y en las diminutas casas de los pobres.

Ella había ido hasta allí desde Ruanda, igual que los humanos habían llegado de África hacía cincuenta mil años. No como parte de una tribu que se refugiaba en cavernas para pintar sus historias y adorar a sus dioses. Sino... ¿no estaba allí para quitarle un bebé de los brazos a una mujer? ¿Para reclamar que lo que había salido del vientre de aquella desconocida le pertenecería a ella de entonces en adelante? Igual que tantos se habían plantado en las colinas que daban a la bahía y dicho esto es mío ahora y siempre ha sido mío, a pesar de la gente que pensaba que le pertenecía y había poseído ese lugar toda su vida.

Mío, mío, mío. Ésa era la maldición y ése el poder de los seres humanos. Que lo que veían y amaban tenían que tenerlo. Podían compartirlo con otras personas pero sólo si concebían a esas otras personas como algo propio. Lo que poseemos es nuestro. Lo que tú posees también debería ser nuestro. De hecho, tú no posees nada si nosotros lo queremos. Porque tú no eres nada. Nosotros somos las personas reales, tú sólo te haces pasar por persona para intentar privarnos de lo que Dios pretendió que tuviéramos.

Y Petra comprendió por primera vez la magnitud de lo que Graff y Mazer Rackham y, sí, incluso Peter, intentaban hacer.

Estaban intentando conseguir que los seres humanos se definieran a sí mismos como pertenecientes todos a una sola tribu.

Había sido así brevemente mientras estuvieron amenazados por criaturas que eran verdaderamente extrañas; entonces la especie humana se había sentido un solo pueblo, y se había unido para rechazar a un enemigo.

Y en el momento en que se consiguió la victoria, todo se hizo pedazos y los resentimientos largamente acumulados estallaron en guerras. Primero la antigua rivalidad entre Rusia y Occidente. Y cuando eso fue reprimido por la F.I. y el antiguo polemarca fue sustituido por Chamrajnagar, las guerras se trasladaron a distintos campos de muerte.

Incluso buscaron a los graduados de la Escuela de Batalla y dijeron: nuestro. No personas libres, sino propiedad de esta o aquella nación.

Y esos mismos niños, antiguas propiedades, estaban ya a la cabeza de algunas de las naciones más poderosas. Alai, apuntalando con la sangre de sus enemigos los cimientos de su imperio fragmentado. Han Tzu, restaurando la prosperidad de China lo más rápidamente posible para emerger de la derrota como potencia mundial. Y Virlomi, al descubierto ahora, negándose a unirse a ningún grupo, alzándose por encima de la política, aunque Petra sabía que no soltaría su tenaza sobre el poder.

¿No se había sentado Petra con Han Tzu y Alai y había controlado flotas y escuadrones en las lejanas estrellas? Creían estar jugando solamente a un juego (todos ellos lo creían, menos Bean, que guardó el secreto), pero estaban salvando al mundo. Les encantaba estar juntos. Les encantaba ser uno, unidos bajo el liderazgo de Ender Wiggin.

Virlomi no estaba con ellos, pero Petra la recordaba también, como la chica en quien confió cuando era cautiva en Hiderabad. Le había dado un mensaje y Virlomi había aceptado la carga como si Petra fuera una persona real; lo había entregado a Bean y le había ayudado a ir a salvarla. Ya Virlomi había creado una nueva India de los despojos de la antigua: les había dado algo más poderoso que un mero Gobierno electo. Les había dado una reina divina, un sueño y una visión, y la India iba a ser, por primera vez, una gran potencia en consonancia con su gran población y su antigua cultura.

Los tres están engrandeciendo sus naciones en una época en que la grandeza de las naciones es la pesadilla de la humanidad.

¿Cómo conseguirá Peter dominarlos? Cómo les dirá: «No, esta ciudad, estos campos, ese lago no os pertenecen a vosotros ni a ningún grupo ni individuo, son parte de la Tierra y la Tierra nos pertenece a todos nosotros, a una única tribu. Una tropa crecida de babuinos que se ha refugiado al socaire de la noche de este planeta, que extrajo la vida del calor del día de este planeta.»

Graff y los suyos habían hecho su trabajo demasiado bien. Habían encontrado a todos los niños mejor dotados para gobernar; pero la ambición formaba parte de la mezcla que habían seleccionado. Y no sólo el deseo de igualar o incluso superar a los otros sino la agresividad, el deseo de gobernar y controlar.

La necesidad de salimos con la nuestra.

Desde luego, yo la tengo. Si no me hubiera enamorado de Bean y me hubiera concentrado en nuestros hijos, ¿no sería una de ellos? Sólo me habría estorbado la debilidad de mi país. Armenia no tiene ni los recursos ni la voluntad nacional para gobernar grandes imperios. Pero Alai y Han Tzu heredan siglos de imperio y la sensación de que tienen derecho a gobernar. Mientras que Virlomi está creando su propio mito y enseñándole a su pueblo que ha llegado el día de que se cumpla su destino.

Sólo dos de estos grandes niños se han apartado de la pauta del gran juego de matanza y dominio.

Bean nunca fue seleccionado por su agresividad. Lo seleccionaron sólo por su inteligencia. Su mente superaba de lejos todas las demás. Pero no era uno de nosotros. Podría haber resuelto los problemas tácticos y estratégicos con más facilidad que ningún otro, incluso que Ender. Pero no le importaba dominar o no; no le importaba vencer o no. Cuando tuvo un ejército propio, nunca ganó una batalla: empleaba todos sus esfuerzos en entrenar a sus soldados y en probar sus ideas.

Por eso pudo ser la perfecta sombra de Ender Wiggin. No necesitaba superar a Ender. Lo único que quería era sobrevivir. Y, sin saberlo, encajar. Amar y ser amado. Ender le dio eso. Y la hermana Carlotta. Y yo. Pero nunca necesitó mandar.

Peter es el otro. Y él sí que necesita mandar, superar a todos demás. Sobre todo porque no lo seleccionaron para la Escuela de Batalla. ¿Qué es lo que lo contiene?

¿Ender Wiggin? ¿Es eso? Peter tiene que ser más grande que su hermano Ender. No puede hacerlo por medio de la conquista porque no es rival de esos veteranos de la Escuela de Batalla. No puede hacerlo en el campo de batalla contra Han Tzu ni Alai... ¡ni Bean ni yo, ya puestos! Sin embargo, tiene que ser de algún modo más grande que Ender Wiggin, y Ender Wiggin salvó a la especie humana.

Petra se detuvo al borde de la colina, al otro lado de la calle, frente a la casa donde la esperaba su segunda hija... una hija que pretendía quitarle a la mujer que la había parido. Contempló la ciudad y se vio a sí misma.

Soy tan ambiciosa como Hot Soup o Alai o cualquiera de ellos. Sin embargo, me enamoré y decidí casarme (contra su voluntad) con el único graduado de la Escuela de Batalla que no tenía ninguna ambición personal. ¿Por qué? Porque yo quería tener a la próxima generación. Quería los hijos más inteligentes. Aunque le dije que no quería que ninguno de ellos tuviera su dolencia, en realidad quería que la tuvieran. Que fueran como él. Quería ser la Eva de una nueva especie. Quería que mis genes fueran parte del futuro de la humanidad. Y lo serán.

Pero Bean también morirá. Eso lo he sabido todo el tiempo. He sabido que sería una viuda joven. En el fondo lo he sabido siempre. Qué cosa tan terrible comprender algo así sobre una misma.

Por eso no quiero que me quite a mis bebés. Debo tenerlos a todos, como los conquistadores tuvieron que tener esta ciudad. Tengo que tenerlos. Ese es mi imperio.

¿Qué clase de vida tendrán, conmigo como madre?

—No podemos posponer esto eternamente —dijo Mazer Rackham.

—Estaba pensando.

—Todavía eres lo bastante joven para creer que eso te llevará a alguna parte —dijo Rackham.

—No. No, soy más vieja de lo que cree. Sé que no puedo evitar ser quien soy.

—¿Por qué querrías hacerlo? —dijo Mazer Rackham—. ¿No sabes que siempre fuiste la mejor de todos?

Ella se volvió hacia él, reprimiendo el arrebato de orgullo, negándose a creerlo.

—Eso es una tontería. Soy la menor. La peor. La que se rompió.

—La que Ender presionó más, en quien más confió. Él lo sabía. Además, no he querido decir que fueras la mejor en la guerra. Quería decir la mejor, punto. La mejor en ser humana.

La ironía de oírle decir eso después de que ella hubiera caído en la cuenta de lo egoísta y ambiciosa y peligrosa que era estuvo a punto de arrancarle una carcajada. En cambio, extendió la mano y le tocó el hombro.

—Pobre hombre —dijo—. Nos considera sus hijos.

—No —respondió Rackham—, eso es cosa de Hyrum Graff.

—¿Tenía usted hijos? ¿Antes de su viaje?

Rackham negó con la cabeza. Pero ella no pudo saber si estaba diciendo que no, que no había tenido hijos, o que no, que no quería hablar de eso.

—Entremos.

Petra se dio media vuelta, cruzó la estrecha calle, lo siguió a través de la verja del jardín y se acercó a la puerta de la casa. Estaba abierta a la cálida luz del otoño. Las abejas zumbaban entre las flores del jardín pero ninguna entraba en la casa: ¿qué se les había perdido allí, cuando todo lo que necesitaban estaba fuera?

El hombre y la mujer esperaban en el comedor de la vivienda. Una mujer vestida de civil (aunque a Petra le pareció un soldado, de que formas) estaba de pie tras ellos. Quizá vigilaba para asegurarse de que no intentaran huir.

La esposa estaba sentada en un sillón y sostenía en brazos a su hija recién nacida. El marido se apoyaba en una mesa. Su rostro era una máscara de desesperación. La mujer había estado llorando. Así que ya lo sabían.

Rackham habló de inmediato.

—No quería que entregaran el bebé a unos desconocidos —les dijo al hombre y la mujer—. Quería que vieran que el bebé va a ir a casa con su madre.

—Pero ella ya tiene un bebé —dijo la mujer—. No me dijo que ella ya...

—Sí que lo dijo —intervino el hombre.

Petra se sentó en una silla, frente al hombre, esquinada respecto a la mujer. Ender se agitó un poquito pero siguió durmiendo.

—Queríamos conservar a los demás, no que nacieran todos a la vez —dijo Petra—. Quería parirlos yo misma. Mi marido se está muriendo. Quería seguir teniendo sus bebés cuando ya no esté.

—¿Pero no tiene más? ¿No puede renunciar a ésta? —La voz de la mujer era tan suplicante que Petra se odió a sí misma por decir que no.

Rackham habló antes de que ella lo hiciera.

—Esta niña se está muriendo ya de la misma enfermedad que está matando a su padre. Y a su hermano. Por eso nacieron prematuros.

Esto tan sólo hizo que la mujer se aferrara al bebé con más fuerza.

—Tendrán hijos propios —dijo Rackham—. Todavía tienen los cuatro embriones fertilizados que ya crearon.

El padre lo miró mansamente.

—La próxima vez adoptaremos —dijo.

—Lamentamos mucho —continuó Rackham— que esos criminales robaran el uso de su vientre para parir la criatura de otra mujer. Pero la niña es suya, y si adoptan, tendrían hijos voluntariamente entregados por sus padres.

El hombre asintió. Comprendía. Pero la mujer tenía al bebé en brazos. Petra intervino.

—¿Le gustaría sostener a su hermano? —Extendió los brazos y sacó a Ender de la bandolera—. Se llama Andrew. Tiene un mes.

La mujer asintió.

Rackham tendió las manos y recogió a la niña. Petra le tendió a Ender a la mujer.

—Mi... la niña... la llamo Bella. Mi pequeña Lourinha —lloró.

¿Lourinha? El cabello del bebé era castaño. Pero al parecer no hacía falta que el pelo fuera muy claro para ganarse el apelativo de «rubia».

Petra tomó a la niña de manos de Rackham. Era aún más pequeña que Ender, pero sus ojos eran igual de inteligentes y curiosos. El pelo de Ender era igual de negro que

el de Bean. El de Bella se parecía más al de Petra. Le sorprendió advertir lo feliz que la hacía que el bebé se pareciera a ella.

—Gracias por parir a mi hija —dijo Petra—. Me apena su pena, pero espero que también pueda usted alegrarse de mi alegría.

Llorando, la mujer asintió y se abrazó a Ender. Se volvió hacia el bebé y le habló como se le habla a los niños pequeños.

—Es tu feliz em ter irminha? Es tu felizinho?

Entonces estalló en lágrimas y lo entregó a Rackham.

Petra se incorporó, colocó a Bella en la bandolera donde antes llevaba a Ender.

Luego levantó a Ender y se lo colocó contra el hombro.

—Lo siento mucho —dijo—. Por favor, perdóneme por no dejarla quedarse con mi bebé.

La mujer negó con la cabeza.

—Não ha de que desculpar—dijo.

—No hay nada que perdonar —murmuró la mujer de aspecto severo que al parecer no era sólo guardiana, sino también intérprete.

La mujer dejó escapar un alarido de pesar y se puso en pie de un salto, volcando la silla. Sollozó y farfulló y se abrazó a Bella y la cubrió de besos. Pero no intentó tomar al bebé.

Rackham se llevó a Petra mientras la guardia y el marido hacían lo mismo con la mujer y la sujetaban, todavía sollozando, mientras Petra y Rackham salían de la casa.

Ya en el coche, Rackham se sentó detrás con Petra y tuvo a Ender en brazos para el trayecto hasta el hotel.

—Sí que son pequeños —dijo.

—Bean dice que Ender es una persona de juguete.

—Ya veo por qué.

—Me siento como una secuestradora muy amable —dijo Petra.

—No lo hagas —contestó Rackham—. Aunque eran embriones cuando te los robaron, fue un secuestro, y ahora has recuperado a tu hija.

—Pero esta gente no hizo nada malo.

—Piensa de nuevo. Recuerda cómo los encontramos.

Se mudaron, recordó ella. Cuando el subterfugio de emergencia de Volescu disparó un mensaje, se mudaron.

—¿Por qué aceptarían...?

—La mujer no lo sabe. Nuestro trato con el marido fue que no se lo diríamos. El es completamente estéril. Su intento de fertilización in vitro no cuajó. Por eso aceptó la oferta de Volescu y le hizo creer a su esposa que el bebé era realmente suyo. El es quien recibió el mensaje e inventó un motivo para que se mudaran a esta casa.

—¿No preguntó de dónde procedía el bebé?

—Es un hombre rico —dijo Rackham—. Los ricos tienden a dar por supuestas las cosas que simplemente les vienen a las manos.

—Pero la esposa no pretendía hacer ningún daño.

—Ni Bean tampoco, y sin embargo se está muriendo —dijo Rackham—. Ni yo, y sin embargo me enviaron a un viaje que me hizo saltar décadas en el futuro y que me costó a todos y todo. Y tú perderás Bean, aunque no has hecho nada malo. La vida está llena de pesar, hasta el grado exacto en que nos permitimos amar a otras personas.

—Ya veo que es usted el filósofo residente del Ministerio de Colonización. Rackham sonrió.

—Los consuelos de la filosofía son muchos, pero nunca suficientes.

—Creo que Graff y usted planearon toda la historia del mundo. Creo que eligieron a Bean y Peter para los papeles que están representando ahora.

—Te equivocas. Te equivocas de plano. Todo lo que Graff y yo hicimos fue elegir a los niños que pensamos que podrían ganar la guerra e intentamos entrenarlos para la victoria. Fracasamos una y otra vez hasta que encontramos a Ender. Y a Bean para apoyarlo. Y al resto del grupo para ayudarlo. Y cuando la última batalla terminó y vencimos, Graff y yo tuvimos que enfrentarnos al hecho de que la solución un problema se había convertido en la causa de otro.

—Los genios militares que identificaron iban a hacer pedazos al mundo con su ambición.

—O serían utilizados como peones para satisfacer la ambición de otros, sí.

—Así que decidieron utilizarlos como peones en su propio juego una vez más.

—No —dijo Rackham en voz baja—. Decidimos encontrar un modo de liberar a la mayoría para vivir una vida humana. Todavía estamos trabajando en eso.

—¿A la mayoría?

—No había nada que pudiéramos hacer por Bean —dijo Rackham.

—Supongo que no.

—Pero entonces sucedió algo que no habíamos planeado —dijo Rackham—. Que no esperábamos. El encontró el amor. Fue padre. Y tú hiciste feliz a aquel por quien nosotros no podíamos hacer nada. Así que tengo que admitir que sentimos mucha

gratitud hacia ti, Petra. Podrías haber estado ahí fuera jugando con los otros. —Rió—. Nunca lo hubiésemos imaginado. Te sales de las gráficas en lo que se refiere a ambición. No tanto como Peter, pero casi. Sin embargo, de algún modo, renunciaste a todo.

Ella sonrió lo más beatíficamente que pudo.

Si supieras la verdad, pensó. O tal vez la sabía, pero decirle que la admiraba era una forma de manipularla...

Nadie dice completamente en serio lo que dice. Incluso cuando la gente cree que está diciendo la verdad, siempre se esconde algo tras sus palabras.

Había anochecido cuando regresó a su casa en el complejo militar en las afueras de Kigali. Mazer Rackham no entró con ella. Así que cargó con los dos bebés, Ender en la bandolera de nuevo y Bella al hombro.

Bean estaba allí, esperándola. Corrió hacia ella y tomó en brazos a la nueva bebé y apretó su mejilla contra la mejilla de la criatura.

—No la aplastes, grandullón —dijo Petra.

El se echó a reír y la besó. Se sentaron juntos en el filo de la cama, con los dos niños en brazos, y luego se los cambiaron, una y otra vez.

—Nos quedan siete —dijo Petra.

—¿Ha sido difícil?

—Menos mal que no estabas allí—dijo Petra—. No estoy segura de que hubieras sido capaz de soportarlo.


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