15 VALOR
-Genéticamente, son gemelos idénticos. La única diferencia es la clave de
Antón.
-Así que los Delphiki tienen dos hijos.
-Los Delphiki tienen un hijo, Nikolai, y va a quedarse con nosotros durante todo el período de instrucción. Bean es un huérfano que encontraron en las calles de Rotterdam.
-Porque fue secuestrado.
-La ley es clara. Los óvulos fertilizados son una propiedad. Se que esto es una cuestión de sensibilidad religiosa para usted, pero la F.I. se atiene a la ley, no...
-La F.l. se atiene a la ley cuando le conviene para conseguir sus fines. Sé que están librando ustedes una guerra. Pero esto guerra no será eterna. Todo lo que pido es: conviertan esta información en parte de un archivo... parte de muchos archivos. Para que cuando la guerra termine, las pruebas no hayan desaparecido. Para que la verdad no quede oculta.
-Por supuesto.
-No, no por supuesto. Sabe usted que en el momento en que los fórmicos sean derrotados, la F.l. no tendrá ninguna razón para existir. Tratará de continuar existiendo para mantener la paz internacional. Pero la liga no es lo bastante fuerte desde el punto de vista político para sobrevivir a los vientos nacionalistas que soplarán. La F.l. se romperá en pedazos, cada uno siguiendo a su propio líder, y
Dios nos ayude si alguna parte de la flota usa alguna vez sus armas contra la
superficie de la Tierra.
-Ha pasado usted mucho tiempo leyendo el Apocalipsis.
-Puede que no sea uno de los niños genio de su escuela, pero sé cómo andan las corrientes de opinión en la Tierra, En las redes, un demagogo llamado Demóstenes está encendiendo Occidente con maniobras secretas e ilegales del Polemarca para dar ventaja al Nuevo Pacto de Varsovia, y la propaganda es aún más virulenta desde Moscú, Bagdad, Buenos Aires, Pekín. Hay unas pocas voces racionales, como Locke, pero se las censura y no se les hace caso. Usted y yo no podemos hacer nada para evitar una guerra mundial. Pero podemos hacer todo lo posible para asegurarnos de que estos niños no se conviertan en peones de ese juego.
-La única forma de que no sean peones es que sean jugadores
-Los han estado educando. Seguro que no los temen. Denles su oportunidad para jugar.
-Sor Carlotta, todo mi trabajo se centra en prepararnos para el enfrentamiento con los fórmicos. En convertir a estos niños en comandantes brillantes, dignos de confianza. No puedo mirar más allá de esa meta.
-No mire. Deje la puerta abierta para que sus familias, sus naciones los
reclamen.
-No puedo pensar en eso ahora.
-Ahora es el único momento en que tendrá poder para hacerlo.
-Me sobreestima.
-Se subestima usted.
La Escuadra Dragón sólo llevaba un mes practicando cuando Wiggin entró en el barracón apenas unos segundos después de que se encendieran las luces, blandiendo una tira de papel, órdenes de batalla. Se enfrentarían a la Escuadra Conejo a las 07.00. Y lo harían sin desayunar.
-No quiero que nadie vomite en la sala de batalla.
-¿Podemos al menos echar una meada primero? -preguntó Nikolai.
-No más de un decalitro -dijo Wiggin.
Todos se rieron, pero también estaban nerviosos. Al ser una escuadra nueva, con sólo un puñado de veteranos, no esperaban vencer, pero tampoco querían ser humillados. Todos tenían formas distintas de tratar con los nervios: algunos se volvían silenciosos, otros charlatanes. Algunos bromeaban y alardeaban, otros se volvían hoscos. Algunos se tendían en sus camastros y cerraban los ojos.
Bean los observó. Trató de recordar si los niños de la banda de Poke hacían alguna vez estas cosas. Y entonces se dio cuenta: tenían hambre, no miedo de quedar en ridículo. No se siente ese tipo de miedo a menos que hayas tenido suficiente de comer. Así era cómo se sentían los matones, temerosos de ser humillados pero no de pasar hambre. Y naturalmente, los matones de las duchas mostraban todos esta actitud Siempre estaban actuando, siempre conscientes de que los demás los observaban. Temerosos de tener que luchar, pero también ansiosos de ello.
¿Qué siento yo?
¿Qué es lo que me pasa que tengo que pensar en ello para saberlo? Oh... estoy aquí sentado, observando. Soy uno de ésos.
Bean sacó su traje refulgente, pero entonces advirtió que tenía que ir al cuarto de baño antes de ponérselo. Saltó a la cubierta, recogió la toalla de su percha y se cubrió con ella. Por un momento recordó aquella noche en que escondió la toalla bajo uno de los camastros y se metió en el sistema de ventilación. Ahora ya no cabría. Demasiados músculos, demasiado alto. Seguía siendo el más bajito de toda la Escuela de Batalla, y dudaba que nadie más advirtiera que había crecido, pero era consciente de que ahora sus brazos y piernas eran más largos. Podía alcanzar los objetos con más facilidad. No tenía que saltar tan a menudo para cumplir con la rutina, como tocar la pared con la palma para entrar en el gimnasio.
He cambiado, pensó Bean. Mi cuerpo, naturalmente, pero también de forma de pensar.
Nikolai estaba todavía tendido en la cama con la almohada sobre la cabeza. Todo el mundo tenía su forma de enfrentarse a la situación.
Los otros niños utilizaban los servicios y bebían agua, pero Bean fue el único que pensó que sería buena idea ducharse. Solían burlarse de él preguntándole si el agua todavía estaba caliente cuando llegaba allá abajo, pero ése era ya un viejo chiste. Lo que Bean quería era el vapor. La ceguera de la niebla a su alrededor, de los espejos empañados, todo oculto, de forma que pudiera ser cualquiera, en cualquier parte, de cualquier tamaño.
Algún día, todos me verán como yo me veo. Más grande que ninguno de ellos.
Sacándoles una cabeza a los demás, capaz de ver más lejos, de llegar más lejos, de llevar cargas con las que ellos sólo podían soñar. En Rotterdam lo único que me importaba era seguir vivo. Pero aquí, bien alimentado, he descubierto quién soy. Lo que podría ser. Tal vez ellos piensen que soy un alienígena o un robot o algo por el estilo, sólo porque no soy corriente desde el punto de vista genético. Pero cuando haya realizado las grandes acciones de mi vida, estarán orgullosos de declararme humano, furioso contra cualquiera que cuestione si soy realmente uno de ellos.
Más grande que Wiggin.
Apartó la idea de su cabeza, o trató de hacerlo. Esto no era una competición. En el mundo, había suficiente espacio para dos grandes hombres al mismo tiempo.
Lee y Grant fueron contemporáneos, lucharon el uno contra el otro. Bismarck y
Disraeli. Napoleón y Wellington.
No, esa comparación no era válida. Lincoln y Grant, por ejemplo. Dos grandes hombres trabajando juntos.
Sin embargo, era desconcertante advertir lo raro que era eso. Napoleón nunca pudo soportar que ninguno de sus lugartenientes tuviera autoridad real. Todas las victorias tenían que ser sólo suyas. ¿Quién era el gran hombre junto a Augusto? ¿Junto a Alejandro? Tuvieron amigos, tuvieron rivales, pero nunca tuvieron compañeros.
Por eso Wiggin me ha apartado, aunque ahora ya sabe por los informes que le dan a los comandantes de las escuadras que tengo una mente como ningún otro miembro de la Dragón. Porque soy un rival demasiado obvio. Porque le he enseñado las cartas el primer día que intenté destacar, y me ha hecho saber que eso no sucederá mientras esté en su escuadra.
Alguien entró en el cuarto de baño. Bean no pudo ver quién era a causa del vapor. Nadie lo saludó. Todos los demás debían de haber terminado ya y regresado al barracón para prepararse.
El recién llegado se abrió paso entre la bruma hasta la ducha de Bean, Era Wiggin. Bean se quedó allí, cubierto de jabón. Se sintió como un idiota. Estaba tan absorto
que había olvidado frotarse, y estaba allí de pie en medio de la bruma, perdido en sus pensamientos. Rápidamente, se colocó bajo el chorro de agua.
-¿Bean?
-¿Señor? -Bean se volvió hacia él. Wiggin estaba en la entrada de la ducha.
-Creí que había ordenado a todo el mundo que bajara al gimnasio.
Bean pensó. La escena se desarrolló en su mente. Sí, Wiggin había ordenado que todo el mundo llevara sus trajes refulgentes al gimnasio.
-Lo siento. Yo... estaba pensando en otra cosa...
-Todo el mundo está nervioso antes de su primera batalla.
Bean se odió a sí mismo. Había permitido que Wiggin lo viera haciendo una estupidez. Se había olvidado de una orden... Bean no se olvidaba nunca de nada. Es que no lo había registrado en su memoria. Y ahora se mostraba condescendiente con él. ¡Todo el mundo estaba nervioso!
-Tú no lo estuviste - dijo Bean.
Wiggin ya se había marchado. Regresó.
-¿No?
-Bonzo Madrid te dio la orden de no sacar tu arma. Tenías que quedarte allí como una momia. No te pusiste nervioso por eso.
No - dijo Wiggin -. Me cabreé.
Es mejor que estar nervioso.
Wiggin se disponía a marcharse cuando se dio otra vez la vuelta.
-¿Has orinado?
-Lo hice antes de ducharme -dijo Bean.
Wiggin sonrió. Entonces la sonrisa desapareció.
-Llegas tarde, Bean, y todavía te estás enjabonando. Ya he hecho que lleven tu traje refulgente al gimnasio. Todo lo que nos hace falta es que metas tu culo dentro.
Descolgó la toalla de Bean de su percha.
-Esto te estará esperando allí también. Ahora muévete. Wiggin se marchó.
Bean cerró el agua, furioso. Eso era completamente innecesario, y Wiggin lo sabía. Hacerle atravesar el pasillo húmedo y desnudo durante el momento en que las demás escuadras volverían del desayuno. Era una bajeza, y una estupidez.
Cualquier cosa para dejarme en ridículo. Aprovecha todas las oportunidades, Bean, idiota, sigues aquí de pie. Podrías haber corrido al gimnasio y llegado antes que él. En cambio, te estás disparando tú mismo al pie, so estúpido. ¿Y por qué? Nada de esto tiene sentido. Nada de esto va a ayudarte. Quieres que te nombre jefe de batallón, no que te mire con desdén. Entonces, ¿por qué te comportas como un estúpido, como un crío asustado e indigno de confianza, eh?
Y sigues aquí de pie, petrificado. Soy un cobarde.
La idea atravesó la mente de Bean y lo llenó de terror. Pero no desapareció.
Soy uno de esos tipos que se quedan quietos o hacen cosas completamente irracionales cuando tienen miedo. Pierden el control y se quedan atontados.
Pero no hice eso en Rotterdam. De lo contrario, ahora estaría muerto.
O tal vez sí lo hice. Tal vez por eso no llamé a Poke y Aquiles cuando los vi solos en el muelle. El no la habría matado y yo hubiera esta do allí para ser testigo de lo que sucedía. En cambio, me fui corriendo hasta que me di cuenta del peligro que ella corría. Pero ¿por qué no la advertí antes? Porque sí lo advertí, igual que oí a Wiggin decirnos que nos reuniéramos en el gimnasio. Lo había oído, lo había comprendido perfectamente, pero fui demasiado cobarde para actuar. Tuve demasiado miedo de que algo saliera mal.
Y tal vez eso es lo que sucedió cuando Aquiles estaba caído en el suelo y le dije a Poke que lo matara. Yo estaba equivocado y ella tenía razón. Porque cualquier otro matón al que ella hubiera capturado de esa forma habría querido vengarse y habría actuado inmediatamente, matándola en cuanto se levantara. Aquiles era el más probable, tal vez el único que accedería al acuerdo que había ideado Bean. No había otra elección. Pero me asusté. Mátalo, dije, porque quería que todo eso se acabara cuanto antes.
Y sigo aquí de pie. Ya no corre el agua. Estoy mojado y tengo frío. Pero no puedo moverme.
Nikolai esperaba en la puerta.
-Lástima lo de tu diarrea-dijo.
-¿Qué?
-Le dije a Ender que te levantaste con diarrea anoche. Por esto tuviste que venir al cuarto de baño. Estabas enfermo, pero no se lo dijiste porque no querías perderte la primera batalla.
-Estoy tan asustado que no podría cagar ni un mojoncito aunque quisiera.
-Me dio tu toalla. Dijo que fue una estupidez por su parte quitártela -dijo Nikolai y entró en el cuarto de baño y se la entrego-. Dice que te necesita en la batalla, y que se alegra
de que te estés recuperando.
-No me necesita. Ni siquiera me quiere.
-Venga ya, Bean -dijo Nikolai-. Puedes hacerlo. Bean se secó. Le sentó bien moverse, hacer algo.
-Creo que ya estás bastante seco.
Una vez más, Bean advirtió que sólo se estaba secando una y otra vez.
-Nikolai, ¿qué es lo que me pasa?
-Tienes miedo de que se descubra que eres sólo un niño pequeño. Bueno, voy a darte una pista: eres un niño pequeño.
Y tú también.
-Así que no está mal sentirse mal, ¿No es eso lo que me dices siempre? -Nikolai se echó a reír-. Vamos, si yo puedo hacerlo, con lo malo que soy, tú también.
-Nikolai -dijo Bean.
-¿Ahora qué?
-Tengo que cagar de verdad.
-Pues no esperarás que te limpie el culo.
-Si no salgo en tres minutos, ven a buscarme.
Helado y sudoroso (una combinación que no había creído posible), Bean entró en el retrete y cerró la puerta. El dolor de su abdomen era feroz. Pero no podía descargar y quedarse tranquilo.
¿De qué tengo tanto miedo?
Finalmente, su sistema digestivo triunfó sobre su sistema nervioso. Fue como si todo lo que hubiera comido en su vida saliera de una sola vez.
-Se acabó el tiempo -advirtió Nikolai-. Voy a entrar.
-Tú mismo -dijo Bean-. He terminado, voy a salir.
Por fin vacío, limpio, y también humillado delante de su único amigo de verdad, Bean salió del retrete y se envolvió en la toalla.
-Gracias por evitar que sea un mentiroso -dijo Nikolai.
-¿Qué?
-Lo de tu diarrea.
-Por ti tendría disentería.
-Eso sí que es amistad.
Para cuando llegaron al gimnasio, todo el mundo se había puesto ya los trajes refulgentes y estaban preparados para salir. Mientras Nikolai ayudaba a Bean a vestirse, Wiggin ordenó a los demás que se tumbaran en las colchonetas y realizaran ejercicios de relajación, Bean incluso tuvo tiempo de tumbarse un par de minutos antes de que Wiggin los hiciera levantarse a todos. Las 06.56. Cuatro minutos para entrar en la sala de batalla. Lo estaba haciendo bastante bien.
Mientras corrían por el pasillo, Wiggin saltaba de vez en cuando para tocar el techo. Tras él, el resto de la escuadra saltaba y tocaba el mismo punto. Excepto los más pequeños. Bean, con el corazón todavía ardiendo por la humillación y el resentimiento y el temor, no lo intentó. Hacías ese tipo de cosas cuando pertenecías al grupo. Y él no pertenecía. Después de toda su brillantez en clase, ahora sabía la verdad. Era un cobarde. No encajaba en el ejército. Si no podía arriesgarse siquiera a practicar un juego, ¿qué valor tendría en combate? Los verdaderos generales se exponían al fuego enemigo. Tenían que ser intrépidos, un ejemplo de valor para sus hombres.
Yo me quedo petrificado, me doy duchas largas, y cago las raciones de una semana.
Veamos quién sigue ese ejemplo.
En la puerta, Wiggin tuvo tiempo de alinearlos en pelotones, y luego recordarles:
-¿Dónde está la puerta del enemigo?
-¡Abajo! -respondieron todos.
Bean sólo silabeó la palabra. Abajo. Abajo abajo abajo.
¿Cuál es la mejor manera de derribar a un ganso?
La pared gris ante ellos desapareció, y pudieron ver el interior de la sala de batalla. Estaba en penumbra, no oscura, sino tan débilmente iluminada que la única forma de poder ver la puerta enemiga era gracias a la luz de los uniformes refulgentes de la Escuadra Conejo, que se filtraba por ella.
Wiggin no tenía prisa por atravesar la puerta. Se quedó allí estudiando la sala, que estaba dispuesta en una parrilla abierta, con ocho «estrellas» (cubos grandes que servían como obstáculos, cobertura, y plataformas) distribuidas de forma equitativa aunque aleatoria por todo el espacio.
Wiggin dio su primera orden al batallón C. El batallón de Crazy Tom. El batallón al que pertenecía Bean. La orden pasó por toda la fila.
-Ender dice que nos deslicemos por la pared. Y luego:
-Tom dice que os disparéis a las piernas y entréis de rodillas. Pared sur.
Entraron en la sala en silencio, usando los asideros para impulsarse a lo largo del techo hasta la pared este.
-Están disponiéndose en formación de batalla. Todo lo que queremos hacer es cortarlos un poco, ponerlos nerviosos, confundirlos, porque no saben qué hacer con nosotros. Somos incursores. Así que les disparamos y luego nos escondemos detrás de esa estrella. No os quedéis atascados en el centro. Y apuntad. No disparéis en vano.
Bean cumplió las órdenes de manera mecánica. Ahora era ya una costumbre ponerse en posición, congelar sus piernas, y luego lanzarse con el cuerpo orientado hacía el lugar adecuado. Lo habían hecho centenares de veces. Lo hizo a la perfección, igual que los otros siete soldados del batallón. Nadie esperaba que ninguno fallara. Estaba allí donde esperaban que estuviera, haciendo su trabajo.
Se deslizaron por la pared, siempre con un asidero al alcance. Sus piernas congeladas estaban oscuras, bloqueando las luces del resto de los trajes refulgentes hasta que estuvieran lo bastante cerca. Wiggin hacía algo arriba, cerca de la puerta, para distraer la atención de la Escuadra Conejo, de modo que la sorpresa fue bastante buena.
Cuando se acercaban, Crazy Tom dijo:
-Dividíos y rebotad hasta la estrella. Yo al norte, vosotros al sur.
Era una maniobra que Crazy Tom había practicado con su batallón. Era, además, el momento adecuado para hacerla. Confundiría al enemigo al tener a dos grupos a los que disparar, cada uno en una dirección distinta.
Se agarraron a los asideros. Sus cuerpos, naturalmente, se recortaron contra la pared, y de repente todas las luces de sus trajes refulgentes fueron visibles. Alguien en la Escuadra Conejo los localizó y dio la alarma.
Pero el batallón C se había puesto ya en marcha, la mitad diagonalmente al sur, la otra mitad al norte, todos en ángulo hacia el suelo. Bean empezó a disparar; el enemigo también le disparó a él. Oyó el leve silbido que avisaba que el rayo de alguien había alcanzado su traje, pero se retorcía lentamente, y tan lejos del enemigo que ninguno de los rayos permanecía en un sitio el tiempo suficiente para causar daños. Mientras tanto,
descubrió que su brazo apuntaba a la perfección, sin temblar para nada. Había practicado esto muchas veces, y era bueno. Una muerte limpia, no sólo un brazo o una pierna.
Tuvo tiempo para un segundo disparo antes de golpear la pared y rebotar hasta la estrella de reencuentro. Un enemigo más lo alcanzó antes de que llegara, y luego se aferró al asidero de la estrella y anunció:
-Bean presente.
-Hemos perdido tres -dijo Crazy Tom-. Pero su formación se ha ido al infierno.
-¿Y ahora qué? -preguntó Dag.
Por los gritos sabían que la batalla principal continuaba.
Bean repasó lo que había visto mientras se aproximaba a la estrella.
-Han enviado a una docena de tipos a esta estrella para eliminarnos -dijo-. Vendrán por las caras este y oeste.
Todos lo miraron como si estuviera loco. ¿Cómo podía saber eso?
-Nos queda un segundo -dijo Bean.
-Todos al sur -ordenó Crazy Tom.
Pasaron a la cara sur de la estrella. No había ningún Conejo allí, Pero Crazy Tom inmediatamente los hizo atacar la cara oeste. En efecto, allí estaban los componentes de la otra escuadra, a punto de atacar lo que consideraban era la parte «trasera» de la estrella; o, como la escuadra Dragón se había entrenado a pensar, el fondo. Así que para lo Conejos el ataque pareció venir desde abajo, la dirección con la que menos contaban. En unos momentos, los seis Conejos que había en es cara quedaron congelados, flotando bajo la estrella.
La otra mitad de la fuerza de ataque se daría cuenta de ello y sabría lo que había sucedido.
-Arriba -dijo Crazy Tom.
Para el enemigo, eso sería la parte frontal de la estrella, la posición más expuesta al fuego de la formación principal. El último lugar al que esperaban que fuera el batallón de Tom.
Una vez estuvieron allí, en vez de continuar enfrentándose a la fuerza de choque que venía hacia ellos, Crazy Tom los hizo disparar a la formación principal Conejo, o a lo que quedaba de ella: principalmente grupos desorganizados que se ocultaban detrás de las estrellas y disparaban a los Dragones que caían hacía ellos desde varias direcciones. Los cinco miembros del batallón C tuvieron tiempo de alcanzara un par de Conejos antes de que la fuerza de choque los volviera a encontrar.
Sin esperar órdenes, Bean se lanzó al instante para apartarse de la superficie de la estrella y, de ese modo, poder disparar hacia abajo a la fuerza de choque. Desde tan cerca, pudo matar a cuatro soldados sin dificultad antes de que los giros cesaran bruscamente y su traje quedara rígido y oscuro por completo. El Conejo que lo había eliminado no pertenecía a la fuerza de choque: era alguien de la fuerza principal que tenía encima. Y para su satisfacción, Bean pudo ver que a causa de sus disparos, sólo un soldado del batallón C fue alcanzado por la fuerza de choque enviada contra ellos. Entonces rotó, y se perdió de vista.
Ya no importaba. Estaba eliminado. Pero lo había hecho bien. Estaba seguro de que había conseguido siete muertes, tal vez más. Y no se trataba sólo de su puntuación personal. Había proporcionado la información que Crazy Tom necesitó para tomar una buena decisión táctica, y luego había emprendido la acción valerosa que impidió que la fuerza de choque causara demasiadas bajas. Como resultado, el batallón C permaneció en posición para atacar al enemigo desde atrás. Sin un sitio donde esconderse, los Conejos serían
eliminados en unos instantes. Y Bean había intervenido en todo eso.
No me quedé petrificado cuando pasamos a la acción. Hice lo que había sido entrenado para hacer, y me mantuve alerta, y pensé. Probablemente puedo hacerlo mejor, moverme más rápido, ver más. Pero para una primera batalla, lo hice bien. Tengo madera de soldado.
Como el batallón C era crucial para la victoria, Wiggin usó a los cuatro jefes de batallón para apretar con sus cascos las esquinas de la puerta enemiga, y concedió a Crazy Tom el honor de pasar por la puerta, que era como formalmente terminaba el juego, y encender las luces.
El propio mayor Anderson vino a felicitar al comandante vencedor y supervisar la operación de limpieza. Wiggin descongeló rápidamente a las bajas. Bean se sintió aliviado cuando su traje pudo volver a moverse. Usando su gancho, Wiggin los acercó a todos e hizo formar a sus soldados en cinco batallones antes de empezar a descongelar a la Escuadra Conejo. Permanecieron firmes en el aire, los pies hacia abajo, las cabezas arriba... y cuando los Conejos se descongelaron, se fueron orientando poco a poco en la misma dirección. No tenían forma de saberlo, pero para la Escuadra Dragón la victoria fue entonces más que completa: pues el enemigo se orientaba ahora como si su propia puerta fuera abajo.
Bean y Nikolai estaban desayunando ya cuando Crazy Tom se acercó a su mesa.
-Ender dice que en vez de quince minutos para desayunar, tenemos hasta las 07.45. Y
nos dejará salir de la práctica con tiempo para ducharnos.
Qué magnífica noticia. Ahora podían comer más despacio.
No es que a Bean le importara. Su bandeja tenía poca comida; casi había terminado. Una vez dentro de la Escuadra Dragón, Crazy Tom lo pilló regalando comida. Bean le dijo que siempre le daban demasiado, y Tom llevó el asunto a Ender, quien hizo que los nutricionistas dejaran de sobrealimentar a Bean. Esa era la primera vez que Bean dejaba poder comer más. Y eso era sólo porque estaba agotado por la batalla.
-Inteligente-dijo Nikolai.
-¿Qué?
-Ender nos dice que tenemos quince minutos para comer, cosa que nos parece apresurada y no nos gusta. Entonces nos envía a los jefes de batallón, diciéndonos que tenemos hasta las 07.45. Son sólo diez minutos más, pero parece una eternidad. Y una ducha... se supone que podemos ducharnos después del juego, pero ahora estamos agradecidos.
-Y le cedió a los jefes de batallón la oportunidad de traer la buena noticia -dijo Bean.
-¿Es importante eso? -preguntó Nikolai-. Sabemos que fue cosa de Ender.
-La mayoría de los comandantes se aseguran de que todas las buenas noticias procedan de ellos -dijo Bean-, y las malas noticias de los jefes de batallón. Pero el único propósito de Wiggin es formar a sus jefes de batallón. Crazy Tom entró allí con nada más que su entrenamiento y su cerebro y un solo objetivo: golpear primero desde U pared y ponerse tras ellos. Todo lo demás fue cosa suya.
-Sí, pero si sus jefes de batallón la cagan, la mancha queda en el expediente de Ender
-replicó Nikolai.
Bean sacudió la cabeza.
-La cuestión es que, en su primera batalla, Wiggin dividió sus fuerzas para conseguir un efecto táctico, y el batallón C pudo continuar atacando incluso después de que nos
quedáramos sin planes, porque Crazy Tom estaba de verdad a cargo de nosotros. No nos quedamos sentados preguntándonos qué quería Wiggin de nosotros.
Nikolai lo comprendió, y asintió.
-Bacana. Eso es.
-Completamente cierto -dijo Bean. A estas alturas, todo el mundo en la mesa lo estaba escuchando-. Y eso se debe a que Wiggin no está pensando sólo en la Escuela de Batalla y las puntuaciones y en mierdas por el estilo. Sigue viendo los vids de la Segunda Invasión, ¿lo sabías? Está pensando en cómo derrotar a los insectores. Y sabe que la forma de hacerlo es tener tantos comandantes dispuestos a combatirlos como sea posible. Wiggin no quiere ser el único comandante preparado para combatir a los insectores. El quiere luchar junto a unos grandes jefes de batallón, junto a los segundos jefes y, si es posible, junto a todos y cada uno de sus soldados dispuestos a comandar una flota contra los insectores si es necesario.
Bean sabía que, con toda probabilidad, su entusiasmo estaba dando a Wiggin crédito por más cosas de las que había planeado en realidad, pero aún estaba lleno del brillo de la victoria. Y además, lo que decía era verdad: Wiggin no era ningún Napoleón, que sujetaba las riendas con tanta fuerza que ninguno de sus comandantes fuera capaz de liderar a sus soldados de manera brillante e independiente. Crazy Tom se había comportado bien bajo presión. Había tomado las decisiones adecuadas, incluyendo la decisión de escuchar a su soldado mas pequeño, el más inútil en apariencia. Y Crazy Tom lo había hecho porque Wiggin había dado ejemplo al escuchar a sus jefes de batallón.
Aprendes, analizas, decides, actúas.
Después de desayunar, mientras se dirigían a las prácticas, Nikolai le preguntó:
-¿Por qué lo llamas Wiggin?
-Porque no somos amigos -dijo Bean.
-Oh, entonces es míster Wiggin y míster Bean, ¿es eso?
-No. Bean es mi nombre de pila.
-Oh. Entonces es míster Wiggin y Quién demonios seas.
-Exacto.
Todos esperaban tener al menos una semana para ir por ahí alardeando sobre su perfecto récord de victoria-perdida. En cambio, a las 06.30 de la mañana siguiente, Wiggin apareció en el barracón, de nuevo blandiendo órdenes de batalla.
-Caballeros, espero que aprendierais algo ayer, porque hoy vamos a repetirlo.
Todos se sorprendieron, y algunos se enfadaron: no era justo, no estaban preparados. Wiggin le tendió las órdenes a Fly Molo, que acababa de salir a desayunar.
-¡Trajes refulgentes! -gritó Fly, quien estaba convencido de que ser la primera escuadra en librar dos batallas seguidas era algo magnífico.
Pero Hot Soup, el jefe del batallón D, mostraba otra actitud.
-¿Por qué no nos lo dijiste antes?
-Me pareció que necesitabais la ducha -dijo Wiggin-. Ayer la Escuadra Conejo dijo que vencimos sólo porque el hedor los dejó aturdidos.
Todos los que estaban cerca y pudieron oírlo se echaron a reír. Pero a Bean no le hizo gracia. Sabía que el papel no estaba allí cuando Wiggin se despertó. Los profesores lo habían colocado más tarde.
-No encontraste el papel hasta que volviste de la ducha, ¿verdad?
Wiggin le dirigió una mirada neutra.
-Naturalmente. No estoy tan cerca del suelo como tú.
El tono desdeñoso de su voz fue como un puñetazo para Bean. Sólo entonces se dio cuenta de que Wiggin había interpretado su pregunta como una crítica: que él pensaba que Wiggin no había estado atento y no había advertido las órdenes. Así que ahora había una marca más contra Bean en el dossier mental de Wiggin. Pero Bean no podía dejar que eso lo trastornara. No era igual que si Wiggin lo hubiera etiquetado como cobarde. Tal vez Crazy Tom le había contado cómo Bean contribuyó a la victoria de ayer, y tal vez no. No cambiaría lo que Wiggin había visto con sus propios ojos: Bean retrasándose en la ducha. Y ahora, al parecer, Bean le reprochaba que les obligara a todos a ir corriendo a su segunda batalla. Tal vez me harán jefe de batallón cuando cumpla treinta años. Y sólo si todos los demás se ahogan en un accidente de barco.
Wiggin seguía hablando, por supuesto, explicando cómo deberían esperar batallas en cualquier momento, pues se estaban quebrantando las antiguas normas.
-No puedo simular que me gusta la forma en que están jugando con nosotros, pero sí me gusta una cosa: que tengo una escuadra que puedo manejar.
Mientras se ponía el traje refulgente, Bean pensó en la actitud que adoptaban los profesores y lo que ello implicaba. Estaban presionando cada vez más a Wiggin, y también poniéndoselo más difícil. Y esto era sólo el principio. Eran sólo las primeras gotas de lluvia de una tormenta.
¿Por qué? No porque Wiggin fuera tan bueno que necesitara las pruebas. Al contrario: Wiggin estaba entrenando bien a su escuadra, y la Escuela de Batalla sólo se beneficiaría de ello concediéndole tiempo de sobra para hacerlo. Así que tenía que ser algo externo a la Escuela de Batalla.
Sólo había una posibilidad, en realidad. Los invasores se acercaban. Los insectores estaban sólo a unos pocos años luz de distancia. Tenían que terminar el entrenamiento de Wiggin.
Wiggin. No todos nosotros, sólo Wiggin. Porque si fuera todo el mundo, entonces el plan de trabajo de todo el mundo se aceleraría de la misma manera. No sólo el nuestro.
Así que ya es demasiado tarde para mí. Han elegido a Wiggin para depositar en él todas sus esperanzas. Ya no importará si soy jefe de batallón o no. Todo lo que importa es:
¿estará Wiggin preparado?
Si Wiggin tiene éxito, seguirán habiendo posibilidades de que yo consiga convertirme en líder después. La liga se hará pedazos. Habrá guerra entre los humanos. O bien la F.I. me utilizará para mantener la paz, o tal vez pueda entrar en algún ejército en la Tierra. Tengo mucha vida por delante. A menos que Wiggin comande nuestra flota contra los insectores y pierda. Entonces ninguno de nosotros tendrá vida ninguna.
Todo lo que puedo hacer en ese preciso instante es tratar de ayudar a Wiggin a aprender todo cuanto pueda aprender aquí. El problema es que no estoy lo bastante cerca de él para tener ningún efecto.
La batalla era contra Petra Arkanian, comandante de la Escuadra Fénix. Petra era más lista que Carn Carby; también tenía la ventaja de haber oído cómo Wiggin trabajaba sin ninguna formación y usaba pequeños grupos de ataque para romper las formaciones antes del combate principal. Con todo, Dragón terminó con sólo tres soldados alcanzados y nueve parcialmente incapacitados. Una derrota aplastante. Bean pudo ver que a Petra tampoco le gustó. Lo más probable era que pensara que Wiggin lo había preparado así, para humillarla deliberadamente. Pero se desquitaría muy pronto: Wiggin dejaba libres a sus jefes de
batallón, y cada uno de ellos buscaba la victoria absoluta, como habían sido entrenados. Su sistema funcionaba mejor, eso era todo, y el viejo método de plantear las batallas estaba condenado al fracaso.
Muy pronto, todos los demás comandantes empezarían a adaptarse, a aprender cada uno de los movimientos de Wiggin. Y la Escuadra Dragón se enfrentaría a otras escuadras que estarían divididas en cinco batallones, no cuatro, y que se moverían de forma libre, con unos jefes de batallón más hábiles para las maniobras. Los niños no llegaban a la Escuela de Batalla si eran idiotas. El único motivo de que la técnica funcionara una segunda vez fue porque sólo había pasado un día desde la primera batalla, y nadie esperaba tener que enfrentarse tan pronto a Wiggin. Ahora sabrían que había que hacer cambios rápidamente. Bean dedujo que con toda probabilidad nunca volverían a ver otra formación.
¿Y entonces qué? ¿Había vaciado Wiggin su cargador, o tendría nuevos trucos en la manga? El problema era que la innovaci��n nunca conseguía la victoria a largo plazo. Era demasiado fácil que el enemigo imitara y mejorara tus innovaciones. La verdadera prueba para Wiggin seria lo que hiciera cuando se enfrentara con otras escuadras que utilizaran tácticas similares.
Y la verdadera prueba para mí será ver si podré soportarlo cuando Wiggin cometa algún estúpido error y yo tenga que quedarme sentado como cualquier otro soldado, viéndolo.
El tercer día, otra batalla. El cuarto día, otra. Victoria. Victoria. Pero cada vez le sacaban menos puntos al enemigo. Bean ganaba cada vez más confianza como soldado... y se sentía más frustrado porque tan sólo podía contribuir con su buena puntería o, ocasionalmente, con alguna sugerencia; a veces también le recordaba algo a Crazy Tom eso era todo.
Bean le escribió a Dimak al respecto, explicando cómo estaba siendo infrautilizado y sugiriendo que podría entrenarse mejor trabajando con un comandante peor, donde tendría mejores posibilidades de conseguir su propio batallón.
La respuesta fue breve:
-¿Quién más te querría? Aprende de Ender.
Muy duro, pero cierto. Sin duda, ni siquiera Wiggin lo quería en realidad. O le habían prohibido trasladar a sus soldados, o había intentado apartar a Bean y nadie había querido quedárselo.
Estaban en el tiempo libre de la tarde tras su cuarta batalla. La mayoría de los otros niños trataban de no perder el ritmo de sus clases: los combates empezaban a hacerles mella, sobre todo porque se daban cuenta de que tenían que entrenar duro para no quedarse atrás. Sin embargo, Bean se enfrentaba a las clases con la soltura de siempre, y cuando Nikolai le dijo que no necesitaba que lo ayudaran más con sus trabajos, decidió dar un paseo.
Al pasar ante la habitación de Wiggin (un cubículo aún más pequeño que los estrechos cuartos que tenían los profesores, donde apenas había espacio para un camastro, una silla y una mesita), Bean se sintió tentado de llamar a la puerta, sentarse y aclarar las cosas con Wiggin de una vez por todas. Entonces el sentido común prevaleció por encima de la frustración y la vanidad, y Bean continuó caminando hasta llegar a la arcada.
No estaba tan llena como de costumbre. Bean supuso que era debido a que todo el mundo hacía prácticas extra en ese tiempo libre, tratando de descubrir lo que pensaban que
hacía Wiggin antes de tener que enfrentarse a él en batalla. Con todo, había unos cuantos dispuestos a juguetear con los controles y hacer que las pantallas y los hologramas cobraran vida.
Bean encontró un juego de pantalla plana que tenía por héroe a un ratón. Nadie lo utilizaba, así que empezó a maniobrar por un laberinto. Rápidamente el laberinto dio paso a los pasadizos y gateras de una vieja casa, con trampas emplazadas aquí y allá, nada complicado. los gatos lo perseguían... en vano. Saltó a una mesa y se encontró cara a cara con un gigante.
Un gigante que le ofreció una bebida.
Esto era el juego de fantasía. Era el juego psicológico que todos los demás practicaban en sus consolas todo el tiempo. Lo habían engañado para que lo jugara una vez, pero dudaba que hubieran aprendido algo importante hasta ahora. A la mierda con ellos. Podían engañarlo para que jugara hasta cierto punto, pero no tenia que ir mas allá... si no fuera porque la cara del gigante había cambiado. Era Aquiles.
Bean se quedó allí, aturdido durante un momento. Petrificado, aterrado. ¿Cómo lo sabían? ¿Por qué lo hacían? Enfrentarlo cara a cara con Aquiles, y por sorpresa. Qué hijos de puta.
Se retiró del juego.
Momentos después, se dio la vuelta y regresó. El gigante ya no estaba en la pantalla. El ratón corría de nuevo, tratando de escapar del laberinto.
No, no jugaré. Aquiles está muy lejos y no tiene poder para hacerme daño. Ni a Poke tampoco, ni a nadie más. No tengo que pensar en él y, seguro como que el infierno existe que no tengo que beber nada que me ofrezca.
Bean se marchó de nuevo, y esta vez no regresó.
Caminó hasta el comedor. Acababa de cerrar, pero Bean no tenía otra cosa que hacer, así que se sentó en el pasillo ante la puerta del salón y apoyó la cabeza en las rodillas. Pensó en Rotterdam, cuando se sentaba en lo alto de un cubo de basura para observar a Poke trabajando con su banda, y cómo ella era la jefa de banda más decente que había visto jamás, la manera en que escuchaba a los niños pequeños y les daba una porción justa y los mantenía vivos aunque significara no comer mucho ella misma, y por eso la eligió, porque tenía compasión... tanta compasión que era capaz de escuchar a un niño.
Su compasión la mató. Yo la maté al elegirla.
Será mejor que Dios exista. Para que pueda condenar a Aquiles en el infierno para siempre.
Alguien le dio una patada en el pie.
-Márchate -dijo Bean-. No te estoy molestando.
Fuera quien fuese volvió a darle otra patada. Utilizando las manos, Bean evitó caer. Alzó la mirada. Bonzo Madrid se alzaba sobre él.
-Tengo entendido que eres el mojoncito que se agarra a los pelos del culo de la
Escuadra Dragón -le soltó Bonzo.
Había otros tres tipos con él. Tipos grandes. Todos tenían cara de matón.
-Hola, Bonzo.
-Tenemos que hablar, capullo.
-¿Qué es esto, espionaje? -preguntó Bean-. Se supone que no puedes hablar con los soldados de otras escuadras.
-No necesito espiar para derrotar a la Escuadra Dragón –dijo Bonzo.
-¿Así que entonces buscas a los soldados más pequeños de la Dragón, y cuando los encuentras los presionas un poco hasta que lloran?
El rostro de Bonzo mostró su furia. No es que no lo hiciera siempre.
-¿Es que tienes ganas de comerte tu propio culo, capullo?
A Bean no le gustaban los matones. Y como, en este momento se sentía culpable por el asesinato de Poke, no le importaba si Bonzo Madrid acababa siendo el que administrara la pena de muerte. Era hora de dar rienda suelta a su mente.
-Pesas al menos tres veces más que yo -le soltó Bean-, y no lo digo por el cráneo que lo tienes vacío. Eres un segundón que de algún modo consiguió una escuadra y nunca ha sabido qué hacer con ella. Wiggin va a aplastarte y ni siquiera tendrá que molestarse en intentarlo. ¿Qué importa lo que me hagas? Soy el soldado más pequeño y más débil de toda la escuela. Naturalmente, me eliges a mí para golpearme.
-Sí, el más pequeño y el más débil -coreó uno de los otros niños.
Bonzo permaneció callado. Las palabras de Bean le habían ofendido. Bonzo era orgulloso, y sabía que si en ese momento hacía daño a Bean sería una humillación, no un placer.
-Ender Wiggin no va a derrotarme con esa colección de novatos y desechos que llama escuadra. Puede que haya vencido a un puñado de tarados como Carn y... Petra -dijo escupiendo su nombre-. Pero cada vez que encontramos mierda, mi escuadra la aplasta.
Bean le dirigió su mirada más dura.
-¿No lo entiendes, Bonzo? Los profesores han elegido a Wiggin. Es el mejor. El mejor que ha habido jamás. No le dieron la peor escuadra. Le dieron la mejor. Esos veteranos que llamas desechos... eran soldados tan buenos que los comandantes estúpidos no pudieron entenderse con ellos y trataron de trasladarlos de todas formas. Wiggin sabe cómo utilizar a los buenos soldados, aunque tú no sepas. Por eso esta venciendo. Es más listo que tú. Y sus soldados son todos más listos que los tuyos. Las apuestas están en tu contra, Bonzo. Bien podrías rendirte ahora. Cuando tu patética Escuadra Salamandra se enfrente a nosotros, os daremos una paliza tan grande que tendréis que mear sentados.
Bean habría seguido hablando (no es que tuviera un plan y, desde luego habría podido soltar mucho más) si no lo hubieran interrumpido. Dos de los amigos de Bonzo lo acorralaron y lo apretujaron contra, pared, por encima de sus propias cabezas. Bonzo le rodeó la garganta con una mano, justo debajo de la mandíbula, y apretó. Los otros soltaron. Bean quedó colgando del cuello, y no podía respirar. Por reflejo, pataleó, esforzándose por alcanzarlo con los pies. Pero los largos brazos de Bonzo estaban demasiado lejos para que ninguna de las patadas de Bean lo alcanzara.
-Una cosa es el juego -susurró Bonzo-. Los profesores pueden amañarlo y dárselo a su pelota, Wiggin. Pero llegará el momento en que no sea un juego. Y cuando llegue ese momento, no será un traje refulgente congelado lo que impida a Wiggin moverse.
¿Comprendes?
¿Qué respuesta esperaba? Bean no podía asentir ni hablar.
Bonzo se quedó allí de pie, sonriendo con malicia, mientras Bean se debatía.
Cuando Bonzo lo dejó caer al suelo, finalmente, a Bean ya se le empezaba a nublar la vista. Se quedó allí tendido, tosiendo y jadeando.
¿Qué he hecho? Me he burlado de Bonzo Madrid. Un matón que carece de la sutileza de Aquiles. Cuando Wiggin lo derrote, no lo aceptará. No se contentará con una demostración tampoco. Su odio por Wiggin es profundo.
En cuanto recuperó la respiración, Bean regresó a los barracones. Nikolai advirti�� de
inmediato las marcas en su cuello.
-¿Quién ha querido ahogarte?
-No lo sé.
-No me vengas con ésas. Lo tenías de cara, mira las marcas de esos dedos.
-No lo recuerdo.
Tú recuerdas incluso las pautas de las arterias de tu propia placenta.
-No voy a decírtelo -dijo Bean. Para eso, Nikolai no tenía ninguna respuesta, aunque no le gustara.
Bean conectó como ^Graff y escribió una nota a Dimak, aunque sabía que no serviría para nada.
«Bonzo está loco. Podría matar a alguien, y Wiggin es el combatiente al que más odia.»
La respuesta llegó de inmediato, casi como si Dimak hubiera estado esperando el mensaje.
«Limpia tu propia mierda. No le vayas llorando a mamá.»
Esas palabras le hicieron daño. No era la mierda de Bean, sino la de Wiggin. Y, en el fondo, de los profesores, por haber puesto de entrada a Wiggin en la escuadra de Bonzo. Y luego meterse con él porque no tenía madre... ¿cuándo se habían convertido los profesores en el enemigo? Se supone que tienen que protegernos de los niños locos como Bonzo Madrid. ¿Cómo piensan que voy a limpiar esta mierda?
Lo único que detendrá a Bonzo Madrid es matarlo.
Entonces Bean recordó cómo había mirado a Aquiles mientras decía: «Tienes que matarlo.»
¿Por qué no pude mantener la boca cerrada? ¿Por qué tuve que meterme con Bonzo
Madrid? Wiggin va a acabar como Poke. Y será otra vez por culpa mía.