El fin de Odo Dagger no fue más que un alivio menor; la guerra continuaba, y aunque la información sobre la caída de Fermín y Valoria aún no se sabía, el ejército del rey debía actuar con rapidez.
La victoria del rey sobre Odo Dagger proporcionó un impulso temporal, pero el dilema estratégico seguía siendo crucial. Con Fermín y Valoria ahora bajo su control, la responsabilidad de la administración y defensa de estos territorios recaía sobre el rey. La incertidumbre sobre la situación exacta de estos territorios aumentaba la urgencia de tomar decisiones tácticas.
En el consejo militar, el debate se centraba en cómo consolidar el control sobre Fermín y Valoria y, al mismo tiempo, enfrentar la creciente amenaza en otras fronteras. El dilema estratégico se planteaba con mayor claridad: ¿Deberían dirigir sus fuerzas hacia el norte, donde la lealtad de los territorios era incierta y la amenaza de revueltas latente? ¿O debían girar hacia el este, donde las tierras fronterizas eran estratégicas, pero también presentaban un desafío logístico?
El Marqués Abney, experimentado estratega, abogaba por la movilización hacia el este. Argumentaba que la posición geográfica proporcionaría una ventaja táctica, permitiendo una defensa más sólida y la posibilidad de asegurar territorios vitales para la economía del reino. El Barón Tumbler, sin embargo, sugería una división de fuerzas, destacando que un ejército al norte podría disuadir posibles insurgencias y asegurar el apoyo de esos territorios.
El rey, entre la presión de la toma de decisiones y la sombra de la incertidumbre, sentía el peso de su corona más que nunca. Sabía que cada elección podría tener consecuencias devastadoras. La toma de Fermín y Valoria no solo había abierto una brecha militar, sino que también habían subido la moral del reino.
En este contexto, la rapidez se volvía esencial. Cada día de indecisión era un día en el que los enemigos del reino podrían ganar terreno. El rey Albert, consciente de la urgencia, tomó una decisión audaz y estratégica. Aunque la información sobre la toma de Fermín y Valoria aún no se conocía públicamente, el ejército debía movilizarse. La partida hacia Mert, el punto de encuentro estratégico, marcó el comienzo de una nueva fase en la guerra.
El dilema militar se volvía más que una cuestión de territorios; se trataba de la supervivencia misma del reino. En las tierras del rey, los tambores de guerra resonaban, llevando consigo la esperanza de una estrategia efectiva y la carga de las decisiones que cambiarían el destino de un reino en guerra.
—Su majestad, hemos terminado la organización — expresó el Marqués Abney.
—El ejército dentro de Fermín se rindió inmediatamente al mostrar la cabeza de Odo, totalmente vergonzoso — comentó el Barón Tumbler.
—Eso no importa, Tumbler. Debemos concentrarnos en esto; evitar asediar Fermín fue vital. La lástima es que perderemos tropas al dejarlas como guarnición — dijo el rey Albert con seriedad.
—Mis disculpas, mi señor. Tiene razón en lo dicho — respondió el Barón, algo avergonzado.
—¿Ya podemos comenzar la marcha? Han pasado un mes desde esta victoria. Debemos redirigirnos hacia el este. Mandaré al menos 1 mil de infantería para el apoyo del norte — decidió el rey.
—Sí, mi rey. La marcha ya está preparada. En Mert, podremos dividirnos para mandar las tropas. Es un lugar muy seguro — informó el Marqués Abney.
La caravana militar decide establecer un campamento temporal en un claro rodeado por bosques densos.
Tumbler Montclair, con su mirada dirigida al norte, busca al rey y al marqués para una charla discreta. Se acercan a un rincón del campamento, donde las sombras y el crepitar de las llamas resguardan la privacidad de la conversación.
—Mi señor, Marqués, hay algo que necesito compartir con ustedes - Dijo Tumbler.
Rey Albert asintiendo - Habla, Tumbler. Estamos entre amigos aquí.
Tumbler con seriedad comenzó a hablar - Mi historia, la de los Montclair, está marcada por momentos de lealtad y traición. En una revuelta pasada, las divisiones en mi familia pusieron a prueba nuestra fidelidad a la corona.
T
umbler suspirando continuó - Fue un tiempo oscuro, pero la familia se reconcilió. Sin embargo, las heridas perduran, especialmente en mi corazón. La propuesta de dividir las fuerzas no es solo una estrategia; es un intento de proteger la lealtad del norte.
Rey Albert algo reflexivo expresó - Comprendo. La historia de las familias pesa en las decisiones presentes. Pero, Tumbler, también debemos unirnos en la adversidad. La confianza se construye con acciones compartidas.
Abney asintiendo - El pasado no define solo el futuro, Barón. Es cómo enfrentamos los desafíos actuales lo que forjará nuestro destino.
Tumbler agradecido - Sus palabras son sabias. Aprecio su comprensión. Solo quería que supieran que mi propuesta no es solo táctica, sino una precaución.
Rey Albert colocando una mano en el hombro de Tumbler - Barón, lo que compartiste es invaluable. Las experiencias pasadas moldean nuestras decisiones, pero aquí, en este campamento, forjamos un nuevo capítulo.
Abney Sonríendo - La historia del norte y del sur se entrelaza en esta marcha. Es momento de construir puentes sobre las viejas grietas.
Tumbler asintiendo - Aprecio su comprensión, mi rey, Marqués. Trabajaré para asegurar que nuestras fuerzas del norte sean un baluarte inquebrantable.
La conversación entre los tres líderes continuó en la noche, mientras las sombras danzaban en el claro y los susurros del viento llevaban consigo la promesa de una nueva alianza.
Los días pasaron, y la caravana militar avanzó hacia Mert, llevando consigo la carga de decisiones que darían forma al destino del reino. La guerra se extendía como un manto oscuro sobre la tierra, y en medio de ella, la estrategia, la lealtad y el peso del pasado se entrelazaban en una danza compleja.
El paisaje se transformó a medida que avanzaban. Colinas ondulantes se extendían ante ellos, y bosques frondosos ofrecían una sombra bienvenida a la fatigada marcha. Sin embargo, la tensión en el aire era palpable. Cada paso resonaba con el peso de las decisiones estratégicas, y los líderes del ejército compartían miradas cargadas de responsabilidad.
En el corazón de la caravana, el rey Albert montaba su caballo, su figura enmarcada por la majestuosidad. Aunque la salud del monarca no se mencionaba abiertamente, la sombra de la preocupación se proyectaba sobre los planes y estrategias que se desarrollarían.
—Aquí me despido, mi señor — dijo el Barón Tumbler.
—Recuerda lo que juramos los tres cuando éramos niños, Tumbler — recordó el rey con melancolía.
—Lo recuerdo muy claro, "moriremos si es necesario por nuestro reino".
—Viejos recuerdos. En esos momentos, eras muy malo con la espada — dijo el Marqués Abney, riendo.
—Yo soy más de arco que otra cosa.
— Abney, al contrario de mí, eras muy popular con las mujeres — comentó el rey Albert, riendo también. Luego, con una voz seria, añadió: — No quiero que mueras en el norte. El futuro todavía nos espera mucho. La crisis económica continúa. Con Fermín, logramos frenarla de cierta forma, pero aún falta mucho.
—Claro, Albert. Es odioso seguir el protocolo. Bueno, me retiro al norte. Nos veremos en un futuro no tan lejano, mi señor Albert — el Barón Tumbler cabalgó hacia las unidades que dirigiría hacia el norte.
—Me gustaría ir al norte, pero luego del desastre en Sofía, debemos movernos rápido — dijo el rey.
—Entiendo. ¡A moverse, hombres! ¡Aún debemos matar al traidor de Henry por haberse atrevido a morder al rey!
— los soldados comenzaron a gritar, el intento de subir la moral fue un total éxito, marcando así el comienzo de la marcha hacia el otro extremo del reino.
Y así comenzó una marcha que, tras dos meses de largo recorrido, resultó complicada debido a la cantidad de hombres, 11 mil en total. El viaje fue largo y agotador, llegando finalmente a la fortaleza tercera, situada en una colina con una fosa y murallas imponentes.
—Somos fuerzas de apoyo del ejército del rey Albert. Conmigo está el mismo. Pedimos que abran las puertas inmediatamente. Traemos provisiones y hombres de apoyo. Además, necesitamos hablar con el Duque Ashewood Arthur — gritó el Marqués, algo ansioso.
—La puerta será abierta en breve, y el Duque se encuentra en el centro de la fortaleza, así que no podrá darles la bienvenida — expresó el soldado.
Después de un rato para que se abriera la puerta y se movieran las provisiones, el Marqués continuó:
—Honor al rey — hizo una reverencia —. Yo, Mertin, sargento del ejército en el frente de Sofía, seré quien los guíe hasta el Duque.
El rey, junto con el Marqués y Alexander, siguieron al hombre por las calles de la fortaleza. Hombres se movían de un lado a otro; no era un día tranquilo. Había heridos siendo atendidos, indicando un reciente ataque. Desde la caída de la cuarta fortaleza, se prohibió atacar por miedo a la pérdida total del frente.
—Aquí es — el general abrió una puerta y, al unísono, entraron.
La habitación está adornada con símbolos de poder, pero también con elementos que reflejan decadencia. La luz de las velas destaca las expresiones cansadas de los rostros en la sala. Al fondo, en un trono modesto, se encuentra el Duque Ashewood Arthur. Sus ojos, cargados de preocupación, se encuentran con los del rey Albert.
—Honor al rey — dijo el Duque Arthur, inclinando la cabeza.
—Honor al rey — repitió Marqués Abney, y Alexander hizo lo mismo.
—Bienvenidos, mi señor. Mi rey, ha llegado en un momento crítico — dijo el Duque, levantándose del trono y caminando hacia ellos.
—Me temo que llegamos en un momento crítico a todas partes — respondió el rey Albert, evaluando la situación.
El Duque Arthur asintió con seriedad.
—Los informes de Fermín y Valoria son confusos. ¿Tenemos alguna noticia certera? — preguntó el Duque.
—Fermín y Valoria están bajo control. Odo Dagger ha sido derrotado, pero la situación sigue siendo incierta. Las divisiones y las amenazas en las fronteras nos han forzado a tomar decisiones rápidas — explicó el rey.
—Entiendo la urgencia. Nuestros recursos están agotados, y las defensas están estiradas al límite. La pérdida de la cuarta fortaleza fue un golpe devastador. Hemos logrado mantener la paz en el frente, pero no sé cuánto más podremos resistir.
—Hemos traído provisiones y refuerzos para ayudar en la defensa. Además, mi general Alexander tiene información crucial sobre los movimientos enemigos. Debemos consolidar nuestras fuerzas y formar una estrategia unificada — propuso el rey Albert.
El Duque Arthur asintió.
—El enemigo presiona desde el este y el norte. Debemos tomar decisiones que fortalezcan nuestras defensas y, al mismo tiempo, envíen un mensaje claro a aquellos que dudan de la estabilidad del reino.
—Estoy de acuerdo, Duque. Esta guerra no solo se lucha con espadas y escudos, sino con la voluntad del pueblo. Debemos demostrar que somos fuertes y unidos, incluso en tiempos de crisis — declaró el rey Albert.
Los líderes se sumergieron en una discusión estratégica que determinaría el curso de la guerra. Las decisiones tomadas en esa sala resonarían en cada rincón del reino. En medio de la incertidumbre y la oscuridad que rodeaba al reino, la esperanza se mantenía viva, alimentada por la unidad de aquellos que se enfrentaban a un destino incierto.
El duque Arthur, con un semblante cansado y preocupado, explicó la situación a los presentes en la sala del consejo:
—Que bromas las tuyas. No he logrado dormir. Los ataques fueron continuos. La pérdida y derrota de la cuarta fortaleza fue un caos. Hace poco logré conseguir algo de suministros. Las defensas son buenas, por suerte, pero aún tememos más ataques. Como ves, el frente es un caos. La fortaleza segunda ya no ha querido responder a mis órdenes, y la primera fortaleza logró repeler un ataque de las fuerzas mercenarias, así que tuve que enviar apoyo hace unos días. La caída de la cuarta aún no logramos entenderla —explicó el duque.
El rey, consciente de la gravedad de la situación, expresó decidido:
—Hemos venido aquí para comenzar los ataques. Mi fuerza de 11 mil podrá, y combinado con la fortaleza tres, podremos iniciar un ataque a gran escala —expresó el rey.
El duque, con un gesto de agotamiento, respondió:
—Señor, aunque quiera, no podremos hacer lo que usted desea. Estamos agotados. Hubo ineficiencia en los envíos de suministros. Recién hoy lograremos comer algo decente, y ni hablar del ejército de mercenarios de Henry. Son 49 mil, divididos, pero aún siguen siendo una amenaza. Recuperar la fortaleza es algo imposible, incluso teniendo la fuerza de 11 mil. Con mi fuerza de apenas 12 mil soldados, no habrá mucha diferencia. Aún podríamos tener una esperanza si la fortaleza segunda, que cuenta con 23 mil, se nos une. Pero no ha querido responderme desde la derrota en las colinas de Cain.
El Marqués, intrigado por la mención de Cain, preguntó:
—¿Qué ha pasado en Cain?
—Fue una defensa desesperada después de la caída de la cuarta fortaleza. Aunque di lo mejor de mí, no pudimos ganar. Nos superaban en números, y tuvimos que retirarnos. Fue entonces cuando el general de la segunda fortaleza me golpeó y me gritó que como un inútil como yo era quien debía defender el frente. Desde ese día, no responde a mis exigencias e hizo carambolas hacia el frente, evidentemente siendo un fracaso.
El rey Albert, tomando medidas inmediatas, dijo:
—Alexander, quiero que tomes un caballo y un escudo de la familia real y vayas hacia la fortaleza segunda. Llévate a tres de la caballería real —ordenó el rey.
—Lo acompañaré. Es un viaje algo lejos, se perderá si va siguiendo los mapas —añadió Mertin.
—Mertin, con cuidado. Esto es un frente, no un lugar donde puedes caminar como en la ciudad —expresó el duque.
—Sí, mi general, haré todo lo posible para no encontrarnos con ningún ejército.
—Pueden retirarse para esos preparativos entonces —dijo el rey.
En ese momento, el rey Albert, afectado por su enfermedad, comenzó a toser con fuerza. Arthur, preocupado, se acercó para verificar su estado.
—Dios, Albert, esto está empeorando.
—Lo sé, pero no puedo dejar mi puesto por eso.
El Marqués, confundido por la situación, preguntó:
—¿Qué está sucediendo? Pensé que había sido una vez; nunca mencionaste que esto ya era desde antes.
—Debo pedirte disculpas, Abney, pero estoy muriendo...
La sala se sumió en la oscuridad y el silencio hasta que el rey volvió a hablar.
—No podré luchar de la mejor forma, mi cuerpo ya no aguanta esto, cada día sigue empeorando. Todavía no sé cuánto duraré antes de morir. Aunque la magia logró retrasarlo hasta el momento, ya hace varios años desde que vi a un mago.
El Duque Arthur, mostrando un sorprendente poder mágico, pronunció las palabras "Ljóð", y una luz emanó de su mano.
—Así que eres mago ahora —dijo el rey, cauteloso.
—La magia es escasa por la falta de escuelas. Un amigo me enseñó este hechizo. Es agotador, solo puedo usarlo una vez al día. ¿Estás mejor? —preguntó Arthur.
—He estado peor, pero sí.
—Bien, ahora Marqués, no creo que sea necesario decir que esto se quede entre nosotros, ¿no? —añadió el duque.
—Claro, no es necesario.
—Me alegra. Bien, volviendo al tema, Albert, no estás curado ni nada. La magia, aunque poderosa, no curó la enfermedad, solamente retrasó lo inevitable. Habrá un momento en que la magia no pueda hacer nada.
—Entiendo, mientras no me moleste en el combate, todo estará bien.
—No me entendiste, no estás curado. Hacer eso o algo que use mucha de tu energía hará que la enfermedad siga destruyéndote.
—Aunque me digas eso, no podré no luchar.
—Mi señor, si lo que dice es cierto, entonces déjemelo a mí. Yo combatiré por usted. Su muerte podría destruir la moral de todo el ejército, hasta podemos perder —expresó el Marqués.
—Aun sabiendo eso, tampoco pelear me haría quedar como cobarde o como si estuviera huyendo de una guerra. La moral caería, Abney.
—Pero la primera opción es la caída del reino —dijo Abney, un tanto triste.
—Señor, haz lo que diga Abney. Él es un gran hombre, sabiendo su registro de logros no creo que nos falle. Y también yo seré quien lo guíe, mientras usted se mantendrá en la fortaleza tres. Aunque caiga la moral, debemos pensar en usted. Si cae, los dos frentes caerán —sugirió Arthur.
La habitación resonaba con la seriedad del momento mientras el rey, en un gesto que marcaba un cambio irreparable, aceptaba la sugerencia del Marqués Abney de ceder parte de su carga. En un rincón iluminado por la luz titilante de las velas, el rey Albert compartió una mirada con el Marqués Abney, un momento que trascendía las palabras.
Sus ojos reflejaban la carga de un rey que sentía el peso de su reino sobre sus hombros.
—Entiendo, tienes razón. Debo actuar al margen; si caigo, solo traeré problemas al reino, al ejército y a mi familia —asintió solemnemente.
El rey volvió su mirada al duque, preguntando:
—Arthur, ¿cómo han estado mi hija y mi hijo?
El duque compartió información tranquila, pero con un atisbo de pesar.
—Los mantengo en mi territorio con guardias. Lamento la muerte de Frederick.
El rey, decaído por la mención, dijo:
—No hay nada que pueda hacer lamentándome ahora. Debí protegerlo cuando pude; ahora todo es un caos.
—Edward no es la gran elección para gobernar —dijo el duque.
El rey reflexionó y expresó:
—Lo sé, así que quien gobernará será Eris. Ella es la única que puede guiar nuestro reino.
El Duque añadió cautelosamente:
—Será difícil, Edward es una cabeza dura; habrá otra guerra civil si no podemos controlarlo.
—Lo sé, pero si es necesario acabar con él, deberé hacerlo por bien de mi reino.
—Entiendo, su majestad, ahora los llevaré a su aposento, debe descansar, ese viaje a la segunda fortaleza costará una semana como mucho, Marqués, necesitaré tu ayuda en la muralla —dijo el Duque.
Mientras el Marqués salía de la habitación hacia un soldado para buscar indicaciones, se percibía una tensión palpable en el aire del castillo. El silencio reflejaba la gravedad de la decisión tomada.
—Estuvo muy callado, así que por eso lo mandé al muro. Debes entender que esto ya no se podrá ocultar —murmuró el Duque al rey, sugiriendo la inevitabilidad de una revelación más amplia.
Mientras se preparaban para salir, el rey experimentó un episodio de tos, su mano temblando ligeramente al sostenerse en la mesa.
—Ni la magia puede salvarme —confesó en un susurro.
La sala del consejo se sumió en un silencio cargado de gravedad. El destino del reino pendía en un delicado equilibrio, y el rey Albert, marcado por la enfermedad, aceptó la inevitable realidad de su situación. Mientras la conspiración de sombras se cernía sobre la fortaleza, las palabras del Marqués Abney resonaban en la mente de todos: la caída del reino era la alternativa más sombría.
El duque Arthur, con el peso de la magia en sus manos, había revelado no solo la fragilidad de la salud del rey, sino también el riesgo que implicaba el uso de sus poderes. La luz titilante de las velas iluminaba las expresiones serias y comprometidas de los presentes, reflejando la inminencia de los desafíos que enfrentaban.
La decisión de Albert de ceder parte de su carga al Marqués Abney marcaba un cambio irreparable en el rumbo de los acontecimientos. El sacrificio personal por el bien del reino resonaba en la sala, mientras los lazos de lealtad y deber se entrelazaban en el destino de todos.
La mirada compartida entre el rey y el duque trascendía las palabras, revelando la carga de responsabilidad que ambos llevaban. La verdad sobre la enfermedad del rey ahora era conocida, y el futuro del reino colgaba en la balanza.
Mientras se encaminaban hacia el aposento del rey, el eco de la tos del monarca resonaba como un sombrío recordatorio de la fragilidad humana. La revelación de que ni la magia podía salvarlo dejó a todos en la habitación reflexionando sobre el inminente desafío que debían enfrentar.
En el exterior del castillo, el general Alexander se dirigía hacia la muralla, preparándose para el inminente viaje hacia la fortaleza segunda. La tensión en el aire reflejaba la conciencia compartida de que la verdad y la confrontación eran inevitables.
El futuro permanecía incierto, pero la determinación de aquellos que estaban dispuestos a enfrentar la oscuridad sugería que, incluso en los momentos más sombríos, la chispa de la esperanza aún ardía.