Cuando el chico lagarto apareció fuera del campo de entrenamiento, nadie había venido a sanarlo. Afortunadamente, las lesiones no ponían en peligro la vida siempre y cuando descansara bien y evitara más batallas por un tiempo.
—¡Tú! ¡Dime tu nombre!
Sebe gritó desde su asiento; él tenía cierto interés en el chico lagarto después de ver sus batallas y de cómo pudo rendirse después de haber llegado a sus límites, aunque había necesitado la persuasión de Yale.
—Mi nombre es Shirk. Es un honor decirle mi nombre al príncipe Sebe.
Shirk no era alguien con un trasfondo, pero reunió información por sí mismo y sabía un poco acerca de Sebe.
—Tu línea de sangre es una de las peores que he visto en mi vida. Sin embargo, tu tenacidad y manejo de la lanza fueron notables.