—Casi lo olvido —dijo de repente Marceline sacando un par de hojas de uno de los cajones de su escritorio.
Al principio no me di cuenta de lo que eran, pero cuando se acercó de nuevo al pizarrón para pegarlas con una cinta de gatitos de inmediato me di cuenta de que había impreso las fotos de Erick y Kathe besándose.
Algo dentro de mí se encendió al instante, era incertidumbre y miedo de que alguien pudiese ver esas fotos en el cobertizo.
—¿No es peligroso pegar eso aquí? —dije alarmada mientras Marceline seguía pegando las impresiones. ¿Dónde había impreso eso? no había visto una impresora en el ático.
—Sería peligroso si esto estuviera en mi habitación, pero nadie sabe que yo sé que hay un ático y su correspondiente entrada está justo arriba de mi habitación —al parecer Marceline estaba muy segura de esto, ya que lo dijo con tanta confianza me tranquilizó al instante.
—Si tú lo dices, entonces no hay de qué preocuparse —dije relajando mis hombros que habían estado tensos segundos atrás.
—Bueno, solo mi hermano y nosotras sabemos que esto existe.
—¿Segura que nadie más que nosotros tres lo saben? —Marceline lo estaba pensando, y ahora la tensión regresaba a mí.
—Si, solo nosotros tres —dijo después de un rato de poner cara pensativa y tenerme en ascuas.
Un teléfono comenzó a sonar en el ático y al instante supe que no era el mío por el tono de llamada.
Marceline tomó el teléfono y cuando miró la pantalla sus ojos rodaron hacia atrás, parecía no estar muy contenta de que la persona detrás de esa llamada la estuviese molestando.
—Hablando del rey de Roma, es mi hermano —dijo Marceline mostrándome la pantalla de su teléfono donde se podía leer "Simio".
No dije nada solo la vi contestar y comenzar a decir un montón de veces el monosílabo "si", que a veces alternaba con "aja", nada además de eso parecía salir de su boca aunque estuviera hablando con su hermano.
—Estoy bien, no es necesario que vengas —dijo de repente Marceline—. Cuida te, adiós.
Cuando colgó el teléfono, Marceline se sentó en el sillón y yo la seguí.
—Mi hermano esta tan nervioso como tu mamá por lo que sucedió con Kathe —me aseguró en cuanto me senté junto a ella—. Todos los días me llama para saber si estoy bien y me hace jurarle que le llamaré si pasa algo.
Culpa se instaló en mis hombros cuando pensaba en poner en peligro a Marceline y a todos los que nos rodeaban por investigar el asesinato de Kathe.
—Debemos tener mucho cuidado con lo que estamos haciendo, nadie se puede enterar si no queremos que comiencen a enviarnos animales muertos o lo que sea que envíen los asesinos cuando amenazan a alguien —Marceline comenzó a reírse cuando mencioné a los animales, no entendía que parte era graciosa acerca de enviar por correspondencia animales muertos.
—No nos van a enviar animales muertos, Alexis —mi amiga se reía con fuerza mientras yo la miraba sin saber en dónde estaba el chiste—. Para empezar no sabemos que tipo de asesino sea, hay algunos que no advierten, solo matan, pero tienes razón, debemos tener cuidado con lo que hacemos si no queremos ser las siguientes en la lista de ese loco.
Marceline paró de reír paulatinamente y fue ahí que recordé que Rafael me había invitado a una fiesta en donde podría hablar con Salvador.
—Rafael me invitó a una fiesta de su universidad, creo que es la misma universidad a la que va Salvador, tenemos que ir y hablar con él.
Marceline me miró con una ceja alzada.
—¿Crees que él vaya? —me cuestionó mi amiga quien parecía estar pensándolo más de lo que debería.
—Creo que deberíamos ir y ver, no perdemos nada por intentarlo —dije tratando de ser positiva a pesar de que las posibilidades de encontrar en esa fiesta a Salvador eran bajas.
La mirada de Marceline se perdió por un momento en la ventana y luego hubo una reacción en ella, desbloqueó su teléfono que aún estaba en su mano después de hablar con su hermano y comenzó a buscar algo en él.
—Si vamos ahí deberíamos ir preparadas —dijo sin quitar el ojo de su teléfono.
Probablemente encontró lo que buscaba ya que se le iluminó el rostro, se acercó el dispositivo al oído y después dijo:
—Hola... ¿Román?... soy yo, Marcela —hubo un silencio en el ático y después otra vez habló Marceline.
—¿Recuerdas de lo que hablamos la última vez?... los espías de la segunda guerra mundial —mis ojos se abrieron de par en par cuando mi amiga mencionó espías de la segunda guerra mundial, ¿pero qué diablos está planeando Marceline?
—No, claro que no —dijo con una sonrisa gigante que acompañó una risita que nunca había escuchado de mi amiga. Definitivamente había un lado de Marceline que no conocía cuando escuchaba su risa de damita.
—Si, podríamos encontrarnos mañana.... oye, ¿puedo llevar a una amiga? —estaba segura de que la amiga de la que hablaba era yo, y que mañana tendría que encontrarme con un tal Román que fácilmente podría ser un vendedor de armas.
—Claro, adiós Román —dijo Marceline soltando otra risita tonta para después colgar la llamada.
Mi mirada acusadora estaba clavada en Marceline, cuando me miró su sonrisa desapareció.
—¿Qué ocurre? ¿por qué me miras así? —dijo mi amiga sin entender.
—No sé si estoy sorprendida por la risita que le dabas a ese tal Román, o aterrorizada porque mencionaste espías de la segunda guerra mundial —Marceline parecía estar divirtiéndose con mi reacción que claramente era de miedo después de haber escuchado aquella conversación.
—No tienes nada de qué preocuparte, Román es de confianza, mencioné espías de la segunda guerra mundial porque nos gusta hablar de teorías conspirativas y todo ese tipo de cosas —murmuró Marceline con una persistente sonrisa que hablaba por sí sola, el tal Román la hacía sonreír demasiado.
Se levantó del sillón y sentándose en su silla de jefe de la mafia comenzó a dar vueltas, parecía estar pensando en profundidad como siempre lo hacía.
—Te gusta Román, ¿verdad? —dije haciendo que parara de dar vueltas en su silla abruptamente agarrándose del escritorio.
—Claro que no, es solo un amigo —comenzó a ponerse roja como un tomate, era obvio que le gustaba Román, y eso era algo nuevo para mí ya que nunca había escuchado de un chico que le gustara a Marceline.
—No me mientas Marcela, es obvio que te gusta por la manera en la que hablabas con él por teléfono, hasta te sonrojas.
Parecía que mi amiga estaba incomoda por nuestra conversación, miraba a todas partes tratando de evitar mi mirada y no paraba de tocar cosas en su escritorio.
—Ya he dicho que no me gusta, deberíamos dejar de hablar de eso y empezar a planear como acercarnos a Salvador sin parecer demasiado obvias —evadió el tema teniendo toda la razón, pero aun así quería seguir molestándola con lo de Román.
—Si, deberíamos trazar un plan, ¿pero sabes que es lo que quiero planear primero? —dije conteniendo mi carcajada solo de pensar en lo que le diría después.
—¿Qué? —preguntó mirándome desconcertada por no saber qué era lo que estaba olvidando planear de antemano.
—¡Tu boda con Román! —grité a todo pulmón y después me retorcí de la risa en el sillón al ver la expresión de enfado en su cara.
—Eres una pendeja —aceveró Marceline arrojándome una bola de papel de su escritorio.
Cuando paré de reír tenía lágrimas en los ojos y mi amiga estaba cruzada de brazos en su silla mirándome con cara de pocos amigos. Era evidente que Marceline no tenía sentido del humor.
Después de un rato el mal humor de mi amiga desapareció y comenzamos con el plan maestro para interrogar a Salvador sin que el supiera que lo estábamos interrogando. De repente ya se había hecho de noche sin que nos diéramos cuenta y en mi teléfono las llamadas pérdidas de madre se habían acumulado, sudor frío corrió por mi espalda al darme cuenta de que había intentado llamarme un millón de veces y yo no había contestado.
Estoy convencida de que mi progenitora me asesinara al llegar a casa.
Otra llamada se anunció desde mi celular presagiando mi muerte cuando vi de quien era. Mi madre de nuevo. Con terror corriendo por mis venas contesté.
Después de decir "Hola" los gritos de mi mamá no se hicieron esperar y me dio un sermón de lo preocupada que la tenía por no contestarle. Cuando se tranquilizó y dejo de gritarme, le aseguré que estaba en la casa de Marceline y que no había escuchado mi teléfono sonar.
—No te preocupes mamá, Marceline y su padre me llevarán a casa —mentira cochina, nadie me llevaría a casa y había mentido para caminar a casa yo sola y poder pensar un poco.
Cuando colgué el teléfono miré a Marceline, parecía estar confundida por la mentira que le había soltado a mi madre sobre ella y su padre llevándome a casa.
—¿Yo y mi padre te llevaremos a casa?, que extraño, mi padre no está en este continente ahora mismo, pero estoy segura de que si le llamamos podría venir en este preciso momento y así llevarte a casa —comparando mis bromas con las suyas, las mías eran por mucho más graciosas.
—Fue una pequeña mentira, iré a casa sola —Marceline parecía no estar de acuerdo conmigo yendo sola a casa. Mi amiga estaba a punto de decir algo cuando mi teléfono volvió a sonar. Era Rafael llamando. ¿Por qué me llamaba a esta hora?
—Hola, Rafael —dije en tono neutro mirando la cara de confusión de Marceline.
—Hola, Alexis, ¿ya estás en casa? —gran pregunta de su parte, parecía como si supiera exactamente lo que estaba sucediendo.
—Aun estoy en casa de Marceline, estaba por irme —por una extraña razón no quería mentir le a Rafael y las palabras salieron solas de mi boca sin ser analizadas por mi cerebro antes.
—Es muy tarde, yo te llevo a casa espera me ahí, te llamo cuando este afuera —un montón de mariposas revolotearon en mi estómago al escucharlo decir eso, una sonrisa iluminó mi cara jactándose de un logro como lo era que Rafael viniera a buscarme para llevarme a casa.
—No, yo puedo ir sola a casa, no tienes que venir —dije rezando porque Rafael insistiera en venir, porque si era sincera, no quería regresar sola a casa, me daba miedo la oscuridad de las calles y pensar en un asesino suelto solo alimentaba el terror.
—Ya voy para allá, te veo en 5 minutos —de fondo podía escuchar como el motor de un auto cobraba vida.
Rafael no me dio tiempo de volver a decir una palabra, colgó de inmediato.
Miré a Marceline que parecía haber entendido lo que sucedía sin tener que escuchar todo lo que había dicho Rafael al otro lado del teléfono.
—Él viene hacia acá, ¿verdad? —acertó con cara de sabelotodo.
Moví la cabeza afirmativamente mientras mi amiga desplegaba las escaleras del ático para bajar a su habitación.
—Ese chico está muy interesado en ti —me aseguró Marceline bajando las escaleras.
***
Al llegar abajo unos golpes en la puerta de la habitación nos tomaron por sorpresa, rápidamente mi amiga cerró el ático usando el selfie stick y se paró derecha para después gritar:
—Si, ¿qué sucede? —la voz de Marceline salió de su boca de la manera más tranquila y relajada demostrándome los dones de actuación de mi amiga que para haber estado cerrando una puerta que llevaba directamente a un ático donde había evidencias de un caso de asesinato, era impresionante.
—Marcela, creí que no estabas en casa, hace un rato toque la puerta pero nadie contestó —dijo una voz femenina al otro lado de la puerta que después comenzó a abrirse lentamente.
—Nos quedamos dormidas, estábamos viendo una película con audífonos en mi computadora —le mintió mi amiga a la señora que abrió la puerta y asomó la cabeza en la habitación, solo para vernos a las dos paradas frente a la puerta luciendo como guardias del palacio de Buckingham.
Me quedé callada mientras mi amiga le aseguraba a la señora de avanzada edad que estábamos haciendo cosas de chicas de nuestra edad, y no investigando al asesino de nuestra difunta amiga, no sabía quién era, pero parecía que era normal que ella estuviera aquí a esta hora.
Cuando Marceline terminó de convencer a la señora que alguien vendría por mí y esta se fue por fin me pudo decir quién era.
—Nunca la había visto aquí, creí que vivías completamente sola —dije confundida.
—Paula viene por las mañanas a limpiar la casa, regresa a su casa después de hacer la comida y luego viene por las noches a verificar que esté en casa y se vuelve a ir, pero desde la muerte de Kathe se ha estado quedando a dormir aquí por órdenes de mis padres —ahora que lo pensaba eso tenía sentido, la casa de Marceline siempre parecía estar limpia.
Para cualquier adolecente con la hormona alterada aquello era el paraíso. Marceline vivía en completa libertad, si ella quisiese podría salir de fiesta todas las noches, claro, eso antes de la muerte de Kathe. Pero era obvio que mi amiga no lo haría, a ella no le interesaban las fiestas y los chicos, podría asegurar que ella prefería pasarse la noche viendo documentales de guerra y leyendo libros de terror.
Salimos de la habitación de Marceline y fuimos hasta la entrada justo a tiempo para que Rafael me llamara.
—Nos vemos mañana —le dije a Marceline mientras caminaba hasta el auto de Rafael.
Cuando subí a su auto noté que él estaba usando pijama, la culpa me invadió por haberlo hecho venir hasta aquí solo para llevarme a casa.
—No me digas que te hice salir de la cama solo para que me lleves a casa —le imploré alarmada mientras él sonreía bobamente.
—Esta bien, no es un problema llevarte a casa si así me aseguro de que estas bien —intentó calmarme aun sonriendo con una mirada de lo más tierna.
Rafael me llevó a casa, pero cuando bajé del auto para cruzar la calle y llegar hasta el umbral, la puerta se abrió repentinamente.
Mi madre lucía enojada y preocupada al mismo tiempo.
Yo estaba tan asustada de que supiera que un chico me había traído a casa por la noche después de que le dije que estaría con Marceline, que me giré justo frente a mi madre para mirar el auto de Rafael aun estacionado al otro la de la calle y grité:
—¡Gracias por traerme, señor Caruso! —levanté mi mano lo más alto que pude, y la moví de un lado a otro despidiéndome como parte de mi acto.
Esperando que Rafael pudiera ver mí rostro le guiñé un ojo, quería que entendiera lo que estaba ocurriendo y se fuera de lo más rápido posible.
Al parecer lo entendió porque se fue apenas le guiñé el ojo.
Cuando me di la vuelta para ver a mi madre mirándome desde la puerta de la casa supe que mi acto había servido lo suficiente como para que mi madre no tuviera una expresión de enojo en la cara.
—Yo creí que los padres de Marceline estaban de viaje de negocios —dijo mi madre inclinando un poco su cabeza pensando en lo que había visto.
—Ellos se tomaron unas vacaciones por que estaban preocupados por Marceline después de lo que sucedió con Kathe, de hecho hace poco llegaron —mentí mientras empujaba a mi madre para que entrara en casa y no me hiciera más preguntas.
Estando en casa solo podía pensar en dormir, habían pasado un montón de cosas y no podía esperar para conocer al chico que le gustaba a Marceline, simplemente no podía imaginármelo.
Solo espero que el tal Román no sea un viejo rarito en el sótano de su madre.