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61.76% La odalisca / Chapter 21: CAPÍTULO XV: Continuación

บท 21: CAPÍTULO XV: Continuación

Ayira a pasos lentos, pero decididos, llega al jardín y ve al emir a través de los arbustos, quién distraído, mira a la lejanía y al verla, se apresura a su encuentro todo emocionado.

—¡Ayira! —dice al llegar al lado de la joven—. ¡Discúlpame! Ya ves, como te lo prometí se encontró una solución. Hablaré con Herezi y todo saldrá bien. Ayira, eres lo más preciado que poseo...

—A mí no me posee nadie, —casi le grita con voz indignada— ni siquiera de esclava soy ni me considero posesión de nadie, ¿lo oyes bien? ¡Nunca! —le grita ahora sí— y no creas que has salido victorioso en esta gran hazaña que crees has hecho. Y ahora escúchame bien tú, señor emir.

—Te escucho —Espera con ansiedad las palabras de Ayira, pero ella con voz fría que hiere a Nael Yamid como si fuera una daga, dice:

—He dicho que me uniré contigo en matrimonio y lo haré, por respeto a tu padre, porque sé que solo busca mi bien, por el inmenso cariño que ha sabido tomarme por intermedio de Jalila, que muy bien sé me quiere como una verdadera hermana; por eso, porque sé que me quieren, es que acepto. Ahora, ¿por qué tan libremente has aceptado desposarme? Yo sé que no me amas, porque tú, emir Nael Yamid Hassan Abufehle no sabes amar a alguien que no seas tú mismo... No hables, aún no he terminado contigo —dice al ver la intención de Nael Yamid de modular palabra—. No soy más que uno de tus caprichos, se te ha antojado mi persona como si se te antojara la luna y por ello debieran bajarla. Pero no se puede, así que debes conformarte con mirarla desde lejos, pues lo mismo te pasará conmigo. Me casaré, pero nada más, ¿oyes?, ¡nada más!

El joven la escucha como atontado; en realidad no espera estas palabras de Ayira, o mejor dicho sí, conociéndola como ahora ha aprendido a hacerlo; claro que otra reacción por parte de ella, no puede esperar. Al fin logra decirle:

—Pero esto que dices no es posible y lo sabes... Como futuro rey se espera... y espero: heredero; —dice en tono burlón, es que las palabras de Ayira para él —, esto Ayira, ocurrirá te guste o no.

—Entonces prefiero que me dicten sentencia por impúdica o morir como esclava y tú si no aceptas mis condiciones, perderás la apuesta.

Ayira dice estas últimas palabras con lentitud al mismo tiempo que mira al emir con asco, o al menos así lo siente él. Nael Yamid consigue balbuceando, decirle con un hilo de voz:

—¿Có... cómo... has dicho? ¿Qué apuesta...?

—¡Ha! ¿Te crees que no sé por qué me besaste frente todos? ¿Por qué estabas tan empeñado en arruinar mi unión con el general Herezi? Sí, emir, las conversaciones en el harén muchas veces son maliciosas, pero otras, como en esta ocasión, son sinceras y verdaderas.

El hombre altivo y burlón ahora baja sus ojos y con su rostro aquejado de dolor le confiesa con vergüenza:

—Es verdad que he apostado que te conseguía, pero ya te quería, aunque no lo sabía, — se apresura a agregar— o mejor dicho, no quería verlo. Luego creí que era el orgullo por sentir que te burlabas de mí... y era el amor, — habla rápido, entreverándolo todo, así, del mismo modo que enredados tiene sus sentimientos por Ayira— el amor loco, que por ti siento. Me importas Ayira, ¡créeme! Te amo y tú llegarás a quererme... Yo soy otro hombre junto a ti... —Su voz es sincera al terminar.

—No te creo que me amas —le interrumpe con frialdad—. Tú no sabes amar y si así fuera me importa muy poco que me ames; puedes ir olvidando tus mentiras de amor, porque conmigo no te sirven de nada. Todo lo hago por tu padre y hermana, porque con esto puedo pagarles apenas un poco de lo que por mí hacen —y prosigue—, pero no esperes más de mí, yo nunca podré amar a un ser tan miserable. Eres solo un niño que juega a ser hombre, un caprichoso, un mal criado que está acostumbrado a tener lo que quiere al costo que le pese a cualquiera. Pero no será así conmigo. Y si como has dicho mi deber de esposa, debiera de cumplirte, de mí solo obtendrás la caja que envuelve todo lo que soy y siento, —dice refiriéndose a su cuerpo— porque quién soy realmente nunca llegarás a saberlo, así como nunca obtendrás mi amor, ese que un día soñé sentir con devoción por un hombre de verdad.

Nael Yamid no comprende la mentalidad de su futura esposa, pero la admira, admira su decisión y fortaleza para enfrentarlo y arrojarle en su cara todas esas verdades que nadie, se atreve a decirle por ser el emir. Ayira está dispuesta a vivir una vida de prisión junto a él, a aceptar incluso la presión de tener que dar a luz un hijo suyo. Pero nunca le dará su amor. Está decidida incluso a dejar de llevar una vida normal, de vivir el amor a plenitud, de formar una familia con amor. Él sabe que lo ama, pero su orgullo prevalece antes de reconocerlo, aunque esto le cueste su felicidad. Por eso con inmenso cariño, con la voz que se le vuelve caricia, y esperando que comprenda que es sincero le dice:

—Hasta que no descubras la fuerza que en mí ejerces, hasta que no aceptes que me amas, no conseguirás saber el gusto del amor, no se rebelarán tus ansias de amarme... y aunque sí se revelaran, aún así las negarías. Ese es el problema Ayira. Me culpas de ser el peor hombre del mundo, pero solo soy culpable de dejarme guiar por el instinto de amarte, uno equivocado quizá, que no sé a dónde me llevará o si acabará conmigo, y todo por querer descubrir el verdadero significado de la palabra amor al lado tuyo. ¡Te amo Ayira! y no sé aún cómo, pero lograré que lo sepas y cuando lo hagas, te prometo que te haré la mujer más feliz de la tierra...

—¿Por qué todavía piensas que soy una mujer que espera que venga un hombre a rescatarla? Te invito futuro esposo, a considerarme parte de una tribu diferente de mujeres, de una que se bastan solas para curar sus antiguas heridas. Que no cambian su amor por un plato de alimento y un lugar caliente donde pasar las noches de frío. —Dice la joven y con voz decidida continúa—: Podrás jurarme amor eterno el día de nuestra unión, pero yo seré tu esposa, nunca tu mujer.

Con esto dicho se marcha dejando al joven sin palabras, impedido de acotar siquiera una más de las suyas... Quien diría que el emir de hace unos meses atrás sería hoy este hombre roto, nadie, absolutamente nadie que lo conociera. Ayira ha doblegado su altivez. Allí se queda cabizbajo, abatido, triste y sombrío, manteniendo la esperanza de que logrará obtener su amor; pero Ayira no se dejará conquistar tan fácilmente. No lo sabe todavía bien, Nael Yamid, que tiene la pretensión de conquistar su amor...

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