—No te ayudaré —dijo—. Eres valiente, ¿no?, mi esposa. Quiero ver esa parte de ti esta noche.
La necesidad, la desesperación... estaban volviéndome loca. La mirada erótica sobre mí se sentía como una quemadura que estallaba en mi piel. Sí, lo quería todo de él en este instante.
Estaba sentado contra el respaldo de la cama. Coloqué ambas manos en sus musculosos hombros. Pero aún no sabía cómo hacerlo.
Lo habíamos hecho antes también, pero todavía tenía miedo de hacerlo. Ahora que él quería que yo estuviera arriba, me encontraba preocupada si encajaría.
—Dem, ¿fue así también la última vez? —le pregunté.
—¿A qué te refieres?
—Eso —señalé hacia abajo—, ¿estaba tan... no importa.
Él rió y me acercó hacia él. —Date prisa, mi esposa. Estoy perdiendo la paciencia.
Agarré sus hombros con fuerza mientras subía a su regazo. Nunca antes lo había tocado. Así que estaba bastante nerviosa.