—Parece que el marqués y la marquesa están esperando en la puerta —dijo Dem—. Realmente te aman.
—Tengo suerte —dije, mirando por la ventana y saludándoles.
—Ten cuidado —dijo él y me atrajo hacia sí y me sentó, para que no me cayera cuando el carruaje se detuviera—. De verdad... ¿Por qué no tienes un poco más de cuidado?
—Tú estás aquí —dije con una sonrisa.
—No puedes hacer esto dependiendo de mí. ¿Y si no me doy cuenta y te lastimas?
—Eso no sucederá. Siempre cuidas de mí —dije con una sonrisa.
Dem bajó primero y me ayudó a bajar también. Ahora, me había acostumbrado tanto a ser tratada como una reina todo el tiempo que cómo era normalmente me parecía irreal. Era el tipo de persona que se sumergía demasiado en una forma de vivir que terminaba olvidando quién había sido antes.
Dem dijo que estaba bien, ya que no iba a volver a esa vida de nuevo.
No estaba tan convencida, pero intenté creer en sus palabras.
—Ay, ¿cómo estás, mi hija? ¿Estás agotada del viaje?