El lobo de Talia vaciló.
Las imágenes que Sapa le mostraba se sentían reales, casi como si fueran sus propios recuerdos, pero eran tan diferentes de lo que había creído en muchos siglos que estuvieron separados.
Ella miró en esos ojos azules interminables dirigidos hacia ella, y aunque esa no era la cara que reconocía, sabía que la mirada suplicante venía de Sapa. Tal vez las imágenes que él le mostró no eran verdaderas, pero su deseo de que ella le creyera sí lo era.
Liseli necesitaba compartir su lado de la historia. Le debía eso. Se lo debía a sí misma.
—¿Puedo mostrarte? —preguntó Liseli.
—Por favor —respondió Sapa de inmediato.
Y entonces otro conjunto de imágenes comenzó a parpadear en sus mentes.