Después de pasar la tarde en el pueblo, Waverly entró por la puerta principal de la casa, con el pelo sucio por trozos de tierra, que sacudió sobre el tapete. Se quitó la goma de pelo de la muñeca y cogió sus rizos, haciéndose un rápido recogido. Algunos mechones cayeron del elástico, enmarcando su cara. Se quitó los zapatos y subió corriendo las escaleras de la entrada hasta su habitación, donde sacó un libro y una manta antes de volver a bajar al salón.
El sol se ponía sobre la vista de la montaña fuera del gran ventanal que decoraba la sala de estar, generando una bruma naranja y amarilla sobre el suelo de madera. Waverly extendió la manta a lo largo del sofá que daba a la ventana y se tumbó debajo de ella, acurrucando las piernas hacia el pecho. Abrió la página en la que estaba colocado su marcador y dejó el libro sobre su regazo, pero no mucho después, se sorprendió mirando la ladera de la montaña, mientras el sol la barría.
—¿Disfrutando de la vista? —habló una voz detrás.