—Suele suceder —respondió Cati.
No era una persona torpe, pero siempre terminaba cayendo en presencia del Señor. Tal vez era algo bueno, analizó, pues siempre lograba salvarla de romperse el cuello. Como ella, Alejandro estaba empapado de pies a cabeza. Su piel tenía un aspecto pálido que resaltaba la intensidad de sus ojos rojos. En el imperio, era fácil saber la posición de un vampiro por el color de sus ojos. Aunque algunos ocultaban su identidad disimulando sus iris, a otros no les importaba exhibirlo. Cada clase de vampiro tenía diferentes tonos, y el Señor Valeriano tenía el color más oscuro que Cati había visto.
—¿Le gusta la lluvia, Señor? —preguntó Cati.
—¿No le gusta a todos? —preguntó con las cejas arqueadas.
—A Dorothy no le gusta —señaló Cati.
Alejandro asintió. Corey y algunos otros hablaban a menudo de la escasez de sonrisas del Señor, pero a Cati le había dedicado al menos cuatro.