—Señor Weaver —susurró Cati.
El señor regresaba a la habitación con una linterna.
—¿Cómo estás, Cati? —preguntó, dejando la linterna en la mesa—. Temí haberte golpeado demasiado fuerte.
—¿Por qué estoy aquí? —preguntó Cati asustada.
El Señor Weaver revisaba algunas gavetas. Cati tenía brazos y piernas atados con cuerda.
—Tienes sangre real —murmuró—. Serás buena.
—Por favor, desáteme. Se equivoca. No tengo sangre real —imploró Cati sin recibir respuesta.
No podía escapar debido a sus ataduras.
—Si quiere dinero, puedo conseguirlo. Por favor, déjeme ir.
—No necesito dinero —respondió de espaldas.
—¿Qué es entonces? —exigió Cati.