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77.08% Hojas caídas / Chapter 37: Capítulo 36: Sueño cumplido

บท 37: Capítulo 36: Sueño cumplido

Axel

 

 

 

 

Después de las dos de la tarde, cuando hice mis diligencias en el asilo y eché un vistazo a la decoración de la galería, fui al club Ítalo para recordarle al señor Di Natale la inauguración. Con él estuve hablando por unos minutos, en los que básicamente me brindó su apoyo moral y económico en caso de necesitarlo. Le di las gracias, por su puesto, y reiteré que lo esperaba esa noche.

Al salir del club Ítalo, me dirigí al Espacio de canela para también recordarle a Diego que la inauguración de la galería era a las ocho de la noche. Este me aseguró que estaría antes para ofrecernos su ayuda en cualquiera que fuese la situación en que pudiese ser útil.

Eran las cuatro de la tarde cuando llegué al edificio, donde saludé a sospechoso que seguía lamentando no poder ir a la inauguración de la galería; esa noche, su hijo tenía una competencia de natación.

—Tranquilo, amigo… Entiendo perfectamente, no tienes por qué lamentarte, para ti es más importante la competencia de tu hijo, y deseo de corazón que gane —dije a modo de consuelo.

—Gracias por entender, Axel… Y espero que todo salga mejor de lo que estiman —respondió.

Di las gracias también y estreché su mano. Luego me dirigí al ascensor con la emoción de reencontrarme con Miranda y decirle que todo iba de maravillas en la galería, donde incluso me encontré a algunos interesados en la inauguración. Las personas que se me acercaron, en su mayoría eran estudiantes del Instituto Nacional de Bellas Artes, quienes me preguntaban sobre las obras que se iban a exhibir.

Gran parte de los curiosos creyeron que optaríamos por réplicas de clásicos famosos, pero expondríamos esa noche dieciocho pinturas y cuatro esculturas. Además, una joven escritora promocionaría su novela de terror. Y en un espacio donde instalamos un pequeño escenario, se presentaría una banda de música tradicional y varios poetas que recitarían sus obras.

—Buenas tardes —saludé cuando vi al cuarteto de mujeres en la sala de estar, todas preocupadas.

Ninguna respondió a mi saludo, y lo único que hizo la señora Ferrer fue apagar el televisor.

—¿Sucede algo malo? —pregunté preocupado.

—Para nosotros no, en cierto modo —respondió Miranda.

—¿En cierto modo? —repliqué confundido.

—Ay, Ana, por amor a Dios, tú siempre con tu drama para decir las cosas —intervino la tía Alma—, lo que pasó fue que se escaparon unos reclusos de la Penitenciaria de Ciudad Esperanza.

—Diez para ser exactos —continuó la señora Ferrer.

—¡Vaya! Es una mala noticia —dije asombrado.

—Sí —musitó Verónica—, y entre ellos está Freddy.

—¿¡Qué!? ¡Eso no puede ser! —exclamé.

—Pues sí pudo ser, porque ya escaparon y en la policía están como locos buscándolos —replicó Verónica.

Hubo un breve silencio antes de que siguiésemos con la conversación, pues lo primero que se me vino a la mente a raíz de ello fue que nos viésemos obligados a aplazar la inauguración de la galería.

—¿Tendremos que aplazar la inauguración de la galería? —pregunté.

—No creo que haga falta —respondió Miranda—, seguramente habrá más presencia policiaca rondando en la ciudad, y de momento, nadie nos ha dicho que no podemos proceder con la inauguración.

—Bueno, sí, es cierto… Aunque también podríamos contactar a un servicio de seguridad privada, ¿no creen? —sugerí.

—Esos cobran muy caro —respondió Verónica.

—Es una inversión más, y muy necesaria dada las circunstancias —repliqué.

—Pues apresúrate, querido, contacta cuanto antes ese servicio porque la inauguración es en horas —intervino la señora Ferrer.

A pesar de que nos resultó un poco costoso, contactamos a una compañía privada de seguridad, quienes nos ofrecieron un servicio que consideré espectacular. El mismo consistía en una red de vigilancia externa compuesta por cuatro agentes armados y dos que rondarían dentro de la galería, lo cual me parecía estupendo, pues no había mucho espacio que cubrir.

Horas después, estábamos todos en recepción, listos para ser transportados por el mismo servicio de seguridad a la galería.

Nos había informado el personal de la agencia de festejos, que todo transcurría con normalidad. La señora Jiménez también nos dijo que la galería estaba preciosa y que nuestra librería, además de ser acogedora, contaba con una amplia variedad de títulos; se le escuchó muy emocionada.

Esa noche, Miranda lucía increíble, elegante y hermosa. Optó por su clásico peinado y poco maquillaje; no le hacía falta y tampoco le gustaba.

Llevaba un elegante traje gris y una camisa negra que iba con el estilo que la caracterizaba, además de unos tacones negros que complementaban su elegancia y sensualidad.

Verónica, para mi asombro, optó por un estilo similar al de Miranda, aunque varió con los colores de sus prendas. Su traje, que tenía como a un baboso a Isaías, era de un tono carmesí que contrastaba con su larga y lacia cabellera rojiza.

La señora Ferrer y la tía Alma iban con una apariencia también elegante, pero a la vez coqueta. En el caso de mi suegra, optó por un vestido negro ajustado que resaltaba su linda silueta.

Sus piernas iban cubiertas de unas pantimedias que resaltaban una sensualidad que se me dificultó persuadir; me seguía asombrando la jovialidad de la señora Ferrer.

La tía Alma también llevaba un vestido ajustado, aunque en un tono azul marino y con el que presumió su escote.

Llevaba pantimedias también y, al igual que su hermana, presumía de una apariencia jovial. El pobre vigilante del turno nocturno se las vio mal cuando Miranda lo pilló fisgoneando el trasero de su mamá y los senos de su tía.

—Yo no entiendo por qué tuvieron que vestir con prendas tan reveladoras —le reclamó Miranda a la señora Ferrer y a la tía Alma.

—Yo creo que lucen fantásticas —replicó Verónica.

—Claro, eso no te molesta porque no has visto a tu querido novio con la vista perdida en las tetas de mi tía —dijo.

Verónica giró hacia Isaías y lo fulminó con la mirada. Al pobre se le enrojecieron las orejas; se delataba rapidísimo.

—Ya, querida, no es para tanto —dijo la señora Ferrer a Miranda.

—Sí, Ana, deja que nos miren un poco… Nosotras también queremos sentirnos deseadas —continuó la tía Alma con voz socarrona.

Afuera se estacionó una camioneta blanca que envió la compañía de seguridad, lo cual nos salvó de seguir escuchando las reprimendas de Miranda, a quien además se le había unido Verónica.

—¡Vaya! Pero qué elegancia —comentó Verónica al subir a la camioneta.

—Creo que tenemos un problema —dijo Miranda.

—¿Qué sucede? —pregunté.

—Atrás, entramos las cuatro cómodamente, pero adelante, hay espacio para uno de ustedes —respondió.

—Eso no es problema —aseguré—. Oye, amigo, ¿puedo ir en el maletero, verdad? —le pregunté al chofer.

—Sí, claro, no hay problemas —respondió, pulsando un botón cerca del reproductor de música que abrió la puerta del maletero.

—Ve tú adelante, Isaías —le dije.

Y así, nos dirigimos a la galería en medio de la emoción y los persistentes reclamos de Miranda a su mamá y a su tía por vestir de manera exuberante.

Cuando llegamos a nuestro destino, notamos que el estacionamiento estaba lleno. Incluso frente a nuestra galería había varios autos estacionados.

El chofer con amabilidad nos indicó dónde se encontraban posicionados los agentes de la red de vigilancia externa. Cuatro sujetos replegados como en una película de acción. Hablando al micrófono inalámbrico en la solapa de sus trajes y mirando en todas direcciones.

Debo decir que la noche de inauguración, a pesar de la noticia del escape de los reclusos, estuvo increíble. Algunos coleccionistas ya querían hacerse con nuestras obras. De los abuelitos, había exhibido doce pinturas maravillosas y un tanto tristes, ya que, en su mayoría, reflejaban la soledad de su vejez.

El concierto de música tradicional estuvo espectacular, y la cantante de la banda dio un bonito discurso sobre la importancia del arte para la sociedad y la juventud. Los poetas destacaron con el recital de sus obras, los cuales maravillaron a la señora Ferrer y a la tía Alma, quienes incluso lloraron con una poesía trágica acerca del valor del tiempo respecto a nuestros seres queridos.

En cuanto a la presentación de la novela de terror, esta se tuvo que posponer, ya que la joven escritora era menor de edad y no podía asistir sola al evento, pues su padre no quiso salir de casa debido a la noticia del escape de los reclusos; esto entristeció un poco a la señora Jiménez, pero al menos se contentó con la venta de varios libros, marcapáginas y otros artículos de librería.

A fin de cuentas, todo salió mejor de lo que esperábamos, aun cuando tuvimos que finalizar el evento antes de las once con treinta de la noche a petición de la policía.

Hicimos contactos con algunos coleccionistas, y Verónica obtuvo un contrato con el dueño de una compañía de seguros para que hiciese una escultura que representase a su empresa. La señora Ferrer, junto con su hermana, se hizo con la atención de dos poetas elegantes con quienes se fueron a pasar la noche.

Hasta Isaías armó una lista de posibles clientes que estaban interesados en su asesoramiento legal, cuando se unió a conversaciones en las que, a pesar de ser el arte el tema que predominaba, pudo dar a conocer su destacada labor como abogado.

♦♦♦

Con el paso de los días, Verónica trabajó en las redes sociales de la galería, cuya labor de difusión fue fenomenal, pues empezó a contactar a artistas de otros estados cuando supo que se harían exposiciones y subastas mensuales en sociedad con Roldán & Roldán. También promovimos la competencia entre los estudiantes de Pintura y Escultura del Instituto Nacional de Bellas Artes, a quienes incitamos a destacar con sus obras con la premisa de una selección mensual que les permitiese exponer su arte.

La idea de la librería fue un acierto, una en la que Miranda se sintió más que complacida al fungir como encargada y despachadora. Tenía todo un paraíso de libros en el que podía leer incluso a la hora de trabajar. Verónica trabajaba desde casa en la administración de las redes sociales de la galería y le asignamos un salario que al principio se negó a aceptar.

Yo, por mi parte, me establecí en una pequeña oficina contigua a la librería, donde solía llevar el control de los ingresos semanales, responder a las solicitudes de artistas que querían exhibir en nuestra galería y mantener el contacto con mis socios.

También solía conectarme mediante videollamadas con artistas de otros países junto a Verónica, quien ya le había dado difusión a nuestra imagen a nivel internacional.

Nuestra inversión no la recuperamos en los siguientes meses, por lo que seguíamos dependiendo de los ingresos que generábamos con nuestras obras. El ingreso de la librería, el cual estaba compartido con la señora Jiménez, nos servía para pagar el salario del personal de limpieza y seguridad, así como también los servicios de luz, agua e internet.

Estábamos conscientes de que sería complejo recuperar nuestra inversión, pues no cobrábamos entrada para el acceso a la librería, esto en convenio con la alcaldía para evitar el pago de algunos impuestos.

Por otra parte, sabíamos que en sociedad con el señor Roldán, tarde o temprano, una subasta nos podría hacer recuperar en una sola noche todo lo invertido; necesitábamos una pizca más de suerte.

Entonces, cuando menos lo esperábamos, un 29 de diciembre a las diez de la mañana, Verónica me envió un mensaje vía WhatsApp para decirme que teníamos que conectarnos mediante Zoom con el organizador de la Feria Internacional de Arte en México. Ella mantenía contacto con un señor, de nombre Pedro Fuentes, quien encontró nuestro perfil de la galería en Facebook.

El señor Fuentes estaba interesado en saber quiénes éramos los autores de las obras que Verónica había publicado con excelentes tomas fotográficas. Esto con la finalidad de invitarnos como representantes de nuestro país a la Feria Internacional de Arte, lo cual nos dejó atónitos cuando nos dio la noticia.

No podíamos creer lo que estaba diciendo, pero por suerte, recuperamos la compostura y dimos las gracias por la consideración, alegando que sería un honor asistir a un evento tan importante.


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