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22.91% Hojas caídas / Chapter 11: Capítulo 10: Arte según los millonarios

บท 11: Capítulo 10: Arte según los millonarios

Miranda

 

 

 

 

Tan pronto pasaron los cinco días de exposición, recibí mi pago y La última sonata pasó de nuevo a mi dominio. No me había hecho ilusiones con las palabras del señor Roldán, pero cambié de opinión cuando este se comunicó conmigo a través de una llamada telefónica; alegó que el señor Salvatore le facilitó mi número de contacto.

Este me citó en un restaurante fino en una zona pudiente de Puerto Cristal, donde me encontré tanto con él como con Doménico Hans, su abogado, quien era el redactor del contrato.

La reunión transcurrió en medio de conversaciones interesantes referentes al arte y a la política. También recibí un par de halagos por parte del doctor Hans, que se mostró caballeroso y atento conmigo; fue evidente que se interesó en mí.

—Señorita Lamar, es momento de dejar las formalidades. Me gustaría que escuchases con atención al doctor Hans… Él le explicará las condiciones que conllevan que un bien sea subastado con el sello de Roldán & Roldán —dijo el señor Roldán.

—Está bien, y nuevamente, gracias por esta oportunidad —dije luego de dar un sorbo a mi champaña.

—Esto es ganancia para ambos. El agradecimiento será mutuo si firma el contrato —replicó con simpatía—. Doctor Hans, por favor.

El doctor Hans me habló, de manera concisa, pero clara, de los términos del contrato. En pocas palabras, el monto establecido por la venta de la obra se iba a dividir en un sesenta por ciento para mí y un cuarenta por ciento para el señor Roldán. Además, los derechos de la misma pasarían a ser de mi socio, ya que a la hora de ser subastada, tan solo debía acordar la cesión de los mismos con el comprador sin muchos contratiempos.

—Me parecen unos términos aceptables, señor —dije con fingida seriedad, por dentro estaba emocionada.

—¡Perfecto! —exclamó emocionado el señor Roldán.

Entonces, el doctor Hans sacó de su maletín tres folios que tanto el señor Roldán como yo firmamos. Una copia se la quedó mi nuevo socio, otra el abogado y una se me entregó a mí.

—Señorita Lamar, le prometo que este será el mejor acuerdo al que llegará a su vida, aunque espero que llegue a mejores acuerdos en el futuro y que le garanticen el éxito que se merece —dijo el señor Roldán.

—Gracias, aprecio el apoyo… Espero que una buena sociedad se consolide para llegar a más acuerdos en el futuro… ¡Por una sociedad exitosa! —dije al levantar mi copa.

—¡Por una sociedad exitosa! —dijeron casi al unísono el señor Roldán y el doctor Hans.

♦♦♦

Así transcurrieron dos meses y, junto con la celebración de mi cumpleaños número veintisiete, recibí una esperada llamada telefónica por parte del señor Roldán, quien me dio fecha de la jornada de subasta en la que estaría presente mi obra.

Yo almorzaba con David esa tarde, que, al saber de la buena noticia, se alegró a su manera; me felicitó y se me acercó para darme un medio abrazo forzado.

Al terminar de almorzar, me dirigí a casa para asistir a la celebración que mis padres hicieron en mi honor y en la que alegaron tener una sorpresa; esperé que fuese la presencia de Axel.

Al llegar, me encontré con algunos familiares, incluyendo a mi tía favorita, Alma, la hermana mayor de mamá.

A fin de cuentas, la sorpresa fue un auto cero kilómetros, un Mercedes Benz C200 negro, que me sorprendió también, aunque en el fondo esperé que se tratase de Axel.

Agradecí a mis padres por el regalo y, a la vez, les dije que me habían llamado para subastar mi obra, razón por la cual la celebración pasó a tener doble motivo.

—¡Qué bueno, mi niña! ¡Felicidades! —exclamó papá, emocionado.

—Gracias, papá, tienes parte del mérito por comprarme todo lo que te pedí —respondí, igual emocionada.

—Ana, mi amor —intervino mamá, también emocionada—, estamos orgullosos de ti, te mereces todo el éxito del mundo.

—Hemos sido afortunados al tenerte —dijo papá.

La reunión transcurrió entre felicitaciones y regalos por parte de mis familiares. Era un ambiente agradable, pero, por alguna razón, quería estar sola.

—Cariño, ¿Axel está enterado de la subasta? —preguntó mamá cuando me encontró en el comedor, sola y tomando una copa de vino.

Sentí la pregunta como una estacada en mi corazón, pero respiré profundo y mantuve la compostura para responder.

—No sé si deba, mamá… No he hablado con él, ni siquiera recordó mi cumpleaños, no me imagino cómo…

—Es un perro como todos los demás, menos mi cuñado, por supuesto —intervino la tía Alma, quien entró de repente al comedor.

—No te adelantes, Alma… El pobre ha pasado por muchas cosas desde que Miranda dejó Ciudad Esperanza —le dijo mamá.

—Sí —musité al recordar los problemas que Axel enfrentó—. No sé cómo está afrontando su situación después del arresto, no me gustaría restregarle que estoy de lo más alegre celebrando mi cumpleaños y que pronto se subastará una pintura de mi autoría.

—Entiendo —replicó la tía Alma con un dejo de arrepentimiento.

—Pero de igual manera, cariño, procura hablar con él y pregúntale cómo está, ya estás mucho mejor comparado con la forma en que llegaste —continuó mamá—. Supongo que hasta podrías retomar tu relación con Axel, si eso es lo que quieres.

Me quedé con esa última frase en mi mente, pues ya en ese entonces, acostumbrada a mi independencia, no estaba segura de si quería volver con Axel, aun cuando lo seguía amando.

♦♦♦

Me puse, por primera vez en muchos años, un elegante y hermoso vestido negro con un precioso cinturón carmesí que me permitió lucir encantadora y sensual. Mi cabello corto no se acoplaba a mi elegancia de mi vestimenta, aunque con un bello peinado que me hizo mamá, quedé increíble.

La vestimenta de gala fue a petición del señor Roldán, pues el evento era privado y exclusivo, y al que solo asistía cierta clase social; al principio, me asusté un poco. Sin embargo, mantuve la calma cuando llegué al salón de eventos del Cristal Suites Hotel, el mejor de la ciudad, cerca de la playa y con todos los lujos que la hotelería te puede ofrecer.

Ahí me encontré con el señor Roldán y el doctor Hans, quien al verme se ruborizó y me halagó con bellas palabras. Ambos me hicieron compañía hasta que mi socio nos dejó para reunirse con sus otros invitados.

—Señorita Lamar —dijo el doctor Hans de repente—, ¿me puedo tomar el atrevimiento de hacerle compañía el resto de la velada?

—Si es su gusto, doctor, no veo inconveniente en ello —respondí.

—Gracias, y permítame reiterar que está usted preciosa el día de hoy —dijo con elocuencia.

—Aprecio el halago, doctor Hans, pero debe saber que ya estoy comprometida y amo a mi futuro esposo —repliqué para que se dejase de insinuaciones.

—Vaya, cuanto pesar me causa saber eso, aunque no me extraña que una mujer tan hermosa como usted esté comprometida. Sin embargo, me veo en la necesidad de criticar la ausencia de su futuro esposo en un día tan especial para usted… Si yo fuese él, la presumiría con el mayor de los orgullos y…

—¡Damas y caballeros! —exclamó un hombre robusto en un pequeño escenario, de voz imponente y elegante vestimenta; era el martillero —, sean todos bienvenidos a esta velada organizada por Roldán & Roldán, siéntanse cómodos y preparen sus chequeras. 

Así supimos que ya la velada había empezado.

Aquel robusto caballero empezó a explicar las reglas del evento y cómo se llevarían a cabo las subastas.

Presentó un total de diez obras de arte, de las cuales explicó brevemente sus características y reveló el precio inicial de cada una. Entonces, me llevé la primera sorpresa de la noche al saber que La última sonata tenía un valor de tres mil ochocientos dólares; era más de lo que esperaba.

La jornada fue bastante entretenida, y con las cantidades de dinero que ahí se mencionaban, comprendí lo insignificante que puede ser uno ante un verdadero millonario, pues se hablaba de miles de dólares como si yo hablase de centavos.

El cierre del evento se hizo con La última sonata y, hasta entonces, la obra por la que menos dinero habían pagado era una extraña y llamativa escultura Maya, por la que ofrecieron doce mil quinientos veinticinco dólares.

Eso no me desmotivó, al contrario, me conformaba con el precio inicial de mi obra, pues yo misma la había valorado en ciento cincuenta dólares. Ahora, ¿por qué razón el señor Roldán subió de tal manera el valor de La última sonata? Eso lo descubrí al momento en que el martillero mencionó de nuevo sus características.

—Damas y caballeros, concluiremos la velada con la siguiente pieza. La última sonata de Anastasia Lamar… Óleo sobre lienzo con dimensiones de noventa por sesenta, arte expresionista que inmortaliza la tragedia, el alcoholismo y la muerte.

Continuó con un breve relato de la historia detrás de la pintura, con la que muchos de los presentes se mostraron afligidos al recordar la memoria de Joaquín. A fin de cuentas, el valor de la obra se debía a la fama del reconocido violinista en la alta sociedad.

—El precio inicial de la obra es de tres mil ochocientos dólares… ¿Alguien quiere subir la oferta a tres mil ochocientos veinte? —anunció.

Pensé que las ofertas serían pequeñas, de diez y veinte dólares cuando mucho, y así sucedió con las primeras dos pujas, pero cuando un tercer pujador gritó aquel monto exorbitante, todos nos giramos para verlo.

Había ofrecido quince mil cincuenta dólares, y a juzgar por su expresión, no le parecía exagerado.

Era un señor de porte imponente, que nos veía al resto de los presentes con el mentón erguido y con aires de desprecio, como si nos considerase inferiores.

—¿Alguien ofrece quince mil setenta? —preguntó el martillero—. ¿Quince mil setenta? ¿Alguien? Bien, quince mil cincuenta a la una…, quince mil cincuenta a las dos…

—¡Quince mil cien! —exclamó otro señor.

—Quince mil quinientos —replicó de inmediato ese señor soberbio.

Entonces, nadie pujó, razón por la cual el martillero se vio obligado a incitar a que siguiesen pujando, pero solo se escucharon cuchicheos. 

—¿Quince mil quinientos cincuenta? ¿Alguien? —preguntó el martillero, viendo en todas direcciones—. Bien, vendido por quince mil quinientos dólares al señor Sexto de la Concepción Balmore.

Hasta su nombre era presuntuoso, y aunque no fue de mi agrado que mi obra se la quedase él, me quedé conforme con el precio que pagó, por lo que hice cuentas de inmediato con la calculadora de mi celular; me impresionó el ingreso que esa sola pintura me generó.

Horas más tarde, durante una celebración posterior, el señor Roldán se me acercó alegre y me felicitó por ser la cuarta artista que más ingresos obtuvo en la noche. Estaba acompañado del doctor Hans, quien alegó que en dos días hábiles me haría llegar el pago mediante un cheque.

—Señor Roldán, ¿puedo hacerle una pregunta? —inquirí con un dejo de vergüenza.

—Claro, señorita Lamar, dígame —respondió con persistente emoción.

—Es sobre el cheque, ¿cómo hago para cambiarlo a divisas nacionales cuando lo reciba? —pregunté.

—No te preocupes por eso, solo debes seguir una serie de trámites en el banco donde tengas una cuenta y luego autorizar el traspaso en divisas nacionales, a menos que ya tengas una cuenta en dólares, eso ahorraría tiempo y otros pasos tediosos.

—Mi padre tiene una cuenta en dólares, ¿hay inconveniente si el cheque lleva su nombre?

—No, es más, le pediré al doctor Hans que le envíe un cheque al portador.

—¡Gracias, señor Roldán! El día de hoy me ha hecho la mujer más feliz del mundo… Espero que podamos seguir siendo socios en el futuro.

El señor Roldán asintió y yo me dirigí a una de las mesas solitarias para sentarme, disfrutar de un buen vino tinto y celebrar en soledad el inesperado éxito. Algunos de los presentes se me acercaban para felicitarme y una gran mayoría de caballeros con la intención de cortejarme. Fue una noche en la que la atención que se me dedicó me hizo sentir afortunada.

♦♦♦

Un par de días pasaron cuando llegó a nuestra correspondencia un sobre con el logo de la empresa del señor Roldán, en el cual estaba el cheque con aquel increíble monto: nueve mil trescientos dólares.

Mis padres casi se desmayan al enterarse de mis ganancias, no les había mencionado el monto que pagaron por mi pintura. Ese mismo día, papá se encargó de ir al banco y traspasó el dinero a mi cuenta, y por instantes me sentí poderosa.


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