Esa noche, tras apagar las luces del estudio, Nyvenia se dejó caer en la cama con la misma inquietud que la había acompañado desde que leyó aquella carta. Las palabras resonaban en su mente, repitiéndose en un eco constante: "¿Qué tan lejos estarías dispuesta a ir para dejar el pasado atrás?"
Pero era el cómo de aquella frase lo que realmente la inquietaba, ese toque de familiaridad, como si quien la había escrito conociera algo que ella misma no había admitido ni en sus pensamientos más oscuros. Una duda que ni siquiera compartió con Gadriel, temiendo que al revelarla, el dolor se transformara en algo tangible e incontrolable.
A la mañana siguiente, Gadriel la observó con detenimiento desde la distancia, notando los leves rastros de una noche intranquila en su mirada. Ella se movía como un espectro, con pasos lentos y mirada perdida, apenas consciente de su entorno. Gadriel sentía la inquietud en cada movimiento de Nyvenia, en los suspiros que escapaban de su pecho, en la tensión que parecía crecer entre ambos, separándolos más.
La preocupación de Gadriel crecía con cada momento. Él también había empezado a notar cosas fuera de lugar: pequeñas grietas en la pared que no recordaba haber visto antes, el reloj de la sala que se detenía inexplicablemente en las horas más extrañas, el timbre de la casa que sonaba sin que hubiera nadie. Eran cosas pequeñas, casi insignificantes, pero en conjunto creaban una atmósfera de opresión que lo envolvía, un sentimiento persistente de que algo estaba fuera de lugar.
Al caer la noche, mientras Nyvenia estaba sola en el estudio, una nueva carta apareció en el mismo lugar que la anterior. No había ni siquiera escuchado cuando fue dejada, pero al verla sobre la mesa, sintió un frío recorrerle la columna. Esta vez, la frase era diferente, pero igual de inquietante:
"A veces, el pasado es un lugar en el que nos encontramos atrapados sin siquiera saberlo."
El mensaje parecía retorcer sus pensamientos, llevándola a cuestionarse si alguna vez lograría escapar del dolor que la había definido por tanto tiempo. En su pecho se agitaba una mezcla de miedo y curiosidad, un deseo de entender quién estaba detrás de esas cartas y qué propósito tenían. Algo en ella, tal vez una parte vulnerable y escondida, anhelaba que esos mensajes fueran una respuesta, un escape de la pesadumbre que la ahogaba desde hacía años.
Sin pensarlo demasiado, Nyvenia guardó la carta en uno de los cajones de su escritorio, pero no pudo evitar que su contenido permaneciera grabado en su mente, como un susurro persistente que la perseguía en cada rincón de su memoria.
Esa noche, cuando Gadriel la encontró de pie frente al estudio, con la mirada perdida en el vacío, él sintió el peso de una ausencia en ella, como si algo desconocido la llamara desde un lugar al que él no tenía acceso. Por un momento, quiso acercarse, tomarla entre sus brazos y borrar el dolor de sus ojos. Pero la distancia entre ellos parecía un abismo infranqueable, y él se limitó a observarla, atrapado entre el deseo de protegerla y el miedo a profundizar su propio sufrimiento.
Nyvenia comenzó a notar que las cartas no solo traían palabras: parecían traer consigo una presencia, un eco que persistía en los rincones de la casa incluso después de guardarlas. Con cada carta, las paredes parecían estrecharse más a su alrededor, y los recuerdos se volvían más nítidos, como si la casa misma tratara de devolverle algo que ella había intentado enterrar.
Una tarde, mientras trabajaba en un nuevo lienzo, la luz del sol se filtró por la ventana con un brillo inquietantemente dorado, proyectando sombras alargadas que se retorcían por las paredes. Nyvenia miró la pintura, perpleja al ver que sus manos, sin pensarlo, habían dibujado una imagen de su hijo. Era un esbozo borroso, casi como un reflejo, pero la precisión con la que los trazos evocaban los rasgos de su pequeño era escalofriante. Una oleada de angustia y furia le recorrió el cuerpo; ¿por qué su mente insistía en atormentarla de esta forma?
Esa misma noche, encontró una tercera carta en el estudio. Con una mezcla de temor y desesperación, la abrió, sintiendo cómo el peso de las palabras caía sobre ella:
"A veces, el silencio no es más que el eco de lo que hemos perdido."
La carta desató algo en su interior, un torrente de emociones que había intentado contener durante años. Las lágrimas comenzaron a fluir, sin control, mientras su cuerpo se doblaba bajo el peso de una pena que no podía cargar sola. Gadriel la encontró allí, frágil y rota, y en un impulso, la rodeó con sus brazos, tratando de sostenerla, de absorber parte de ese dolor.
—Nyvenia, por favor, háblame. No quiero seguir perdiéndote —murmuró Gadriel, su voz quebrada por la desesperación.
Ella lo miró, con los ojos enrojecidos, queriendo decirle todo, pero incapaz de encontrar las palabras. La carga de las cartas, el dolor de su pérdida, la sombra de algo inexplicable rondando su hogar; era demasiado. Con un susurro, dejó escapar apenas unas palabras.
—Algo nos está separando, Gadriel... algo que no puedo entender.