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85.82% El Hijo de Dios / Chapter 224: El buen presagio

บท 224: El buen presagio

Primius se desvanecía por momentos, apenas si podía abrir los ojos luego de cerrarlos. El sueño lo estaba venciendo, pero su preocupación por su compañera podía más. Se había dado la tarea de suministrarle la pócima poco a poco, con la determinación de no dormir hasta verle despertar.

Amaris abrió los ojos, tenía el sueño inquieto, no podía dejar de pensar en la mirada de Gustavo, esa oscuridad insana en lo profundo de sus pupilas la ponía nerviosa, temerosa a que se descontrolara y no pudiera recuperarlo. Observó las tenues llamas de los dos candiles colocados en las cercanías, que apenas si iluminaban una parte del interior de la cabaña. Se quitó la capa de piel que se desempeñaba de sabana, lo había notado al poco tiempo de entrar al recinto, percatándose que el frío que ingresaba no era el mismo de afuera. Se experimentaba una cierta frialdad, pero resultaba soportable incluso sin conjuntos abrigadores. No obstante, el intenso ruido causado por la violenta ventisca no permitía bajar la guardia, temiendo que por aquella gran abertura se adentrara uno de esos enormes lobos.

Meriel parpadeaba en perfecta calma, la completa oscuridad más allá del umbral aceleraba su corazón, con su mente jugando a transformar la nada en monstruos, pero nada de eso le impidió aceptar el cargo de vigilante. No tenía sueño, había bebido la mitad de un tónico energizante, desgastando las primeras horas de energía en limpiar y afilar su espada, como contabilizar sus suministros personales. Muy pocas veces optaba por beber tónicos, estaba acostumbrada a la vigilia, sin embargo, está noche pertenecía a las clasificadas como pesadas, de esas que sientes que tu energía se evapora y el sueño te invade, aun cuando minutos antes te encontrabas en un estado pleno. Estiró el cuerpo, masajeándose la nuca y el cuello por la mala postura que estaba ejerciendo en la silla de respaldo curvo.

—No puedes dormir —dijo al ver a su compañera deshacerse de la capa de piel.

—No, no puedo —dijo la maga.

Meriel perdió el interés en proseguir con la charla, volviendo su atención a la entrada, con el dilema en su corazón sobre si estaría preparada para enfrentar a aquello que se aventurase a entrar.

Amaris tampoco poseía el deseo de mantener una conversación con la pelirroja, más al sentir que no tenían nada en común para platicar.

Y así, en el silencio de la noche, la maga confió en su mente para brindarle el descanso, para despertar con sus capacidades renovadas.

La pesada madrugada cedió ante la luz del alba. En un espectáculo glorioso que se pudo observar desde la entrada de la cabaña. La ventisca que unas horas antes había atormentado al pequeño grupo, ahora se encontraba desaparecida, y por primera vez en días se lograban percibir los claros rayos del sol al cruzar por el blanco territorio.

Primius descansaba en el pecho de la durmiente guerrera, que con un respirar calmo denotaba su veloz recuperación.

—Mi señor —dijo Meriel al verle aparecer, sorprendiéndose por la carga a su hombro de apariencia humanoide.

—Saldré unos momentos —dijo, consciente de la pregunta que estaba rondando por la mente de su compañera.

—Usted...

—Descansa, Meriel, te necesitaré en buenas condiciones.

Lo observó desaparecer tras el umbral. Ella asintió, inspiró profundo, dejándose caer sobre la silla de madera de respaldo curvo que había dejado para aligerar el dolor en sus nalgas.

Gustavo se dirigió colina abajo, su plan lo requería. El individuo que cargaba al hombro trataba de hablar, pero la pesadez de su ser, y el ajetreo no se lo permitían.

—Confía en mí, así como yo estoy confiando en ti.

Llegaron ante lo que en verano se consideraría una preciosa pradera, que ahora se encontraba cubierta por la nieve, tan alta que llegaba a sus rodillas. Intuyó por dónde habían venido, pero no estaba seguro, en aquella furiosa ventisca habían caminado sin rumbo, y ahora dudaba que pudieran regresar por el mismo sendero si es que lo necesitaban.

—Espero no te moleste tanto el frío —dijo al poner la silla de madera recién extraída de su bolsa de cuero en el suelo, para de forma inmediata depositar ahí el cuerpo del moribundo.

Gustavo se alejó dos pasos, y con el uso de las llamas creadas por su energía pura limpió el terreno nevoso. El vapor cubrió la verde tierra, dejando una sensación térmica mayor a la normal.

Sus manos bajaron al suelo para dibujar doce sellos, tres repetidos, dos antiguos, y cuatro contemporáneos, repartidos en una figura circular, que al completarse se unieron en perfecta sincronía. La iluminación formada por el arcano símbolo desapareció en la tierra.

—En verdad estoy confiando en ti. —Lo cargó, llevándolo al lugar del sello, donde lo dejó caer con suavidad, acomodándolo en una cómoda postura sentada—. Mi hechizo de sanación solo retrasa lo inevitable, jamás podría curarte, ni hacerte sentir mejor de lo que ahora estás. —El moribundo le miró, malinterpretando sus palabras—. Solo tengo una opción, y créeme que no estoy seguro porque lo haré por ti.

Inspiró profundo, se quitó ambos guantes de piel, sintiendo en sus dedos la frialdad de los alrededores. Cerró los ojos, con ambas manos en posición de súplica.

«Santo Padre, no permitas que me equivoqué».

Besó la unión de sus pulgares, y con la confianza renovada se arrodilló, colocándose frente al moribundo. Su mano izquierda tocó el pecho del individuo, mientras que la derecha su frente. Volvió a inspirar, concentrando todo su ser en ambas extremidades. Y en un instante ejerció una fuerza de succión, tan poderosa que le arrebató el aliento al pálido.

Las venas negras aparecieron en sus manos, con un palpitar grotesco, su rostro se tornó cadavérico, con manchas de piel quemada alrededor de su boca, párpados y nariz, mientras ambos ojos oscilaban entre el oscuro abismo y la normalidad.

El pálido presenció hasta el mínimo cambio en Gustavo, y le aterró al pensar sobre su procedencia, sin embargo, el repentino sufrimiento le hizo olvidar cualquier pensamiento en su mente. Las venas negras que ensuciaban varias partes de su rostro, cuello, brazos y pecho, comenzaban a desaparecer, provocando que el dolor se incrementase, pero la sensación de pesadez disminuyera.

Gustavo apretaba los labios para no gritar. La risa enloquecida de su mente retumbaba en sus oídos por la estúpida acción que había creído inteligente, pero ya no había tiempo para detenerse, era mejor terminar y esperar que su confianza no estuviera equivocada.

Culminó con el acto al percatarse que ya había consumido la totalidad de su energía de muerte, junto con una considerable fracción de su energía vital. Tosió al suelo un gargajo de sangre negra. La sensación de asco invadió su estómago.

—¿Amigo? —preguntó con dificultad, estaba cansado. Sus ojos no habían vuelto a la normalidad, ni sus manos, aunque su rostro ya no aparentaba ser el de un cadáver.

Observó su fría mirada, y entendió por completo su acción siguiente. Saltó fuera del círculo donde la ceremonia de succión había sido llevada a cabo, y sin pensarlo ni un segundo activó el sello que había creado.

La fuerte opresión del sello mantuvo al recién curado dentro del círculo, con la imposibilidad de levantar un solo músculo.

—Soy un ingenuo —dijo, suspirando. Sus ojos recuperaron su color natural—, que me sirva de ejemplo. —Desenvainó—. Inspiras demasiado peligro para dejarte vivo, y aunque prometí no volver a matar, no puedo dejarte libre. —Volvió a suspirar, maldiciendo para sus adentros.

—Que te consuma la corrupción que padeces, engendro del abismo.

—A mí no me maldices, desgraciado. —Le apuntó con el ápice del arma y la voz grave—. No tienes derecho después de todo lo que hice por ti. Por tu culpa no estuve cuando se llevaron a Wityer, por tu culpa dañaron a Xinia, por tu culpa desgaste un sello en el que invertí mi propia vida. No tienes derecho a maldecirme.

El arrodillado guardó silencio, comenzando a dudar sobre si lo que pensaba de su salvador era real, pero entonces, el recuerdo de lo sucedido impactó en su mente, y ya no tuvo ninguna duda.

—Mi raza sabe de tus mentiras, oscuro, no me vas a engañar con tu acto.

—¿Cuál acto, imbécil? —Le miró, fastidiado—. Solo intenté salvarte porque era lo correcto.

—¿Salvarme? No soy tan fácil de engañar, oscuro. Tus mentiras no tienen efecto en mí. —Observó el suelo en conflicto con sus emociones—. No tienen —sonrió, autoburlándose de él mismo, la poca fuerza que había logrado reunir se había evaporado por el ánimo perdido—. Ganaste, lo admito, sí lograste darme esperanza, te lo concedo. Ya mátame, no sigas jugando conmigo, oscuro. Déjame reunirme con los de mi raza, será la única misericordia que te pediré.

—¿Quién piensas que soy? —No logró aguantar más la incógnita.

—Que te consuma el abismo por tus juegos.

—No, te estoy preguntando en serio ¿Quién crees que soy?

No pudo responder, pero nuevamente el recuerdo que funcionaba de motivación le quitó las dudas.

—La corrupción, lo maligno, el villano. Tienes muchos nombres, quédate con el que prefieras.

—Prefiero Gustavo Montes Martínez, pues es el nombre que me dieron mis padres. No conozco a nadie con los títulos mencionados, jamás me han llamado así, y espero que nunca lo hagan.

—Que nombre tan extraño —dijo con sinceridad—. Gusda, Gusdea —repitió en voz baja, tratando de replicarlo—. No puedo creerte —mencionó al recuperarse—, posees el mismo poder, y te ocultas con la forma de esos malditos orejas cortas. No puedo creerte.

—Eres un habitante del bosque —sonrió, percatándose de la obviedad que había pasado por alto—, no sé porque pensé que eras un humano.

—¿Humano? ¿Qué tipo de insulto es ese?

—No es ningún insulto.

—Lo es para mi raza.

—Yo soy un humano.

El ber'har le miró con sospecha, debía admitir que sus mentiras lo confundían.

—Hace tiempo conocí a tu raza —prosiguió, recordando un pasado que en su mente resultaba muy lejano, perteneciente a otra vida—, no fueron demasiado amistosos, pero su Gran Anciana me ayudó mucho. Nos hemos malinterpretado —Devolvió el sable a su vaina—, no voy a hacerte daño, sería un ingrato si lo hiciera. El sello perderá efecto en uno día o dos, serás libre entonces.

Se giró, con una expresión en calma por haber evitado la acción presurosa. Un poderoso rayo de sol golpeó el cuerpo del joven, iluminando su espalda.

—Espera —Gustavó le prestó atención, aunque no regresó—, me has convencido, confío en ti.

El joven dudó, pero el recuerdo de la conversación que alguna vez tuvo con la hermosa arquera ber'har le ayudó.

—¿Cuál es tu nombre?

—Me llamo Lucan Del-Sil, descendiente del clan Sil, guerrero elegido por Nuestra Señora, y protector de los Bosques Altos.

—Es un placer, Lucan —dijo Gustavo, y sin necesidad de seña o movimiento, desactivó el sello de contención.


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